Rusia y los separatistas a los que respalda en el este de Ucrania ya no están en el mismo punto, especialmente porque el Kremlin desechó la idea de anexar las repúblicas disidentes o de reconocer su independencia. Esta ruptura le da al nuevo presidente ucraniano la oportunidad de acercarse a la población asediada del este, incluso mediante la flexibilización del embargo comercial.
En la primavera de 2019 se cumplieron cinco años desde que combatientes respaldados por Rusia tomaron edificios gubernamentales en dos ciudades del este de Ucrania y proclamaron las Repúblicas Populares independientes de Donetsk y Lugansk. El conflicto subsiguiente, que se ha cobrado más de 13.000 vidas, continúa agravándose y ni el gobierno ucraniano ni el ruso están dispuestos a tomar medidas decisivas para ponerle fin. Como Rusia ha perdido el interés por anexar estas repúblicas de facto -como lo hizo con Crimea- o a reconocer su independencia, muchos separatistas se han distanciado del Kremlin. Por su parte, la población en general se siente abandonada tanto por Kiev como por Moscú. Con un nuevo presidente en el cargo, Kiev tiene la oportunidad de definir una política basada en esta realidad, que esté en línea con los acuerdos de Minsk de 2014 y 2015, que establecen una hoja de ruta para poner fin al conflicto, y que también cumpla con las necesidades de seguridad locales y de Ucrania. Esta política debería preparar el terreno para la reintegración de esas áreas en Ucrania, restablecer las líneas de comunicación con sus habitantes e incluso aliviar el bloqueo económico que los mantiene aislados y empobrecidos.
Ucrania y sus aliados occidentales normalmente han respondido a la incursión de Rusia en el este de Ucrania, o el Donbás, a través de políticas y retóricas que tratan el conflicto como si únicamente fuera entre Kiev y Moscú. Los líderes ucranianos adoptan con frecuencia un lenguaje que sugiere que los combatientes, los líderes políticos y la población del este de Ucrania son extranjeros y combinan a los tres con las fuerzas rusas. No se cuestiona la agresión de Rusia ni su control sustancial sobre el liderazgo de las repúblicas de facto. Pero ver al Donbás únicamente como territorio ocupado por los rusos es perderse importantes factores de la evolución del conflicto en el terreno.
Si en 2014 los objetivos de Moscú en el Donbás se alinearon con los de los rebeldes a los que respaldó -el Kremlin apoyó el proyecto separatista-, desde entonces, sus respectivas aspiraciones han sido divergentes. A medida que Moscú perdió su apetito por más territorio ucraniano, cambió su estrategia. A corto plazo, Rusia está ayudando a asegurar el control del Donetsk y Lugansk sobre los territorios que han ganado, principalmente para mantener la ventaja sobre Ucrania, pero también por temor a represalias por parte de las fuerzas ucranianas y las milicias aliadas al ingresar a las zonas controladas por los separatistas. A más largo plazo, Rusia pretende hacer que la reintegración del este en Ucrania sea menos costosa para los separatistas y más ventajosa para Moscú, es decir, quiere un Donbás reintegrado con una autonomía sustancial o un estatus especial. En gran medida, el segundo acuerdo de Minsk formalizó estos objetivos. Si bien este nuevo enfoque se ajustaba a los planes de Moscú, no era lo que buscaban los líderes de facto. De hecho, muchos de los que continúan luchando contra las fuerzas ucranianas en el Donbás aún buscan un protectorado ruso, incluso si Moscú no está muy entusiasmado con la idea.
El abandono de los planes de Moscú de anexar el territorio o reconocer su independencia ha dejado al movimiento separatista en el este dividido. Mientras tanto, los cambios en el liderazgo de Donetsk y Lugansk han consolidado el control de Moscú sobre los responsables, al tiempo que eliminan del poder a algunos que habían disfrutado de buena parte del respaldo popular. El resultado son tres grupos distintos en el este: un liderazgo respaldado por el Kremlin que depende financiera y políticamente de Moscú pero sin objetivos políticos claros o una base local propia; separatistas ideológicos cuyas esperanzas de unirse a Rusia se han visto frustradas; y la mayoría de la población, agotada por la guerra y frustrada por la aparente indiferencia de Kiev y Moscú.
