En su monumental Encyclopedia of wars (2004), Charles Philipps y Alan Axelrod encontraron que de los más de 1.800 conflictos bélicos consignados en sus tres tomos, menos de un 10% tuvieron un componente religioso significativo. Sin embargo, solo en noviembre de 2014, por tomar un mes al azar, hubo 664 ataques yihadistas en 14 países que se cobraron 5.042 vidas. Desde 1984, alrededor de 1,5 millones de cristianos han sido asesinados por islamistas solo en Sudán, lo que refleja que la violencia atañe a una interpretación específica del islam.

Los atentados del 13-N en París han puesto en evidencia que desde hace años Bélgica es el centro neurálgico del terrorismo yihadista en Europa. No es casual. Durante décadas las tensiones irresueltas entre valones y flamencos han creado disfuncionalidades administrativas que han hecho que muchos analistas consideren a ese pequeño país del Benelux “el Estado fallido más próspero del mundo”. Entre junio de 2010 y diciembre de 2011 Bélgica tuvo solo un gobierno en funciones, un récord mundial.

La reacción inicial de los observadores internacionales ante la caída del breve gobierno de Pedro Passos Coelho, el anterior primer ministro portugués, y el regreso de los socialistas al poder apoyados por el Partido Comunista (PCP) y el Bloco de Esquerda, fue de inquietud por la incertidumbre que ello podía generar en los mercados.

Las aventuras bélicas de Vladimir Putin en el exterior han comenzado a pasar una onerosa factura a Rusia. A los derribos de un vuelo comercial ruso en el Sinaí por un atentado del Daesh y de un caza ruso por Turquía, se une ahora el enrarecimiento de la situación en Crimea, que ha quedado prácticamente a oscuras por la voladura el 22 de noviembre de las torres de transmisión eléctrica de Ucrania a la península anexada por Moscú hace 20 meses.

La convocatoria de una manifestación por parte las Madres de la Plaza de Mayo y otras organizaciones de izquierda el 10 de diciembre, día de la inauguración de Mauricio Macri, en “repudio” por su presencia en la Casa Rosada, es la primera señal de advertencia que recibe el presidente electo argentino del estrecho margen político que tendrá para sacar adelante su programa de liberalización económica.