Se acercan las elecciones generales en Argentina (25 de octubre) y se eleva la temperatura del clima político. Sobre la mesa se discute si el debate entre los candidatos presidenciales fue positivo, si habrá cambio o continuidad, si la presidenta hace cadenas nacionales, si hay propuestas o solo eslóganes… y obviamente otros asuntos quedan fuera de la agenda del día a día.
El 9 de agosto se votó en las Primarias Abiertas Simultaneas y Obligatorias (PASO). Además de ser una herramienta democrática y plural, las PASO (creadas por ley en 2009) tienen otras funciones de política electoral, además de permitir que los electores elijan sus candidatos para las elecciones.
Según se ha comprobado en todas las PASO, una función no menor es servir a los partidos políticos como “tester” del alcance territorial-electoral de cada partido y candidato (además de posicionar o consolidar posiciones). Una correcta lectura de los resultados de las PASO permite focalizar el trabajo de base en los distritos electorales (sea para afianzar los que se ganan, o revertir aquellos donde se ha perdido). De hecho, quien mejor lo ha entendido es el gobierno nacional. Entre las PASO y las elecciones (en 2011 y 2013) el oficialismo siempre ha aumentado su caudal electoral en un 5%… justamente el porcentaje que le hace falta al candidato oficialista para ganar la elección en “primera vuelta”. Lo cual hace muy probable la victoria de este candidato, a menos que ocurra un evento exógeno que cambie las expectativas de los electores.
Si bien el candidato opositor, Mauricio Macri, necesita aumentar su caudal electoral en poco de más de 1.400.000 votos para forzar un “ballotage” (con un 35%), Daniel Scioli, candidato oficialista, necesita aumentar su caudal en algo menos de dos millones de votos para ganar directamente, con el 45%. Parece más probable que el gobierno nacional logre su objetivo antes que el candidato opositor, cuya base territorial es la ciudad de Buenos Aires.
El verde amor de los argentinos
Desde el fallido de Macri con respecto a la liberación del control de sobre la venta de dólares si fuera presidente al día siguiente de asumir el cargo (el 11 de diciembre de 2015), la cuestión del tipo de cambio casi no ha vuelto a aparecer en la agenda de campaña.
En Argentina existen de facto tipos de cambio diferenciales, de los cuales tres son controlados por el gobierno y el resto por el “mercado”. Justamente los tipos de cambio no controlados por el gobierno son “sensibles” a las coyunturas políticas, y en especial las electorales.
Con el “divorcio” entre el oficialismo y el mercado financiero, hay variables que se han vuelto muy predecibles. El lunes siguiente a cada elección, en cualquier distrito o provincia, si ha ganado la oposición los valores en la Bolsa de Buenos Aires ascienden, y desciende el dólar “blue”. Y si ha ganado el oficialismo, se da la inversa. Desde la victoria de Scioli en las PASO, el valor del dólar “blue” ha subido de manera persistente.
Para hacer más complejo el panorama, en el imaginario del argentino medio modificar el tipo de cambio (en realidad, una posible devaluación) está asociado con el “ajuste” macroeconómico (una redistribución negativa de la renta) o simplemente una crisis. Y de crisis los argentinos tienen alguna experiencia (cabe recordar la de 1989 y la de 2001).
Quizá por ello los candidatos opositores hablan de combatir la inflación, y poco más con respecto a qué harán en materia de política económica. El asunto era parte de la agenda el año pasado, tras la devaluación de enero de 2014, que aceleró la inflación. Además de las críticas a las mediciones del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, durante 2014 los posibles candidatos proponían, en un difícil equilibrio, una reducción de la inflación, de los impuestos y del gasto público, sin reducir la inversión social (?) y aumentando la obra pública. Mientras, el candidato oficialista prometía reducir la inflación de manera gradual, y mantener el modelo de aumento del consumo y la producción.
Los desequilibrios macroeconómicos de Argentina, observables en el déficit fiscal y de balanza comercial, están apalancados por la política fiscal y monetaria expansiva llevados a cabo en los últimos diez años. La economía se “recalentó” por el crecimiento de la demanda sobre la oferta. El problema de los candidatos radica en que proponer, o simplemente sugerir, ajustes monetarios y fiscales es casi un suicidio electoral.
¿El ajuste que no será?
A la luz de esto resulta comprensible ver al candidato opositor dando marchas y contramarchas en su discurso en el último año. Mientras, el candidato oficialista no precisa cuál será su política económica en caso de alcanzar el poder.
La gran duda del electorado es cuál de los candidatos que gobernará el país durante los próximos cuatro años podrá: a) mantener el nivel de consumo interno y de gasto público; b) al mismo tiempo reducir o eliminar el déficit fiscal y de balanza comercial, y c) reducir los impuestos y la inflación. Y eso en una economía mundial donde el precio de las commodities baja y el principal socio económico de Argentina (Brasil) devalúa su moneda.
Frente a este panorama, cerremos con la idea de que la prolijidad macroeconómica es como un “doble 5” en el fútbol (digamos un Mascherano). No gana partidos, pero permite que los habilidosos jueguen tranquilos y hagan los goles.