El hecho de que en Kiev haya un nuevo gobierno podría presentar oportunidades. Entendiendo que las perspectivas en Donetsk y Lugansk están lejos de estar unificadas, el presidente Volodímir Zelenski podría comenzar a reconstruir las relaciones de Kiev con la región devastada por la guerra. Él tiene una buena razón para hacerlo. Solo mejorando los vínculos puede esperar convencer a la gente de estas regiones de que Kiev tiene buenas intenciones, un punto de partida esencial para reintegrar esas áreas en el cuerpo político ucraniano. Las crecientes divisiones entre Moscú, los separatistas originales y la población del Donbás también significan que, si bien un acuerdo con el Kremlin es un requisito previo para la paz en el Donbás, en sí mismo puede no ser suficiente. Los respaldados por Rusia en el poder en Donetsk y Lugansk probablemente tendrían que estar de acuerdo con lo que Rusia haya firmado, pero podrían tener que hacer frente al descontento de una población ya crispada, incluso de los separatistas que podrían dudar si dejar las armas o no. Además, la mejora de las relaciones con la población del Donbás podría fortalecer la baza de Kiev en las negociaciones con Moscú.
La construcción de tales lazos será difícil dada la desconfianza y la ira que existen tanto en Donetsk y Lugansk hacia Kiev como en Kiev hacia los separatistas y hacia las personas que viven en las áreas que controlan. Kiev tampoco tiene interlocutores claros: la dependencia de Moscú de los líderes de los gobiernos de facto de Donetsk y Lugansk sugiere que tienen poco margen de maniobra para negociar.
Sin embargo, hay personas en el Donbás que cuentan con el respeto local, están frustrados con el statu quo y están abiertos a discutir el futuro de la región. Algunos son antiguos partidarios del separatismo, ahora desilusionados. Otros son líderes comunitarios que han surgido en los últimos cinco años. Incluyen, en este entorno por lo demás dominado por los hombres, algunas mujeres. Incluso si el gobierno ucraniano no trata de comprometerse directamente, el presidente Zelenski puede tomar medidas para recuperar la confianza, facilitar los contactos en las líneas del frente y sentar las bases para futuros compromisos. Atenuar el bloqueo económico ayudaría, por ejemplo, al igual que lo haría el facilitar los contactos de carácter social, económico y comunitario a través una línea de comunicación. Kiev también debe tomar medidas para garantizar el acceso de los residentes locales a sus pensiones y para levantar las restricciones al uso del idioma ruso por parte de los funcionarios locales.
Resolver el conflicto del Donbás requiere que tanto Rusia como Ucrania lleven a cabo los acuerdos de Minsk en su totalidad o que encuentren otra forma de avanzar. Si bien en principio han acordado lo que debe suceder en línea con esos acuerdos, cada uno ha insistido en que debe ser el otro quien dé el primer paso: Rusia quiere que Ucrania ofrezca autonomía al Donbás; Ucrania quiere que Rusia cese su participación militar y garantice que las fuerzas que respalda se desarmen. Pero incluso si Moscú y Kiev coinciden en los movimientos iniciales, Ucrania se enfrenta a un desafío adicional. La reintegración de las áreas controladas por los separatistas requerirá que Kiev convenza a quienes que viven allí de que su futuro es ucraniano. Es poco probable que este proceso sea rápido o fácil, pero el acercamiento es el lugar para comenzar.
Este artículo es un extracto de una pieza más extensa, publicada originalmente, en inglés, en la web de Crisis Group. Corresponde al resumen ejecutivo.