españa política exterior
Alberto Núñez Feijóo con Ursula von der Leyen en la cumbre del Partido Popular Europeo (Bruselas, 29 de junio de 2023). PARTIDO POPULAR

Recobrar nuestra voz en el mundo

De España se espera un papel protagonista en la escena internacional, intrínsecamente unido al proyecto europeo, aportando su enfoque particular sobre el Mediterráneo y desarrollando su vocación atlántica.
Alberto Núñez Feijóo
 |  10 de julio de 2023

La política exterior en esta legislatura ha estado marcada por una mezcla de improvisación, ineficiencia, contradicciones y opacidad, que han empobrecido la posición de España en el mundo y han roto importantes consensos básicos. Sin haber realizado ninguna contribución hasta la fecha, no solo hemos perdido influencia sino también capacidad e iniciativa.

Este análisis poco alentador no debe sin embargo conducirnos a pesimismo. Como he dicho en más de una ocasión, la política exterior no es cosa de un solo hombre o de un solo gobierno, sino que debe ser una obra en conjunto de toda la sociedad española. Por eso mismo tengo la absoluta certeza de que, con los medios, las personas y la determinación necesarias, España puede en poco tiempo recuperar el lugar que le corresponde dentro de la comunidad internacional.

En un mundo cada vez más interdependiente y globalizado, pero también más inestable e inseguro, lo que sucede más allá de nuestras fronteras tiene una repercusión casi directa dentro de ellas. Por decirlo de otra manera, nuestros intereses se defienden tanto desde España como fuera de ella. Nuestra política exterior debe volver a ponerse al servicio de los intereses generales de la nación, haciendo partícipe de ella a sus ciudadanos, a la sociedad civil y a sus empresas. Nuestra democracia necesita ser vigilante frente a amenazas o agresiones exteriores. La defensa del orden constitucional, de nuestra soberanía e integridad territorial necesitan de una acción exterior sostenida y coherente con este mandato.

España debe ser un socio fiable con una política exterior estable, predecible y sin bandazos. Por tal motivo, la política exterior de nuestro país debe ser la lógica proyección de una política interior adecuadamente estructurada, solvente, productiva y mantenida en torno a las características básicas de un país democrático, europeo y occidental. Una política exterior eficaz y seria, asentada en nuestras fortalezas y alianzas, y firmemente anclada sobre los tres pilares básicos que han sostenido nuestra acción exterior a lo largo de la historia, es decir: Europa, el Mediterráneo y la vocación Atlántica.

Europa es hoy una parte insoslayable de nuestra realidad nacional. Y España es, a su vez, un actor indispensable en el proyecto de construcción europea. Para una inmensa mayoría de españoles, el europeísmo es una seña de identidad irrenunciable.

La Unión Europea ha sufrido crisis muy severas los últimos años, desde la crisis económica y financiera de 2009 hasta la invasión rusa de Ucrania, pasando por la crisis terrorista, la crisis de migrantes y refugiados en Europa, el Brexit, la emergencia sanitaria provocada por el Covid-19, o el auge de populismos y radicalismos de todo tipo. En cada una de ellas, ha reaccionado dando pasos adelante para impulsar la integración y lo ha hecho cada vez mejor, con más determinación y velocidad. Ciertamente nos enfrentamos a un aumento de las voces nacionalistas y euroescépticas, pero en la inmensa mayoría de los gobiernos de los 27 socios existe un compromiso europeísta. La UE sigue siendo el mejor proyecto político de nuestro tiempo y de nuestra historia.

 

España, parte fundamental del proyecto europeo

La mejor aportación que España puede hacer a la construcción europea, al tiempo que definimos los intereses estratégicos de nuestro país, consiste en adaptarlos y convertirlos en prioridades para la Unión. Para la política exterior española, la unidad europea constituye un elemento primordial. España debe recuperar peso político en Bruselas, con capacidad de plantear iniciativas y estar en el grupo de los países que definan el futuro continental. Es fundamental continuar apoyando la integración europea, incluyendo la definición de nuevas áreas donde sea posible llevar a cabo una cooperación reforzada.

