Robert Mugabe el 22 de agosto de 2013, durante el juramento de su último mandato. En 2017 un golpe militar lo obligó a renunciar/GETTY

Robert Mugabe: el fundador de Zimbabue que arrasó su país

Marcos Suárez Sipmann
 |  9 de septiembre de 2019

Cuando Robert Gabriel Mugabe (1924-2019) nació en 1924, Zimbabue era colonia británica y se llamaba Rodesia del Sur. Hijo de un carpintero y una catequista, su familia era humilde y muy católica. Pertenecía a la etnia mayoritaria shona. Audaz e inteligente le fue concedida una beca con la que pudo estudiar una carrera en Sudáfrica, en la misma universidad por donde pasó Nelson Mandela. Tras trabajar como maestro, en 1960 regresó a su país y se metió en política. En 1963, participó en la fundación de la Unión Africana Nacional de Zimbabue (ZANU). Marxista en sus comienzos, luchó contra el colonialismo como líder intelectual de la guerrilla. Sus críticas a la gestión británica le llevaron durante una década (1964-1974) a la cárcel sin juicio previo. Aprovechó el tiempo para obtener con gran tenacidad varios títulos a distancia en la Universidad de Londres.

Durante el periodo que permaneció en prisión, Reino Unido había concedido la independencia a Rodesia del Norte y se la negó a Rodesia del Sur, que la declaró de forma unilateral posteriormente. Al año de su liberación se unió a la guerrilla. La lucha armada de 1972 a 1979 contra el régimen de la minoría blanca causó casi 30.000 muertos.

En 1979 con los acuerdos de Lancaster House llegó la independencia. El pacto incluía el respeto de las propiedades de los 4.500 granjeros blancos, que tenían las mejores tierras. La salvaguarda caducaba en 1999.

La victoria situó a los líderes de ZANU y del Frente Patriótico (ZANU-PF) cómo líderes del nuevo estado en 1980, con Robert Mugabe como primer ministro. Aparcó su retórica revolucionaria y durante algunos años maniobró con astucia. Hizo honor a su sobrenombre, “Camaleón”. Su pragmatismo convenció. Hábil y manipulador supo seducir a Occidente.

Mugabe heredó una economía viable con un sector industrial sólido y una agricultura de mercado en crecimiento. Si bien ambos estaban en su mayoría en manos de empresarios blancos, el potencial de desarrollo era más grande que en las demás antiguas colonias africanas.

Convirtió a la guerrilla en un ejército. Con su carisma abogó por llevar a toda la población derechos como la salud y la educación. Conciliador, tendió puentes con la minoría blanca. Llegó a recibir en su casa al expresidente blanco Ian Smith. Estando Mugabe en prisión, el racista Smith le había denegado un permiso por la muerte de su hijo de tres años. Incluso designó ministro de Agricultura al jefe de los granjeros blancos. Aumentó la alfabetización (uno de los niveles más altos de África). Según un estudio del Banco Mundial en aquellos primeros años se construyeron 500 hospitales, los niños vacunados pasaron del 25% al 67% y se incrementaron la producción agrícola y la esperanza de vida.

 

Mugabe: ambición sin límite

Puede afirmarse que Mugabe ayudó, sí, a construir el país. Sin embargo, a partir de mediados de los 80 con el fin de mantenerse en el poder se encargó de destruirlo. Y lo hizo a conciencia. A su ambición desmesurada hay que añadir la corrupción y la mala administración. El presidente mejor educado del continente se transformó en déspota sanguinario. En 1983 ordenó con gran crueldad la operación Gukurahundi, una limpieza étnica en el suroeste. La violencia en Matabelelandia costó la vida a unas 30.000 personas en su mayor parte de la minoría Ndebele a manos del régimen. La justificó como respuesta ante una amenaza de golpe de estado de sus rivales. En 1984 instauró un sistema de partido único y reformó la constitución para convertirse en presidente ejecutivo en 1987. Desde entonces todos los recursos del Estado (ejército, fuerzas de seguridad e instituciones públicas) fueron controlados por él y por miembros del gobernante ZANU-PF. Mugabe fue incapaz de instaurar el sistema unipartidista que anhelaba, lo cual no impidió que la formación practicara la represión con más intensidad a medida que pasaban los años en respuesta a la crisis económica y a la creciente oposición. Las sucesivas elecciones fueron amañadas de forma sistemática.

