Mientras buena parte de su población está en Francia disfrutando de los éxitos de la selección de fútbol –el 27 de junio Islandia derrotó a Inglaterra, clasificándose para los cuartos de final de la Eurocopa–, el país ha celebrado elecciones presidenciales en un ambiente de revolución tranquila. El ganador, Guðni Jóhannesson, se define como un “tipo normal” (en la imagen podemos verle junto al cantante Raggi Bjarna). Profesor de historia de 48 años, Jóhannesson obtuvo el 39,1% de los votos, mientras que su principal rival, Halla Tómasdóttir, mujer de negocios, se quedó en el 27,9%. Ambos llevaban por bandera el no pertenecer a ningún partido.
El jefe de Estado en Islandia ejerce un papel sobre todo ceremonial, actuando como garante de la Constitución y de la unidad nacional. Las elecciones decisivas son, por tanto, las parlamentarias, previstas para otoño, pero las presidenciales han servido para ver por dónde soplan los vientos en un país que desde 2008, cuando estalló la crisis financiera, navega entre la rabia y la ilusión. El último episodio de la saga fue la dimisión en abril del primer ministro, Sigmundur David Gunnlaugsson, cuya presencia en los Papeles de Panamá provocó protestas masivas. Fue entonces cuando Jóhannesson, que se dio a conocer entre el gran público gracias a sus intervenciones en televisión, decidió presentarse al cargo de presidente. El 1 de agosto relevará a Ólafur Ragnar Grímsson, de 73 años, que tras veinte años en el cargo había decidido no presentarse a la reelección. Los Papeles de Panamá habían revelado que su familia también tuvo cuentas en paraísos fiscales.
La clase dominante vive malos tiempos en Islandia. Davíð Oddsson, antiguo primer ministro conservador y gobernador del Banco Central, consiguió solo el 13% de los votos. De cara a las elecciones generales, el Partido Pirata marcha en cabeza en las encuestas, con una estimación de voto superior al 30%. La intención de romper con el pasado parece clara. Sin embargo, la victoria de Jóhannesson, centrado en hacer llamadas a la unidad durante la campaña, señalaría que los islandeses no buscan una ruptura traumática, sino tranquila, consensuada.
“Los años posteriores a la crisis han supuesto el pago de un alto peaje psicológico y muchos ciudadanos anhelan sentir, de nuevo, que los islandeses forman parte de un solo equipo –el fútbol sin duda está ayudando–, al tiempo que continúan los problemas de la política de nepotismo y la creciente desigualdad”, sostiene Oddný Helgadóttir, economista política islandesa.
Según Helgadóttir, la coalición heterogénea que conforma el movimiento pirata –nacido de un rechazo al status quo político y al eje tradicional de izquierda y derecha– no está de acuerdo en qué políticas adoptar, pero sí en el proceso a seguir. Su líder de facto, Birgitta Jónsdóttir, ha prometido si ganan las elecciones un gobierno de corto recorrido cuya tarea principal sea reformar la manera de hacer política, junto a la adopción de una Constitución hecha por el pueblo. Luego se disolverían.