Esta pandemia no es solo una emergencia médica y económica global. Podría convertirse en un punto decisivo para el sistema actual de cooperación política y económica. En relación con el llamamiento que hemos hecho Robin Niblett, Creon Butler y yo en favor de una respuesta global a la pandemia del Covid-19, las espectaculares medidas de política económica anunciadas por los líderes de las grandes economías son clarividentes. Puede que esta respuesta no esté garantizada en todas las naciones del G20, aunque dada la incertidumbre de la situación y el deseo de mostrar iniciativa colectiva, debería ser impulsada desde este grupo.
Necesitamos algún tipo de apoyo a la renta para todos nuestros ciudadanos, ya sean empleados o empleadores. Quizá podríamos llamarlo un verdadero rescate financiero de las personas (una relajación cuantitativa o QE para las personas).
En el contexto de la crisis económica de 2008 y las aparentes dificultades de las medidas de estímulo tradicionales para ayudar a las economías y a los ciudadanos –especialmente en un entorno de bajo crecimiento salarial y de desigualdad creciente, tanto real como percibida– han surgido otras ideas.
Tanto la teoría monetaria moderna (TMM) como la renta básica universal (RBU) hunden sus raíces en el convencimiento de que las políticas económicas convencionales no han servido de ayuda. En el centro de estas visiones está la idea de proporcionar dinero a las personas, especialmente a las de bajos ingresos. Este dinero lo suministrarían directamente los bancos centrales, con su capacidad para imprimir moneda. Hasta hace poco, yo mismo tenía escasa simpatía hacia estas ideas, pero la crisis del Covid-19 me ha hecho cambiar de opinión.
Esta crisis es extraordinaria en la medida en que es tanto un shock colosal de demanda como uno aún mayor de oferta. El epicentro de la crisis se ha desplazado de China, y quizá del resto de Asia, a Europa y Estados Unidos. No podemos esperar que ni siquiera políticas tan impresionantes como las medidas monetarias anunciadas por Reserva Federal y otras similares –por poco convencionales que sean en los tiempos modernos– vayan a contener esta crisis.
Estamos pidiendo conscientemente a nuestros ciudadanos que dejen de salir, de viajar, que no vayan a sus oficinas; es decir, que reduzcan toda forma de vida económica normal. Los únicos que no se ven afectados son aquellos que trabajan completamente a través del ciberespacio. Pero incluso ellos tienen que comprar algunos bienes de consumo, como alimentos, e incluso si hacen un pedido en línea, alguien tiene que entregarlo.
Como resultado, los mercados están lógicamente preocupados por un colapso de la actividad económica y, derivado de ello, por un colapso de las empresas, no solo de los beneficios. La expansión de los balances de los bancos centrales no servirá para solucionar ese temor, a menos que sean solo los bancos, estamos preocupados por el ahorro.
Lo que se necesita en las circunstancias actuales son acciones para que cada uno de nosotros confíe en que, si seguimos el consejo de los expertos médicos, especialmente si nos aislamos –restringiendo con ello deliberadamente nuestros ingresos personales–, los gobiernos podrán hacerlo bien. En esencia, necesitamos un rescate financiero de las personas. Un rescate inteligente y persuasivo.
Tras discutir esta idea con un par de expertos económicos, existen considerables dificultades para ir más allá del simple concepto. En EEUU, por ejemplo, la Reserva Federal tiene restricciones legales para hacer transferencias directas de efectivo a personas o empresas, y esto podría ser cierto en otros países. Pero las autoridades fiscales pueden superar este impedimento a través de un bono especial, cuyos ingresos podrían transferirse a individuos y empresarios. Los bancos centrales están en condiciones de financiar fácilmente dichos bonos.
Una decisión de este tipo, además, redundaría en la percepción y la realidad de la independencia del banco central. Yo estoy entre quienes sostienen que los bancos centrales solo pueden ejercer su independencia si lo hacen con prudencia. Otros argumentarán que, en medio del debate sobre la igualdad, cualquier apoyo a los ingresos debe estar dirigido a aquellos con ingresos muy bajos, mientras que los que ganan más o las grandes empresas no deben recibir nada, o muy poco. Comprendo este planteamiento, pero ignora la centralidad del actual shock económico. Todos nuestros cafés y restaurantes, así como muchas de las aerolíneas y otros sectores están en riesgo de no poder sobrevivir, y todos ellos son grandes empleadores.
En este momento, lo esencial es el tiempo, y necesitamos que los responsables políticos actúen lo antes posible. De lo contrario, los mecanismos de transmisión, incluidos los que garantizan el funcionamiento de nuestra forma de vida surgida tras la Segunda Guerra Mundial, pueden verse desafiados.
Necesitamos un rescate financiero inteligente para las personas. Y lo necesitamos ahora.