A mediados de los 90 el Estado fue colapsando. El gobierno culpó del declive a la burguesía blanca y a las sanciones internacionales. Mugabe atacó a los críticos acusándolos de “traidores” y “vendidos” a las potencias occidentales, en especial a Reino Unido. Descargó todo su odio y resentimiento hacia la antigua metrópoli.

En agosto de 1998, el fracaso de un golpe militar en Kinshasa, capital de la República Democrática de Congo, desencadenó lo que la entonces Secretaria de Estado norteamericana Madeleine Albright denominó “primera guerra mundial africana”. Nueve países se enfrentaron divididos en dos bandos. Mugabe eligió el de Joseph Kabila. Envió 11.000 soldados a cambio de concesiones mineras por valor de 200 millones de dólares. Los ingresos fueron a los bolsillos de Mugabe y su camarilla. La aventura costó a Zimbabue un millón de dólares al mes. Subieron los precios de la gasolina y creció el descontento.

Tras la muerte de su primera esposa, la popular Sally Hayfron, se casó en segundas nupcias con Grace Marufu, su exsecretaria, 41 años más joven que él. Devoto católico, su fe no le había impedido engendrar hijos con Grace mientras Sally moría de cáncer. Tuvo al último con 73 años.

Sucumbió a los caprichos de una esposa derrochadora. Gastaba cientos de miles de dólares en fiestas de cumpleaños mientras la economía de Zimbabue se derrumbaba. La llamada “Gucci Grace” por su gusto por la moda y los diamantes también participó en las decisiones del partido desde que se convirtió en la presidenta de la Liga de Mujeres del ZANU-PF en 2014. Una planificada escalada al poder que contaba con el beneplácito de Mugabe.

A finales de los 90 el caos en Zimbabue era total. Como señaló el arzobispo sudafricano Desmond Tutu, Mugabe se había convertido en “caricatura del arquetípico dictador africano”.

 

Manipulación electoral

En febrero de 2000 se celebró un referéndum para la reforma constitucional, que debía reemplazar los acuerdos de Lancaster House. Para ganarse simpatías y recuperar lealtades mandó asaltar las tierras de los terratenientes blancos privándolos de su propiedad. Presentó la “reforma agraria” como un reajuste para un reparto más justo de las tierras. Pero pocos se beneficiaron de la reforma. Tan solo el entorno del régimen, los veteranos de guerra y la élite en el poder. Lo peor es que esto llevó al abandono total de las granjas y la liquidación de la industria agrícola nacional. Una catástrofe si se tiene en cuenta que la agricultura proporciona el sustento a cerca de un 70% de la población. Se desplomó la esperanza de vida (37 años los hombres, 34 las mujeres, la más baja del planeta).

La oposición se organizó en torno al Movimiento por el Cambio Democrático (MDC) y su líder, Morgan Tsvangirai. Mugabe desató la represión contra el MDC, mandó a sus veteranos ocupar las fincas restantes de los blancos y reprimió desde un estado de emergencia permanente.

Perdió la consulta. Tras esa primera derrota electoral, el mandatario empezó a notar el auge de una oposición susceptible de hacerle sombra. Activó a su milicia personal – veteranos de la guerrilla –, que se valió de la violencia y el asesinato como estrategia electoral. Empezaron las persecuciones de los opositores. Ganó todas las elecciones, aunque siempre bajo denuncias de haber manipulado los resultados.

En 2005 afirmó que “este es un país de hombres negros y por eso es un hombre negro el que debe decidir de quién es la tierra y de quién no”. Al mismo tiempo alardeaba que “él era Zimbabue” y que “Zimbabue era suyo”.

En las disputadas elecciones presidenciales de 2008 la oposición le plantó cara en las urnas. El hombre que de joven luchó por “una persona, un voto”, introdujo un requerimiento que exigía a los votantes que probaran su residencia con facturas, algo improbable en el caso de los más jóvenes, muy afectados por el desempleo. Al saber que tendría que ir a una segunda vuelta sentenció que “solo Dios” podría apartarlo del sillón presidencial. La respuesta de su gobierno fue una brutal oleada de torturas y represión.

