A pesar de la mediación de Angola, la tensión se mantiene entre los presidentes de República Democrática del Congo (RDC) y de Ruanda, Félix Tshisekedi y Paul Kagame, respectivamente, a causa del resurgimiento militar del M23, uno de los principales grupos armados que actúan en el este del Congo. Tshisekedi acusa a Kagame de apoyar al M23, algo que este niega. Después de diez años de inactividad, el M23, mayoritariamente formado por tutsis congoleños, lanzó una ofensiva en noviembre de 2021 en la provincia de Kivu Norte, en la que, enfrentado a unas indisciplinadas fuerzas armadas del Congo, logró ocupar la localidad de Bunagana, fronteriza con Uganda.
En la reunión de Luanda, de principios de julio, el presidente angoleño, João Lourenço, consiguió que tanto Tshisekedi como Kagame se comprometieran a desescalar un conflicto que parecía abocado a una guerra entre los dos países. En los días previos al encuentro, Tshisekedi no había descartado una confrontación bélica con Ruanda, cuyo presidente seguía negando el apoyo al M23 y acusaba a su homólogo congoleño de sostener a las Fuerzas Democráticas por la Liberación de Ruanda (FDLR), otro grupo armado que se mueve por el este del Congo. Debilitado tras la operación militar de 2009, el FDLR está integrado en gran parte por hutus ruandeses. Fue creado en el año 2000 por hutus que se habían refugiado en el este del Congo tras la llegada al poder del Frente Patriótico Ruandés (FPR), encabezado por Kagame, en 1994. Muchos refugiados habían participado en el genocidio perpetrado en Ruanda contra los tutsis, que causó la muerte de 850.000 personas, según las Naciones Unidas.
En junio, en la frontera común, también se habían registrado graves incidentes, de acuerdo con International Crisis Group (ICG). En Goma, la capital de Kivu Norte limítrofe con Ruanda, miles de personas marcharon, coreando consignas contra Kagame, hasta llegar a la frontera ruandesa. Dos días después, un soldado congoleño disparó contra los militares ruandeses. Fue abatido.
La ofensiva del M23 se desencadenó al mismo tiempo que las fuerzas armadas de Congo y Uganda lanzaban una operación conjunta, denominada Shujaa (héroes en suajili), contra las Fuerzas Democráticas Aliadas (ADF, por sus siglas en inglés), un grupo de origen ugandés pero implantado en las provincias de Kivu Norte e Ituri. La operación era una respuesta a los ataques suicidas frente al Parlamento de Uganda y la comisaría central, en Kampala, atribuido al ADF, afiliado al Estado Islámico (EI). En la provincia de Kivu Sur, con el beneplácito de Tshisekedi, las fuerzas armadas de Burundi y miembros de la milicia hutu Imbonerakure atacaron las bases de RED Tabara, un grupo formado por tutsis burundeses opuestos al presidente, Évariste Ndayishimiye. Red Tabara, que cuestiona la hegemonía hutu en Burundi, había atacado el aeropuerto de Bujumbura en septiembre de 2021.
«Sin ideología, más allá de su defensa de un territorio determinado o la lealtad a un dirigente, las decenas de milicias nutren su esfuerzo de guerra de las industrias extractivas, en una zona rica en minerales, y del saqueo de las poblaciones locales»
El M23, las Fuerzas Democráticas Aliadas y el FDRL son solo tres grupos, los más importantes por su capacidad militar, de los numerosos que actúan en el este del Congo. La web Suhulu, en base a datos proporcionados por estudiosos, contabiliza decenas, formados en muchas ocasiones como milicias de carácter étnico o personal, conocidas como mai mai. Sin ideología, más allá de su defensa de un territorio determinado o la lealtad a un dirigente, nutren su esfuerzo de guerra de las industrias extractivas, en una zona rica en minerales, y del saqueo de las poblaciones locales. A veces reaparecen después de un tiempo de inactividad, como ocurrió con la Cooperativa para el Desarrollo del Congo (Codeco), una milicia de defensa de la comunidad lendu, que tomó de nuevo sus armas en Ituri, un año y medio después de firmar un acuerdo con el gobierno en agosto del 2020. En junio de este año, aceptó otra vez un alto el fuego.
