Hace ya dos años, el secretario de Defensa de Estados Unidos, Robert Gates, afirmó que el F-35 sería probablemente el último cazabombardero tripulado. En octubre de este año, The Economist concluía así un artículo titulado “Flight of the drones”: “Puede tardar en llegar más de lo que los visionarios piensan, pero el piloto en la cabina de mando es ya una especie en peligro de extinción”.
De regreso a 2009, uno de los ejemplares de esta especie en extinción recordaba en este post que hace apenas 15 años los aviones no tripulados (UAV, en sus siglas en inglés) eran sólo prototipos. Pocos ejemplares dando más guerra que otra cosa y haciendo sus primeros pinitos como cámaras volantes o receptores de ondas. “Todavía recuerdo el cruce con aquel Predator a nivel 140 cerca de Mostar… –rememora el piloto–. Costaba entender que allí dentro no iba nadie”.
Los primeros Predator fueron utilizados en el verano de 1995 en Bosnia. Hubo un gran número de bajas entre estos drones, debido a que los serbios disponían de gran cantidad de misiles tierra-aire de la época soviética. Los Predator MQ-1 y los Reaper MQ-9 que operan hoy en día sobre los cielos de Afganistán y Pakistán, Irak y Libia, Yemen y Somalia, no encuentran apenas resistencia. Equipados con sensores, misiles Hellfire y bombas guiadas por láser, poco tienen que ver con sus progenitores, dedicados a tareas de vigilancia.
Apuesta en firme
El gran impulso a los aviones no tripulados ha venido de la mano de la administración presidida por Barack Obama. En estos momentos, los drones realizan más horas de vuelo que los aviones tripulados estadounidenses, y son más los pilotos entrenados para pilotar un drone que para volar en sus equivalentes tripulados. Y todo indica que mientras las tropas en Afganistán se reducirán de manera drástica de aquí a tres años, los ataques con drones no van a bajar el ritmo.
Son varios países los que han apostado por esta tecnología. Estados Unidos lidera, como en otros tantos campos, seguido por Israel. Del billón de dólares que EE UU espera recortar en los próximos diez años, casi la tercera parte afectará a la partida de defensa. Sin embargo, Gates se ha asegurado de que el presupuesto para los UAV no se vea afectado.
En abril de 2008, la Government Accountability Office del Congreso estadounidense encontró que 95 de los principales proyectos del Pentágono superaban sus presupuestos originales en casi 300.000 millones de dólares. Un año después, las cosas no habían cambiado nada. Un buen ejemplo es el del cazabombardero F-35 antes mencionado, que se espera entre en servicio en 2016. Su presupuesto se ha disparado en numerosas ocasiones, hasta alcanzar los 382.000 millones de dólares. En estos momentos, fabricar un F-35 cuesta alrededor de 192 millones. Los drones, en comparación, resultan baratos: 40 millones los Predator, 154 millones los Reaper.
En Europa, Reino Unido, Italia o Suecia han apostado con mayor o menor énfasis por este tipo de aviones. En España, la apuesta es incipiente: se ha dado luz verde a la construcción de una planta de excelencia en Huelva, junto al complejo de El Arenosillo, con una inversión de 40 millones de euros. Será el único de España que operará con prototipos medios y pesados –por encima de los 500 kilos de peso–, así como con una tecnología más avanzada. Está previsto que se ponga en marcha en 2012.
Guerras desde el aire
“La muerte de Anwar al Awlaki [una de las figuras más prominentes de Al Qaeda en Yemen, el conocido como ‘terrorista global’] confirma la eficacia de los drones y una tendencia que recoge la última estrategia contraterrorista norteamericana de junio de 2011: incrementar las operaciones clandestinas y los ataques selectivos, en detrimento del despliegue de efectivos terrestres –afirma en La Razón Carlota García Encina, analista en materia de seguridad y defensa.– Pero cuidado, con los drones no se gana una guerra”.
Ni los drones se dedican en exclusiva a la guerra, cabría añadir. Como explica Darío Valcárcel, director editorial de Estudios de Política Exterior, en esta columna para ABC: “Un drone oye, huele, gusta, toca. Y ve. En catástrofes como la de Haití o en la vigilancia de la Amazonía, en la observación de los salafistas del Sahara o en las pandemias africanas, los drones aportan información indispensable”.
En cuanto a operaciones de combate, sus defensores señalan que suministran más información detallada sobre los objetivos, sus ataques son normalmente más precisos y causan menos víctimas civiles que los aviones tripulados. Un drone que sobrevuele las zonas tribales de la frontera entre Afganistán y Pakistán puede recibir órdenes desde Tampa (Florida), donde se traza su despegue, aterrizaje y programas de vuelo. Se erigen así en perfectos voluntarios para misiones que contengan las tres D: «dull, dangerous and dirty», esto es, aburridas, peligrosas y sucias (léase este post y el debate que le sigue).
Sus desventajas no son menores. A las técnicas se suman las éticas. En cuanto a las primeras, un drone necesita contar con un enlace vía satélite, que puede verse afectado y romper el canal de comunicación entre los operadores en tierra y el UAV. Cada Reaper requiere unas 180 personas para mantenerse en el aire. Además, se produce un retardo entre la emisión de instrucciones y su recepción, que en determinadas ocasiones podría ser fatal.
Las desventajas éticas están relacionadas con el mayor grado de autonomía que los drones podrían alcanzar en un futuro no muy lejano. ¿Estamos dispuestos a permitir que una máquina de guerra equipada con una inteligencia artificial decida en base a una serie de datos dónde, cuándo y cómo atacar? Igualmente preocupante resulta el distanciamiento que una guerra librada por robots en nuestro nombre puede provocar en el atacante. Desde el aire y a distancia. Sin bajas propias. Cada vez más parecida a un videojuego.
Como se apuntaba en uno de los artículos antes citados, el general sudista Robert E. Lee lo vio claro en su momento: “Es bueno que la guerra sea tan terrible, si no nos acabaría gustando demasiado”.
Para más información:
Luis Andrés Bárcenas y Darío Valcárcel, «Salida y permanencia en Afganistán». Política Exterior núm. 144, noviembre-diciembre 2011.
Robert Haddick, «This Week at War: Disposable Warfare». Foreign Policy, diciembre 2011.
Peter Bergen y Katherine Tiedemann, «Washington’s Phantom War». Foreign Affairs, julio-agosto 2011.
Dave Sloggett, «Attack of the drones – The utility of UAVs in fighting terrorism». Jane’s, julio 2010.
John Matsumura and Randall Steeb, «Unmanned but Not Untethered. Robots on the Future Battlefield». Rand Corporation, verano 2005.
Los drones son mucho más antíguos de lo que se dice en el artículo ya se probaron aviones no tripulados en la I GM y en la IIGM hubo muchos ejemplos, encabezados por las V-1. Después tenemos los muchos drones utilizados desde los años 50 para vigilar a China y la URSS.
En cuanto a la frase: «¿Estamos dispuestos a permitir que una máquina de guerra equipada con una inteligencia artificial decida en base a una serie de datos dónde, cuándo y cómo atacar?» Eso ya lo hecemos. ¿Qués es una mina? Una máquina con entre ninguna y bastante inteligencia que ataca autónomamente ¿y un misil de curcero?¿O los misiles anitirradar on capacidad de «loitering» y ataque?
Hay que pensar un poquito (y enterarse) antes de escribir.