La pregunta de los siguientes años es si la Unión se dotará de la capacidad para gestionar asuntos geopolíticos de gran envergadura. Es decir, si la UE se convertirá en un actor global equiparable a Estados Unidos y China o si solo seguirá siendo un mercado común, el mayor del mundo, por ahora.

Debemos proteger nuestros sectores estratégicos frente a China, reducir nuestra dependencia de ella y asegurar el suministro de energía y materias primas a Europa. España debe trabajar en el seno de la UE y de la mano de sus aliados para establecer una nueva política de relaciones globales con Pekín.

También debemos ser capaces como Unión de defender sus intereses y proyectar sus valores en el mundo con una sola voz, aunque esta voz tenga matices distintos. Europa se juega su futuro fuera de sus fronteras y debe ser capaz de transformarse en un actor global eficaz. El debate necesario de autonomía estratégica europea debe llevarnos a plantear cómo seguimos apoyando la alianza estratégica con Washington y las instituciones globales sin ceder más nuestra soberanía. En este sentido, es posible desarrollar un pilar de seguridad y defensa propio en plena sintonía y coordinación con la OTAN, que debe seguir siendo eje central de la seguridad continental.

España debe, por tanto, apoyar e impulsar esta autonomía estratégica que pueda dotar a la Europa comunitaria de una capacidad integrada de seguridad y defensa en el plano militar así como en el tecnológico e industrial, sin que ello sea obstáculo para una permanente coordinación con las actividades y proyecciones de la Alianza Atlántica en este terreno.

España apoyará decididamente la incorporación de Ucrania a la UE y en la Cumbre de Vilnius de la OTAN de esta semana se deben encontrar fórmulas para seguir profundizando en la relación de la Alianza con Ucrania porque los valores que están defendiendo los ucranianos son la razón de ser que llevó en 1949 a firmar el Tratado del Atlántico Norte.

 

«El debate necesario de autonomía estratégica europea debe llevarnos a plantear cómo seguimos apoyando la alianza estratégica con Washington y las instituciones globales sin ceder más nuestra soberanía»

 

A este respecto, la industria española de defensa debe jugar un papel protagonista. Es imprescindible incentivar la industria de defensa nacional como sector estratégico precursor de la I+D+i y dinamizador de la investigación civil, priorizando la inversión en España y promoviendo que el suministro de material de defensa se realice por nuestras empresas o con aliados.

Por otro lado, profundizar en la integración europea requiere abordar la reforma de los tratados. Tras el fracaso de la Constitución Europea en 2005 y la solución planteada a través del Tratado de Lisboa en 2010, la Unión y los Estados miembros deben abordar, con objetividad y prudencia pero sin recelos, una necesaria modificación de la arquitectura institucional que asegure la consolidación del mercado único y el espacio de libertad, seguridad y justicia, así como la posibilidad de que las próximas ampliaciones puedan tener lugar con garantías, manteniendo la capacidad de desarrollar el acervo comunitario y el correcto funcionamiento de las instituciones. A este respecto, España debe apoyar las aspiraciones de aquellos países que quieran ingresar en la Unión, siempre y cuando se den todas las condiciones necesarias para ello.

La vuelta a las negociaciones sobre el Pacto de Estabilidad y Crecimiento es otra de las cuestiones que van a suscitar debate dentro de las instituciones. España debe contribuir con el objetivo de garantizar que el nuevo marco sea más sencillo, trasparente y eficaz para impulsar un crecimiento sostenible e integrador en toda la Unión.

Por otro lado, la defensa de la competitividad de nuestras empresas debe ser una prioridad. España debe defender una política de competencia europea que preserve al mismo tiempo el mercado interior y la competitividad de las empresas europeas en los mercados globales. Debemos prestar especial atención a la creación de un entorno regulatorio seguro y predecible que favorezca el emprendimiento, la creación de empleo y la prosperidad de todos los ciudadanos. El mercado único europeo debe seguir siendo un espacio de oportunidades, de innovación, de crecimiento y de creación de empleo de calidad.

