Relevo en la Reserva Federal

 |  15 de octubre de 2013

La nominación de Janet Yellen para la presidencia de la Reserva Federal (Fed) de Estados Unidos, formalizada el 9 de octubre por Barack Obama, supone un hito en la historia del banco central americano. En enero de 2014, la economista neoyorkina se convertirá en la primera mujer que preside la Fed desde su fundación en 1913. Yellen se ha hecho con la nominación a pesar de contar con rivales formidables como Larry Summers, favorito de una administración Obama que ha confiado la gestión de la economía a antiguos clintonianos. Además, el mandato de Yellen consolidará el viraje ideológico de la Fed desde el estallido de la crisis financiera de 2008. Ese viraje es consecuencia del predominio de los llamados economistas “palomas” –para los que prima la recuperación económica y la lucha contra el desempleo– sobre los “halcones”, centrados en el control de la inflación y la reducción del déficit.

Yellen pertenece a la facción de las palomas. Alumna del keynesiano James Tobin y afín a las ideas del reciente premio Nobel Robert Shiller, las posiciones de la actual vicepresidenta de la Fed la encuadran como una economista progresista, cuya preferencia es combatir el desempleo y no la inflación. Se espera que Yellen prolongue la política de tipos bajos e inyecciones de liquidez –conocidas como Quantitative Easing o QE– emprendida por su predecesor, Ben Bernanke. Estos estímulos, que actualmente rozan un volumen de 85.000 millones de dólares mensuales, no están exentos de polémica. Exportadores netos como Alemania y China los han criticado, y el financiero Warren Buffet también ha mostrado escepticismo sobre su viabilidad. Pero existe un creciente consenso, respaldado por el Fondo Monetario Internacional, en torno a la necesidad de mantener las inyecciones de liquidez mientras la recuperación económica no se consolide. Es por eso que tanto los mercados como la prensa liberal han acogido la nominación de Yellen como una noticia positiva.

La reacción no deja de ser sorprendente. Durante los mandatos de Paul Volcker (1979-1987) y Alan Greenspan (1987-2006), la Fed –descrita por The Economist como “la tecnocracia independiente más poderosa del mundo”– se convirtió en un bastión antiinflacionista. En la década de los noventa, la noción de que los bancos centrales debían ser entidades independientes dedicadas exclusivamente al control de la inflación devino dogma mundial. Pero Greenspan, arquetipo del banquero central neoliberal, no fue capaz de predecir la burbuja inmobiliaria que colapsó en 2008. En una comparecencia ante el Senado estadounidense, el antiguo gurú del capitalismo admitió que “su ideología” –basada en la absoluta confianza en el libre mercado– fracasó a la hora de diagnosticar la crisis. Su descalabro ha abierto la puerta de la Fed a gestores menos ortodoxos, como Bernanke o la propia Yellen, que advirtió de la existencia de la burbuja tres años antes de que estallara.

La evolución de la Fed refleja la tensión propia de su doble mandato. La institución debe contener la inflación por debajo del 2% y al mismo tiempo garantizar el pleno empleo. Resulta imposible cumplir ambos objetivos en un periodo de crisis económica, pero la ambigüedad del mandato permite priorizar la opción que resulte más urgente. En este caso es más importante combatir el desempleo, que se mantiene en torno al 7,3% de la población activa frente a una inflación del 1,5%.

Esta elección, por desgracia, no está disponible para el Banco Central Europeo (BCE), diseñado con el único fin de contener la inflación. Es por eso que Jean-Claude Trichet, gobernador del BCE entre 2003 y 2011, respondió a la crisis con una subida de tipos de interés y reivindicó su gestión únicamente en términos del éxito combatiendo la subida de precios. Poco importan los abrumadores índices de paro en la periferia de la zona euro. Y al tardar en asumir su papel como prestamista de última instancia, el BCE, al contrario que la Fed, ha pasado gran parte de la crisis siendo parte del problema y no de la solución. La gestión de la moneda única ha mejorado bajo el mandato de Mario Draghi, pero no deja de presentar importantes problemas. Es por esto que el relevo en la Fed también debe servir como punto de partida para un debate sobre las limitaciones institucionales del BCE.

 

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