El 2 de octubre fue día de festejos en la franja de Gaza y en la ciudad palestina de Ramala. Los dirigentes que hasta ahora habían controlado el territorio costero organizaron una cálida recepción en honor de la delegación de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), que por primera vez en meses ponía los pies en la ciudad de Gaza. Reparto de dulces y fuegos artificiales se vieron teñidos por una mezcla a partes iguales tanto de esperanza y emoción como de desconfianza y hastío. En 2011, al mismo tiempo que un importante número de poblaciones árabes se echaban a la calle para exigir “pan, libertad y justicia social”, los palestinos se manifestaron bajo el lema “por el fin de la división”, en referencia a un movimiento nacional palestino que lleva más de una década fracturado. El 18 de noviembre se hacía eco de esta aspiración una conferencia para “Apoyar la reconciliación palestina, terminar la división y restaurar la unidad nacional” en la ciudad de Gaza y una marcha popular, con el mismo mensaje, en la capital administrativa de Cisjordania.
El período que comenzó tras la guerra civil entre Fatah y Hamás de 2007 ha sido testigo de seis anuncios a bombo y platillo de acuerdos de reconciliación, malogrados por motivos derivados en mayor o menor medida de una enraizada desconfianza mutua. El recelo no ha desaparecido, convirtiendo cualquier discurso sobre el acercamiento en una decisión táctica en el cada vez más impredecible tablero de juego de la política palestina. El proceso había estado hasta ahora exento de obstáculos insuperables, al menos de cara al público, lo que demuestra que son varios los actores, fuera y dentro de las fronteras de Palestina, que apuestan por –y obtendrían beneficios de– una reconciliación entre facciones palestinas.
Hamás y Fatah, entre la espada y la pared
El primer paso en esta enrevesada coreografía recayó sobre Hamás, arrinconado desde el punto de vista político y económico. El movimiento cedió a las precondiciones impuestas para que la ANP, dominada por Fatah, levantara las sanciones impuestas durante meses, y aceptó participar en las negociaciones patrocinadas por el régimen egipcio, que culminaron el 12 de octubre en un acuerdo marco para la reconciliación. Hamás desmanteló el gobierno provisional, que dio relevo al Gobierno de Consenso Nacional formado en 2014, liderado por el primer ministro Rami Handalla, y el 1 de noviembre, en un punto de inflexión, cedió el control sobre sus cinco pasos fronterizos a la ANP. Hamás, Fatah y otras facciones palestinas se han reunido en varias ocasiones para dar las últimas puntadas al proceso, siempre con objeciones. Estaba previsto que la Autoridad retomara el control total de la franja de Gaza el 1 de diciembre, fecha súbitamente retrasada entre acusaciones mutuas.
En lo que paradójicamente podría denominarse un paralelismo con los Acuerdos de Oslo de 1993, ambas partes llegaron a acuerdos en los puntos en los que ya existía concierto, ignorando así los aspectos más controvertidos, bajo presión y supervisión internacionales. Las sanciones que estrangulan a la población gazatí siguen en pie, así como siguen en el aire cuestiones de peso: la recaudación de impuestos, la manera de integrar a Hamás en el marco de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) sin que Fatah pierda preeminencia, la coordinación entre las fuerzas de seguridad de ambos territorios, y la cuota del presupuesto que corresponderá al superpoblado territorio.
Aunque gran parte de las disputas sobre el terreno giran en torno al futuro de los empleados públicos de ambas facciones, el principal punto en contención apunta al desarme del brazo armado de Hamas, las Brigadas Izz ad-Din al-Qassam. Los dirigentes del movimiento se niegan tajantemente a esta cesión, conscientes de que no es solo su instrumento principal de resistencia frente a Israel, sino sobre todo fuente de gran parte de su popularidad y legitimidad dentro y fuera de Gaza. Poco tardó el llamado “modelo Hezbolá” en aflorar de los labios de varios oficiales y comentaristas. El traspaso de control tendrá lugar, pero será limitado. El acuerdo-marco de reconciliación sí que trae consigo una hudna (tregua): Hamás y Fatah se han comprometido a no llevar a cabo acciones unilaterales –como actos terroristas– que puedan poner en peligro el proceso de reconciliación. Una duda queda en el aire: ¿haría esa expresión también referencia a acuerdos alcanzados con Israel que afecten de una forma u otra al futuro de Palestina? Un dossier espinoso que tampoco parece haber sido abordado, no por menos prioritario, es el de una agenda política consensuada.
