EL estreno de Timothy Geithner como secretario del Tesoro de la administración de Barack Obama difícilmente podía haber tenido una acogida más fría. El día en que presentó su plan de rescate bancario, el 10 de febrero, el Dow Jones cayó el 4,6%. La recepción de los comentaristas fue igual de gélida. En el New York Times, Paul Krugman dijo de su plan era “difícil de interpretar”, y en el Financial Times, Martin Wolf se preguntaba si la presidencia de Obama no habría fracasado ya.

DE las elecciones parlamentarias israelíes del 10 de febrero no ha surgido ningún partido en condiciones de asegurar estabilidad política a un país que tiene que lidiar con desafíos como el proceso de paz con los palestinos y la insostenible ocupación de sus territorios, la amenaza de Hamás y Hezbolá o el programa nuclear iraní.

LA participación el 7 de febrero del vicepresidente de EE UU, Joseph Biden, en la Conferencia de Seguridad de Múnich, que desde hace 45 años reúne anualmente a la élite de la política exterior y de seguridad occidental, supuso el primer contacto de alto nivel de la administración de Barack Obama con los mandatarios europeos.

La puesta en órbita por parte de Irán de su primer satélite de comunicaciones –el Omid (“esperanza”, en farsi)–, el 3 de febrero, ha servido para que el régimen clerical muestre al mundo que después de 30 años del triunfo de la revolución islámica, su desarrollo tecnológico le ha permitido entrar en el club de países (EE UU, Rusia, Japón, China, India, Francia, Reino Unido e Israel) capaces de fabricar un cohete de múltiples fases.

Tras la reciente liberación unilateral por parte de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) de los últimos seis rehenes civiles políticos, sólo quedan en sus manos 23 cautivos, todos ellos miembros de las fuerzas de seguridad, a los que califican de “canjeables”. El gesto parece obedecer a una estrategia para recuperar espacio político y mejorar su imagen internacional, deteriorada por los secuestros.