El primer aniversario del acuerdo que la Comisión Europea ideó para repartir por toda la UE a 160.000 migrantes que entraron en territorio comunitario a través de Grecia e Italia –aunque apenas ha logrado reubicar a 5.000 demandantes de asilo en un año– ha coincidido con dos hechos que revelan que la crisis va para largo: el cierre del campamento de refugiados de Calais y la visita de la canciller alemana, Angela Merkel, a Nigeria, Malí y Etiopía para coordinar planes a medio y largo plazo que prevengan nuevas crisis de refugiados.

El veto de Valonia, la región belga de 3,5 millones de habitantes, al acuerdo de libre comercio entre la UE y Canadá –Comprehensive Economic and Trade Agreement (CETA)– que llevaba siete años negociándose ha sido la última señal de los malos tiempos que vive el comercio mundial. Mientras que en 2007 los flujos transfronterizos financieros y de bienes y servicios representaron el 53% del PIB mundial, hoy solo suponen el 39%. El comercio mundial, segun la OMC, creció entre 1994 y 2008 un 10% al año, pero entre 2009 y 2015 lo hizo solo al 1,3%.

La respuesta habitual de las autoridades israelíes ante las preguntas que les inquieren sobre la marcha del proceso de paz con los palestinos, es “no tenemos interlocutores legítimos con los que negociar”. Pese a la existencia de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), que preside Mahmud Abbas, el gobierno israelí no falta a la verdad.

En Snowden, su película sobre el contratista de la NSA convertido en delator de sus prácticas de espionaje electrónico, Oliver Stone pinta a Edward Snowden como un idealista decidido a luchar contra el Estado orwelliano al que nada se le escapa. Es un retrato polémico, pero hasta cierto punto plausible en lo que respecta a las intenciones del protagonista. Difícilmente se puede decir lo mismo del australiano Julian Assange, fundador de WikiLeaks, que permanece asilado en la embajada de Ecuador en Londres desde hace más de cuatro años.

El paso del huracán Matthew por el Caribe fue especialmente devastador en Haití por una trágica confluencia de factores naturales, exacerbados por el cambio climático y la deforestación. A diferencia de República Dominicana, el otro país de la isla, donde el 28% está forestado, en Haití esa cifra es de menos del 10%. Sin árboles, la intensidad del viento huracanado, uno de los más potentes que se recuerden, y las inundaciones, que se ven agravadas por la erosión del suelo que provoca la deforestación, multiplicaron sus efectos destructivos.