La guerra iniciada por Rusia ha puesto en firme la necesidad de rebajar nuestra dependencia energética. Debemos garantizar el suministro a precios asequibles para familias y empresas, fomentando una generación de energía mixta con mayor participación de energías renovables y bajas en carbono, pero sin renunciar a otras fuentes alternativas. En este sentido, cabe recordar que le corresponderá a España, como presidencia rotatoria del Consejo de la UE este semestre, formular los consensos necesarios para definir la contribución europea en la Conferencia de las Partes del Convenio de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP28) que se celebrará en Abu Dhabi a principios de diciembre. Que Europa salga fortalecida del proceso de descarbonización exige apoyo desde las políticas europeas a tecnologías y sectores que constituyen vectores fundamentales de crecimiento como la digitalización, las energías renovables, las industrias vinculadas a la salud y la industria agroalimentaria. Por ello, España debe impulsar marcos trasparentes para el desarrollo de estos sectores.

A corto plazo, el gobierno que salga de las elecciones del 23 de julio tendrá que asumir la responsabilidad que corresponde a España de presidir el Consejo de la UE entre la fecha de formación del nuevo gobierno y el 31 de diciembre de 2023. La presidencia debe concebirse como un proyecto de Estado, con transparencia y rendición de cuentas, que debe buscar el acuerdo con todas las fuerzas políticas y ofrecer un compromiso serio y solvente con nuestros socios en el Consejo y el resto de instituciones europeas.

 

Una España anclada al Mediterráneo

España debe recuperar el enfoque regional equilibrado con todos los países de la cuenca mediterránea. La relación de España con los países del Magreb debe estar basada en el respeto mutuo y a las normas de Derecho Internacional. Debemos impulsar una relación equilibrada con los países de la zona desarrollando múltiples intereses comunes en diferentes ámbitos: político, económico-comercial, cultural, energético, migratorio y de seguridad.

Por nuestros vínculos históricos, Marruecos es un socio fundamental de esta estrategia, sin que por ello se deba ver alterada nuestra posición tradicional respecto al Sáhara Occidental y a los esfuerzos de la ONU para alcanzar una solución política, justa, aceptable para todas las partes.

Otro de los asuntos pendientes que deberá abordar el próximo gobierno es la cuestión de Gibraltar, y la necesidad de retomar un diálogo responsable con el gobierno británico para abordar el proceso de descolonización y la recuperación de la soberanía, conforme a la doctrina establecida por la ONU. España debe analizar detenidamente la situación surgida tras el Brexit, y negociar defendiendo los intereses españoles en materia fiscal, financiera, medioambiental y de seguridad, prestando especial atención a la circulación de personas. Una negociación que debe hacerse con sentido de Estado.

Las crisis migratorias son otra de las grandes cuestiones pendientes de resolver en la UE. España es parte de la frontera sur de Europa. Una de las prioridades debe ser la conclusión del Pacto Europeo de Migración y Asilo que garantice una política de migración eficaz, humanitaria y segura, la protección y gestión de las fronteras exteriores y refuerce la solidaridad entre los Estados miembros.

 

Una España de vocación Atlántica

América Latina constituye una prioridad de la política exterior española, tanto en el plano bilateral como en el ámbito multilateral a través de la Comunidad Iberoamericana de Naciones. Sería ingenuo negar, sin embargo, que la situación política de la región ha empeorado en los últimos años con la llegada al poder de más dirigentes populistas y radicales. Especialmente preocupante es la situación en Cuba, Venezuela y Nicaragua. No obstante, o con más razón si cabe, la política exterior de nuestro país debe prestar especial atención a las relaciones con los países hispanoamericanos, ofreciendo la cooperación necesaria y facilitando su relación con la UE. La libertad, la democracia y el respeto a los derechos humanos están en la base de la Comunidad Iberoamericana de Naciones. Debemos defender estos valores, apoyando los procesos democráticos y los procesos regionales de integración. También a través de la UE España puede influir positivamente en el desarrollo del área latinoamericana. Los mercados y la prosperidad abren la puerta a la democracia y a la seguridad jurídica. España puede y debe liderar los esfuerzos europeos para la firma del Acuerdo UE-Mercosur y la modernización de los acuerdos con México y Chile.