Además de las FDRL y el ADF, en el este del Congo están implantados otros dos “grupos armados ilegales extranjeros”, según la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en la República Democrática del Congo (MONUSCO): el ugandés Ejército de Resistencia del Señor (LRA) y el burundés Fuerzas Nacionales de Liberación (FLN). El primero, en su origen formado por acholis, está muy diezmado por las campañas del ejército ugandés. Se mueve por el este del Congo y República Centroafricana. El segundo, formado por hutus enfrentados al gobierno burundés, de mayoría hutu, tiene su base en la provincia de Kivu Sur, con alianzas puntuales con las FDRL y Mai Mai Yakutumba. En cuanto a la Monusco, cuya Brigada Fuerza de Intervención (FIB) se enfrente al ADF, está integrada por unas 18.000 personas. Los tres países que aportan más militares son Pakistán (1.974), India (1.888) y Bangladesh (1.634), según datos de la ONU de noviembre de 2021.
El este del Congo ha sido ingobernable tanto en tiempo del Estado Libre del Congo, una propiedad del emperador belga Leopoldo II (1885-1908), como en el periodo colonial y a partir de 1960 como Estado independiente. El presidente Mobutu Sese Seko, aliado incondicional de Occidente durante la guerra fría, fue depuesto por una guerrilla asentada en el este, cuyo dirigente Laurent Désire Kabila había sido compañero de armas del Che Guevara durante la aventura africana de este. Con el apoyo de militares ugandeses y ruandeses, Kabila acabó con el régimen de Mobutu, en mayo de 1997, unos meses después de iniciar la revuelta en el lejano este. Rotas las relaciones con Kabila, Uganda y Ruanda volverían a entrar en 1998 en el Congo, en esta ocasión para intentar derrocar al presidente congoleño. No lo lograrían, puesto que Kabila pararía la ofensiva con la ayuda de Angola, Namibia y Zimbabue. En las dos guerras, los actores externos saquearon cuantiosos recursos naturales, como denunciaron organizaciones sociales.
«Aunque Tshisekedi las defiende como necesarias para poner fin a los grupos armados, las intervenciones foráneas amenazan con revivir el Congo de la guerra civil»
En la crisis actual se ha implicado un actor que había permanecido ajeno al conflicto: Kenia. Una vez adherida el pasado marzo RDC a la Comunidad de África del Este (EAC), una organización regional, el presidente de Kenia, Uhuru Kenyatta, impulsó un acuerdo para desplegar una fuerza militar en el este del Congo. Una propuesta aceptada por Tshisekedi con la condición de que en dicha misión no participasen militares ruandeses. Según Africa Confidential, Kenyatta había sido advertido por sus servicios de inteligencia de la presencia de kenianos en las filas del ADF, con lazos con grupos yihadistas de Tanzania que combaten en el norte de Mozambique.
Aunque Tshisekedi las defiende como necesarias para poner fin a los grupos armados, las intervenciones foráneas amenazan con revivir el Congo de antes del acuerdo de 2003, del fin de la guerra civil, con la presencia de ejércitos de países vecinos. Veinte años después, Congo sigue siendo un Estado débil, con una capital, Kinsasa, situada a casi 3.000 kilómetros del polvorín del este, y unas fuerzas armadas sin modernizar, desmotivadas y dedicadas en parte al pillaje. Ruanda, cuyo presidente Kagame no esconde su afán de liderazgo regional, se ha consolidado en este tiempo como un Estado fuerte, tan poco democrático como Uganda y RDC, pero fiable para las capitales occidentales, como se puso de manifiesto en la cumbre de la Commonwealth, celebrada en Kigali en junio, y con los elogios del primer ministro Boris Johnson tras el acuerdo para acoger a candidatos a migrantes rechazados por las autoridades británicas.