En medio de la ola de violencia por parte de los partidarios de Mugabe, su adversario, Tsvangirai, desistió y tras un acuerdo con el gobernante aceptó convertirse en primer ministro bajo su mando. Aquel gobierno de unidad (2009-2013) resultó otro fracaso.

 

Desastre económico

Las erráticas políticas del sátrapa llevaron a lo que había sido un próspero país al desastre económico. La producción descendió de forma abrupta al tiempo que aumentaron el paro y el hambre. Zimbabue sufrió una de las hiperinflaciones más grandes de la historia. 14.000.000 millones % anual en 2008. Se imprimieron billetes por valor de 100.000 millones de dólares zimbabuenses, al cambio menos de un dólar americano. Desde 2015 el antaño considerado granero de África por su gran producción de maíz, se vio afectado por el fenómeno climático El Niño, perdiendo casi todas las cosechas. No había víveres ni gasolina. El éxodo de zimbabuenses inundó la vecina Sudáfrica. Bajo el dictador llegó a exiliarse más de un tercio de sus conciudadanos. Abusos masivos de los derechos humanos venían acompañados de un altísimo nivel de desempleo. Odiaba a los homosexuales y nunca creyó en la prensa libre. Insultar o intentar poner en tela de juicio al presidente fue uno de los delitos más comunes por los que los zimbabuenses fueron víctimas al ejercer la libertad de expresión, derecho garantizado en su Constitución.

Cuando fue – una vez más – reelegido en 2013 el ejecutivo de Mugabe negó las irregularidades de las que habían informado observadores independientes.

 

Golpe militar

En noviembre de 2017 el jefe de Estado de mayor edad del mundo fue obligado a renunciar mediante un golpe militar. Mugabe había despedido a su entonces vicepresidente y jefe de inteligencia (además de mano derecha durante décadas), Emmerson Mnangagwa, en medio de tensiones entre éste y la primera dama, Grace, sobre quién debía ser su sucesor. Esto llevó a que el Ejército y los fieles del régimen abandonaran al dictador. El partido nombró a Mnangagwa al tiempo que apartaba a la polémica Grace de sus tareas partidistas. El relevo provocó el júbilo en las calles. No obstante, dos años después sigue la represión en el país sumido en una profunda crisis que no deja de agravarse.

En los últimos años Mugabe fue un paria para Occidente, que tenía prohibida la entrada en la Unión Europea así como en EEUU. Para remediarlo volvió a convertirse en un gran aliado de China (ya había sido prochino en los años 70). Pekín le otorgó su Premio Confucio de la Paz, una réplica al comité Nobel, en 2015.

El exmandatario ha fallecido en el exilio en Singapur a la edad de 95 años. Mnangagwa, no en vano conocido por su mote de “cocodrilo” por su capacidad de supervivencia física y política, anunció en Twitter “con profundo pesar” el deceso del padre fundador. Le definió como “icono de la liberación, panafricanista que dedicó su vida a la emancipación y el empoderamiento de su pueblo”. No debe sorprender que el lugarteniente de Mugabe le haya nombrado héroe nacional. El “cocodrilo” traicionó al “camaleón”. Mugabe no estaba solo y muchos de sus cómplices sobreviven.

La mayoría de países africanos, pese a conocer crímenes y atrocidades del tirano, no los condenaron. Preferían ver solamente al Mugabe líder anticolonialista. Sigue siendo un héroe para millones de africanos.

No se sabe cuál será la opinión de las generaciones venideras. En cualquier caso los historiadores panafricanos que pretendan seguir alabando a Mugabe tendrán que rechazar la opinión contraria de millones de zimbabuenses que – habiendo padecido privaciones y sufrimientos – se sienten traicionados.

La conclusión que sí debe sacarse de la amarga experiencia de Zimbabue es que todo sistema requiere el equilibrio mediante el juego de “checks and balances”. Impiden que los líderes – por prometedores que parezcan – se conviertan en déspotas. Son estos controles y equilibrios los que representan las garantías ciudadanas frente a los poderes públicos.

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