Algo sigue sin entenderse de la indignación islámica que quema embajadas y otros símbolos occidentales. ¿Se trata de un ensayo general para tomar el pulso a las opiniones públicas y los gobiernos europeos y, de paso, tantear el grado de irritabilidad de los pueblos árabes, a veces espoleada por sus gobiernos? ¿O se trata quizá de una iniciativa de los islamistas radicales para entablar un duelo entre civilizaciones? Sea una cosa u otra, ha llegado el momento de una reflexión que vaya más allá de los estereotipos mutuamente despectivos si se quiere disipar la desconfianza reinante entre ambos mundos desde comienzos de este siglo.

El Parlamento Europeo aprobó la semana pasada por una amplia mayoría de 394 votos una versión de la directiva para liberalizar la prestación de servicios en la UE que altera sustancialmente la propuesta presentada por la Comisión hace ya más de dos años. Ésta, conocida por el nombre del comisario que la elaboró, el holandés Fritz Bolkenstein, había suscitado grandes rechazos en amplios sectores comunitarios y, en palabras del presidente de la Comisión, José Manuel Durão Barroso, había envenenado el ambiente en la UE, con funestas consecuencias, por ejemplo, para el proceso de ratificación de la Constitución europea

Durante la reciente visita a Teherán de una delegación de Hamás, el jefe de su oficina política, con sede en Damasco, Khaled Mashaal, declaró: “somos nietos espirituales del ayatolá Jomeini”. Ese mismo día, en Cisjordania, uno de los portavoces de la organización, Nayef Rajub, dijo que “no nos distanciaremos de Irán para apaciguar a EE UU y a la entidad sionista opresora”.

En su autobiografía Mi Vida, Bill Clinton apenas dedicó unas 10 páginas –es decir, alrededor del 1% del total– a asuntos latinoamericanos. El índice contiene 29 referencias a la palabra Haití y 21 a Cuba. México aparece sólo con 15 menciones, y Brasil y Argentina con cinco cada una, casi siempre en alusiones tangenciales. Durante su administración, en el Consejo Nacional de Seguridad, la oficina de asuntos hemisféricos sólo tenía dos funcionarios: uno se ocupaba de Haití y el otro de todos los demás.

La necesidad de combatir un movimiento insurgente en la provincia de Baluchistán, la mayor de Pakistán y donde vive una minoría étnica de casi cinco millones de baluchis, está obligando al general Pervez Musharraf, que gobierna un país dominado por los punjabíes, que controlan el ejército, a distraer fuerzas necesarias para combatir a Al Qaeda en la zona fronteriza con Afganistán. George W. Bush visitará el país en marzo