La premier británica, Theresa May, ha dejado claras sus intenciones sobre la relación que Londres quiere mantener con la UE: un modelo de Brexit “duro” –o “limpio”, según sus propias palabras– en el que Reino Unido abandonaría el mercado común y la unión aduanera, pero manteniendo unos acuerdos comerciales que le permitan exportar a la Unión con aranceles cero y las mínimas fricciones posibles.

Después de que el italiano Antonio Tajani fuera elegido nuevo presidente del Parlamento Europeo, sucediendo al socialdemócrata Martin Schulz, el Partido Popular Europeo (PPE) controla ya las tres grandes instituciones comunitarias: la Comisión, el Consejo y ahora la Eurocámara. La elección de Tajani marca así el fin de la “gran coalición” entre los grupos parlamentarios popular, socialista y liberal.

La marea populista que recorre los países desarrollados, el Brexit y la elección de Donald Trump, son claros ejemplos de la divergencia de sus sectores conservadores con el mensaje del papa Francisco, a favor de un mejor trato a los inmigrantes y de la lucha contra el cambio climático. Según las encuestas, una clara mayoría de los católicos de EEUU votó por Trump. En un reciente sondeo de Pew, el 87% de católicos y el 70% de la población general en EEUU tiene una opinión favorable del Papa.

El Brexit ha servido, entre otras cosas, para propiciar nuevos enfoques –y quizá vías de solución– a la situación de Gibraltar a un lado y otro de la frontera del Peñón. En el referéndum del Brexit, el 96% de los gibraltareños votó a favor de la permanencia. El ministro principal gibraltareño, Fabian Picardo, asegura que quiere buscar fórmulas que permitan seguir manteniendo el acceso al mercado único y la libertad de movimientos.

Si la sentencia atribuida a Fiodor Dostoievski de que el grado de civilización de una sociedad se mide por la forma en que trata a sus presidiarios sigue vigente, Brasil, donde han sido asesinados casi nueve presos por día en lo que va de año, es un país en el que reina la barbarie.