La acción exterior de España debe trabajar para mantener y reforzar la privilegiada relación bilateral con Estados Unidos, tanto en el terreno político como en el de la cooperación en el terreno de la defensa, en el marco de la alianza estratégica trasatlántica que con ellos viene manteniendo España. Desde el estallido de la guerra en Ucrania, EEUU ha conseguido fortalecer la alianza transatlántica, logrando que los países europeos aumenten sus compromisos presupuestarios en defensa. El próximo gobierno debe defender un papel activo de nuestro país en la OTAN y en la construcción de la Europa de la defensa cumpliendo con los compromisos adquiridos. Además de en el campo de la seguridad, la condición de EEUU de aliado estratégico es indudable también en las relaciones económicas. España debe potenciar las raíces comunes para estrechar el vínculo con las comunidades hispanas que constituyen casi el 20% de la población y poner en valor el legado de España en el país.

África debe ser una prioridad de nuestra acción Exterior, particularmente en áreas como paz y seguridad, el fortalecimiento institucional y democrático, la lucha contra el terrorismo y tráfico de seres humanos, la migración irregular y el auge de fundamentalismos. Debemos contribuir, por solidaridad y por interés estratégico, a un desarrollo robusto, sostenible y democrático del continente.

En cuanto a la relación con Oriente Próximo, España, lugar de encuentro de las culturas cristiana, judía y musulmana, puede y debe recuperar su posición como interlocutor y mediador. Se trata de una región clave para nuestra seguridad energética, en la que se originan desafíos como las migraciones, el terrorismo o la intolerancia religiosa y, pese a todo, presenta numerosas oportunidades. El próximo gobierno deberá trabajar en favor de la construcción de marcos sólidos de relaciones con socios clave, como Israel y los países del golfo Pérsico, que permitan un aprovechamiento del enorme potencial existente a nivel bilateral.

Por último, y de la mano de nuestros socios europeos, España debe contribuir para hacer del Indo-Pacífico una región abierta, libre y segura donde la libre navegación, los intercambios comerciales y la estabilidad estén garantizados. Asimismo, puede ser muy beneficioso para España potenciar en los próximos años la relación con India, Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda.

 

Una clara dirección política y un análisis certero de riesgos y oportunidades

El mundo se está transformando. Nunca desde la caída del muro de Berlín y el fin de la guerra fría habíamos visto tanta inestabilidad e inseguridad en tantas partes del mundo y al mismo tiempo. Son muchas y diversas las crisis que hemos atravesado en los últimos tiempos. Sin caer en el pesimismo, el futuro que se presenta no parece por el momento mucho más alentador.

El proyecto europeo sigue resintiéndose al calor de las inquietudes nacionalistas y de una arquitectura institucional en exceso encorsetada; la incertidumbre se ha vuelto a instalar en todas nuestras fronteras, con la instrumentalización de inmigrantes y refugiados por parte de terceros países, la amenaza de la guerra híbrida, el aumento de las tensiones territoriales y la inestabilidad política en gran parte de nuestro vecindario sur, con la amenaza para la seguridad que ello supone. Al mismo tiempo, crece la rivalidad entre dos superpotencias, EEUU y China, en ámbitos tan decisivos para el futuro como la explotación de minerales, la transición verde o la revolución digital liderada por la inteligencia artificial.

