El 10 de marzo tendrá lugar en Bagdad la convención para “apoyar los esfuerzos del gobierno iraquí por consolidar la seguridad y la estabilidad”, según reza la invitación formulada por el primer ministro, Nuri Al Maliki. Irán, Siria y EE UU ya han anunciado que participarán en el encuentro, que contará además con la presencia de los países limítrofes de Irak y los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU.

En el sistema internacional de la globalización, una terra incógnita en muchos sentidos, hay países que miran hacia adelante intentando reorientar su rumbo, mientras que otros constantemente vuelven la vista hacia atrás por temor a perder la línea de la costa. Ésa es la impresión que produce la reciente polémica entre EE UU y Rusia en torno al proyecto de Washington de instalar una base de misiles en Polonia y una de radares en la República Checa como parte de su escudo de defensa antimisiles planetario, concebido para proporcionar protección a los países de la Alianza Atlántica frente a ataques por parte de Estados o grupos incontrolados.

Después del susto sufrido por los inversores de todo el mundo el 27 de febrero, con caídas generalizadas desde Shanghai a São Paulo, los mercados volvieron, como si no hubiese pasado nada, a su ritmo habitual los días posteriores. Ello parece confirmar las palabras de los analistas más prudentes, según los cuales lo ocurrido fue simplemente una corrección y no el principio de una debacle bursátil de grandes proporciones

La reunión de los jefes de Estado Mayor de la Defensa del Magreb, el Sahel y de Nigeria, celebrada el 7 de febrero en Dakar a iniciativa del general William K. Ward, número dos del mando del Pentágono en Europa (Useucom) y único general de raza negra con cuatro estrellas en el ejército de EE UU, no ha sido la primera que se celebra, aunque sí la pionera en África, lo que consolida el protagonismo militar de Washington en una zona considerada hasta hace poco dominio reservado de Francia.

Según el Banco Mundial, las remesas de los inmigrantes a sus países de origen alcanzaron en 2006 una cifra sin precedentes: 268.000 millones de dólares, más del doble que en 2000. Los emigrantes de países en desarrollo enviaron 199.000 millones de dólares, frente a los 85.000 millones de hace seis años. América Latina absorbió la mayor parte de esos envíos: casi 60.000 millones de dólares, un 20% más que en 2005.