Fuente: El País
Batalla de (im)popularidades
Mahmoud Abbas no podía negarse a una reconciliación que llevaba meses dificultando. Una componenda que sin embargo puede representar para él un arma de doble filo: mientras que a corto plazo consolida su liderazgo y prestigio, ambos significativamente mermados tras 13 años de mandato; a medio-largo plazo puede arrojar luz sobre la incapacidad de la ANP, adicta hoy al “gobierno por decreto”, de gestionar un pseudo-Estado y así acelerar o empeorar el colapso de la institución que no pocos analistas vaticinan tras la muerte de Abu Mazen. El acuerdo fortalecería la influencia de Hamás en Gaza, e incrementaría sus posibilidades de tomar el control de Cisjordania. Es quizás este un motivo de los arrestos de operativos de Hamás estas últimas semanas.
Aunque no existe una alternativa verosímil e institucionalizada, la mayoría de palestinos, en particular los jóvenes, declaran sentir una frustración creciente vis à vis el desempeño de la camarilla de Abbas, a la que por si fuera poco acusan de complicidad con la ocupación israelí. Son estos factores los que convierten en incierto el compromiso de celebrar elecciones generales por primera vez desde 2006 (previstas para finales de 2018): dos encuestas recientes del Centro Palestino para la Investigación de Políticas y Encuestas (PCPSR) revelaban por una parte que un 67% de los encuestados en Gaza y Cisjordania quieren que Abbas abandone su cargo, y por otra que si se celebraran elecciones presidenciales siendo candidatos los respectivos líderes de Fatah y Hamás, el segundo recibiría el 50% de los votos, en comparación con 42% para Abbas.
Luz verde de Israel y Estados Unidos
La reconciliación palestina podría en teoría ayudar a retomar las negociaciones con unas autoridades israelíes que alegaban como pretexto la incapacidad de Abbas de hablar en nombre de una Palestina con una sola voz. Benjamin Netanyahu fue raudo en declarar de cara a la galería: “Queremos una paz genuina, y es por esto que no participaremos en negociaciones con una organización terrorista con disfraz diplomático”. No obstante, y a diferencia de 2014 –año en el que se firmó el último acuerdo fallido–, Netanyahu no ha amenazado con imponer sanciones. Esta vez no hubo admoniciones, pero si permisos para que una delegación de más de 300 personas entrara en Gaza a principios de octubre. El acuerdo del Cairo puede así representar una excusa tanto para que los israelíes se nieguen a participar en cualquier proceso de transacción como para que Netanyahu apueste por la paz, Donald Trump mediante, con la esperanza de sobrevivir políticamente
Tanto Israel como EEUU fueron informados por Egipto, con carácter previo, de los detalles del acuerdo. Ambos países han dado entre bastidores luz verde a una reconciliación palestina que hoy por hoy se alinea con sus intereses respectivos: mientras que la administración Trump tiene ante sí una nueva oportunidad de resucitar el llamado Proceso de Paz en Oriente Medio, Israel mantiene el status quo y puede centrarse en otras prioridades domésticas e internacionales. A pesar de una narrativa agresiva en Gaza y Tel Aviv, un enfrentamiento como los de 2014, 2012 o 2008 parece hoy más lejano que nunca, ya que el acuerdo del Cairo evitaría que Gaza caiga en el abismo al que lleva años asomándose.
¿Reconciliación con un ‘nuevo’ Hamás?
Hamás celebrará el 30 aniversario de su creación este mes de diciembre haciendo balance de un 2017 que ha protagonizado el punto de inflexión más dramático de su historia, marcado por un giro hacia el pragmatismo y la moderación que sigue los pasos tomados por la OLP en los años ochenta. Esta evolución es consecuencia de numerosos factores, entre los que destaca la necesidad que tiene el grupo de legitimación tanto interna como externa, enfrentado a realidades sociales y geopolíticas muy diferentes de las que definieron su creación a finales de los años ochenta. El “renovado” Hamás plasmó los principios de su actuación en un flamante Documento político presentado en marzo y puso al mando del movimiento a un liderazgo más cercano a la población gazatí, consciente de sus dificultades y exigencias, así como de los errores de sus predecesores: Ismail Haniyeh como nuevo líder del politburó, Yahya Sinwar como líder del movimiento en la Franja, y muy recientemente Saleh al-Arouri, con importantes conexiones con Hezbolá y en Cisjordania, como segundo a bordo del politburó.