Las circunstancias definidas en este contexto esbozado a trazo grueso aconsejan redefinir con urgencia la acción exterior del gobierno, llevando a cabo, primero y antes que nada, un análisis certero, detallado y objetivo de cuáles son nuestros intereses, cuáles las amenazas, dónde están los riesgos y dónde las oportunidades.

España no puede ser testigo mudo de los acontecimientos globales. La democracia liberal pugna con derivas autoritarias, extremistas y populistas que amenazan el progreso en paz y en libertad. Y el estallido de la guerra en Ucrania ha servido para recordarnos lo fácil que es poner en jaque el orden internacional basado en reglas a las puertas mismas de Europa. El gobierno que salga de las urnas deberá revalidar el compromiso de España con las normas y principios nacidos bajo los rescoldos de la Segunda Guerra Mundial. Nuestro país debe estar en la vanguardia de la defensa de los valores de la libertad, la democracia, los derechos humanos, el respeto al Estado de Derecho, la economía de mercado y las sociedades abiertas.

 

«Las circunstancias aconsejan redefinir con urgencia la acción exterior del gobierno, llevando a cabo un análisis certero, detallado y objetivo de intereses, amenazas, riesgos y oportunidades»

 

Ocupar una posición de liderazgo e influencia global pasa por mantener el compromiso con las misiones internacionales en las que participan nuestras fuerzas armadas en cooperación con nuestros socios y aliados. Debe ser este un empeño compartido e inequívoco del gobierno y la sociedad en su conjunto, que estamos obligados a preservar y defender.

Asimismo, debemos hacer uso de uno de nuestros mayores activos, la lengua española, que es un patrimonio compartido con más de 500 millones de personas en el mundo, y sobre el que podemos y debemos edificar sólidos vínculos políticos, culturales, económicos y sociales. La promoción, la defensa y el respeto al español y a la cultura e historia de España tienen que ser elementos esenciales de nuestra proyección exterior en cualquier ámbito geográfico o político.

El liderazgo de un país viene también condicionado por la presencia de sus empresas en el mundo. Debemos potenciar la internacionalización y promoción de las empresas como conectores entre mercados, mirando particularmente a África, Asia e Iberoamérica. Pero el liderazgo también se demuestra ejerciendo una solidaridad efectiva. La cooperación es parte esencial de la política exterior española y debe seguir siéndolo aún más en el futuro, a través de instrumentos más modernos, transparentes y eficaces.

Todo ello debe hacerse de la mano del servicio diplomático y la red de embajadas y consulados que conforman el músculo exterior de nuestro país. Con un número cada vez mayor de españoles en el exterior y con miles de empresas abriéndose a nuevos mercados, España no puede aspirar a otra cosa que no sea reforzar y mejorar nuestra presencia institucional allí donde nuestros intereses nacionales lo requieran.

En conclusión, España debe aspirar a ejercer una acción exterior asertiva, propositiva y efectiva en el marco de las relaciones internacionales. Debemos participar activamente en la toma de decisiones y en la creación de consensos, tanto en Europa como en el mundo a través de las organizaciones internacionales de las que formamos parte, aportando la visión y los matices específicos de una gran nación con siglos de vocación global y una posición privilegiada entre tres continentes. Una tradición universal que sitúa a España como una plataforma de excepción para la promoción del encuentro, el diálogo y el entendimiento, pero también para la innovación y el emprendimiento.

La acción exterior, en definitiva, debe ser un instrumento de la proyección de España, de su seguridad, de la defensa de la Constitución y de la prosperidad y solidez de nuestra sociedad, que cada vez más dependen del contexto exterior y de la realidad internacional. Para ello necesitamos una verdadera política exterior de Estado, que sea creíble y previsible, formulada desde el consenso, al servicio de los intereses nacionales y cooperadora en los retos globales.

Merecemos una España ilusionante y atractiva, capaz de abrirse y proyectarse al mundo con más fuerza que nunca, segura de sí misma y de sus capacidades, y con un propósito bien definido: recobrar su voz y su posición en el mundo. Sin soberbia ni arrogancia, pero tampoco complejos.

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