Desde su creación, en 1960, la OPEP por lo general ha sido capaz de conciliar los muchas veces contradictorios intereses de sus países miembros, que se extienden desde el Caribe al sureste asiático, por una simple razón: su común necesidad de estabilizar los precios del crudo en los mercados termina imponiéndose sobre cualquier otra consideración. No es un reto menor: Nigeria, un país de 173 millones de habitantes, por ejemplo, produce 1,7 millones de barriles diarios (MBD) mientras que Kuwait, con una población de 3,4 millones, produce 2,8 MBD.

La visita de Barack Obama a Reino Unido y Alemania, en uno de sus últimos viajes a Europa antes de abandonar la Casa Blanca, permite hacer un balance preliminar del estado de las relaciones transatlánticas en medio de las mayores turbulencias políticas y económicas que haya atravesado nunca la UE. En su gira, Obama no defraudó a sus aliados, subrayando su convencimiento de que una Europa fuerte y unida es la mejor defensa contra el terrorismo yihadista, el expansionismo ruso, la crisis económica y financiera y el caos migratorio, entre otros riesgos y desafíos.

Después de emprender en 2015 una investigación sobre el uso preferente de Google de su buscador para potenciar a sus propios comparadores de precios, la comisaria de la Competencia, Margrethe Vestager, ha vuelto a la carga, abriendo el 20 de abril un segundo frente contra el gigante de Mountain View, al que acusa de utilizar su sistema operativo Android (OS) para promover indebidamente sus propios servicios, en una nueva muestra de su afán monopólico.

En su empeño por destruir al Estado Islámico/Daesh, Washington ha abierto un nuevo frente de batalla contra los yihadistas: el ciberespacio. Según The New York Times, Barack Obama habría preguntado hace poco a los altos mandos del Pentágono por qué el arsenal desarrollado para la guerra cibernética, con una inversión de cientos de millones de dólares, no estaba siendo utilizado para la lucha contra grupos terroristas.

Los papeles de Panamá han revelado el modus operandi de las sociedades pantalla (shell) que registraba Mossack Fonseca para ayudar a sus clientes a conservar su anonimato y en algunos casos a lavar dinero procedente de actividades, que van de la minería ilegal al narcotráfico utilizando un esquema similar a las matrioskas rusas: una empresa de testaferros guarda a otra empresa y así sucesivamente.