El acuerdo es esencial para mantener a Hamás en el poder a largo plazo, consciente el movimiento de las facciones de oposición local que esperan capitalizar el vacío de poder causado por el mínimo debilitamiento. Hamás no llevará las riendas del gobierno en Gaza, pero seguirá influyendo en el día a día de la Franja sin verse limitado por las demandas sociales y podrá operar con mayor libertad y autoridad en Cisjordania. Estas últimas semanas, el movimiento ha aprovechado para dejar clara su creciente influencia y libre albedrío gracias a una política exterior robustecida. Esta última recuerda por momentos a la política de cero problemas con sus vecinos de la Turquía de 2011, aunque adaptada a la situación actual.
Firma del acuerdo de reconciliación en el Cairo, el 12 de octubre, entre al-Arouri (Hamás) y Azzam al-Ahmad (Fatah).
El boicot del Cuarteto árabe a Catar, así como las disyuntivas regionales e internas de Turquía, dejaron a Gaza en una situación financiera y política extremadamente delicada, que los líderes de Hamás aprovecharon para reparar relaciones con Egipto y sus generosos aliados del Golfo. Este acercamiento se vio simbolizado por un acuerdo el pasado mes de junio entre Hamás y Mohammed Dahlan, archienemigo de Abu Mazen. Hamás demostraba así que no dependía exclusivamente ni de Catar desde el punto de vista económico, ni de la ANP desde el punto de vista político. Las recientes visitas de dirigentes del movimiento a Irán son también indicativas de que Hamás seguirá privilegiando una política exterior autónoma y multidimensional.
Hamás se vio además desguarnecido ante la evidencia de que los países árabes tienen hoy en día la intención y ambición de normalizar sus relaciones con Israel. Los últimos acontecimientos protagonizados por Arabia Saudí en el plano regional pueden erigirse en el obstáculo que ponga a prueba el pragmatismo del movimiento. Abbas fue convocado repentinamente en Riad tras la dimisión de Saad Hariri como primer ministro del Líbano, donde recibió órdenes tanto de aceptar un acuerdo de paz israelí-palestino diseñado por la administración Trump, como de librarse de cualquier influencia iraní en la arena política palestina. Un mensaje claro dirigido a Haniyeh y los suyos.
El objetivo de Hamás consiste en evitar por todos los medios quedar atrapado por la trampa de enredos políticos nacionales y regionales que puedan amenazar su legitimidad popular, tanto dentro como fuera de sus fronteras. Sus dirigentes abrigan en paralelo la esperanza de que su flexibilidad sea correspondida con ciertas dosis de apertura en la región y, sobre todo, en Occidente. Estos últimos tendrían cada vez menos excusas para no reconocer de hecho, si no de iure, a Hamás, ya que, pese a su boicot oficial al gobierno islamista y sus declaraciones incendiarias contra el grupo, gran parte de sus representantes ya tratan directa o indirectamente con el movimiento, tanto sobre el terreno como en otros foros informales.
¿Esta vez sí?
Son varios los procesos de reconciliación frustrados que Hamás y Fatah tienen a sus espaldas. Gran parte de los obstáculos y dificultades a una mayor unidad están aún presentes. Y aunque los acontecimientos recientes inspiren pesimismo, se hace necesario poner énfasis en los indicadores que apuntan a que la reconciliación sí podría esta vez ser posible, de lo que la población de Gaza sería la gran beneficiaria. El principal es la flexibilidad que ha demostrado el liderazgo de Hamás, prueba de su compromiso con la única decisión que puede evitar el colapso de la Franja. Otra diferencia fundamental es que Hamás, que ha dejado claro que es imprescindible a la hora de dar voz al pueblo palestino, participaría activamente en el nuevo ejecutivo. El nuevo gobierno gozaría, al contrario que sus predecesores, de mayores dosis de apoyo y legitimidad popular. Todo esto se añade a un contexto regional en el que ningún actor desea que Gaza y Cisjordania caigan de nuevo presas de la inestabilidad.
Los próximos meses podrían dar pie a un nuevo fracaso estrepitoso en el que de nuevo la norma sea incriminar al otro, o bien a un coctel de escaramuzas y pasos graduales y simbólicos para tratar de convencer a los palestinos de que el proceso avanza, aunque sea lentamente. Algo que las dos facciones se verán obligadas a acompañar de mejoras en la vida cotidiana de sus respectivas y desafectas poblaciones. En última instancia, nada hace pensar que los palestinos podrán ejercitar en el corto y medio plazo el derecho de autodeterminación reconocido en un sinfín de ocasiones por el Derecho Internacional. Esto último solo será posible cuando el Movimiento Nacional Palestino sea capaz de hablar y caminar con una sola voz, en nombre del interés general del pueblo palestino en su conjunto.