Las elecciones europeas están a la vuelta de la esquina. Probablemente sean, como de costumbre, aburridas. Pero, ¿y si Europa fuese Poniente, escenario principal de Juego de Tronos, la popular saga de George R. R. Martin?
“Ojalá vivas en tiempos interesantes”, reza una maldición china. Una maldición acertada, a juzgar por la cantidad de sangre derramada en las tres primeras temporadas de la serie, que actualmente emite la cuarta. La mala noticia es que, de ser Europa Westeros, ya hubiera estallado la Tercera Guerra mundial. La buena es que España, como de costumbre, se libraría de entrar en el conflicto. Al menos hasta ahora. ¿Quién es quién en la Europa de los tronos?
La casa Stark es Escandinavia. Respetable, cuadriculada y tediosa, además de enterrada gran parte del año bajo un manto de nieve. Que los países nórdicos son ejemplares es a estas alturas un lugar común. También lo es la conducta de Ned Stark, aunque el comportamiento ejemplar en la saga de Martin no suele ser recompensado con generosidad.
La casa Lannister es Inglaterra. Astuta, rica e intrigante. No es casualidad la similitud entre las casas de Lannister y Lancaster, que durante la Guerra de las Rosas se enfrentó a la de York (¿Stark?). El realismo despiadado de Tywin Lannister recuerda a Lord Palmerston: Gran Bretaña no tiene aliados ni enemigos eternos, solo intereses eternos.
Los Dothraki son húngaros. Fue en Hungría donde Atila asentó el corazón de su imperio. Los Dothraki también podrían ser turcomanos o mongoles: jinetes guerreros de las estepas euroasiáticas. La diferencia principal es que los jinetes nómadas de la antigüedad preferían acribillar a sus enemigos a flechazos, no degollarlos con arakhs.
Valyria es Grecia. Una antigua gloria, hoy reducida a cenizas. Los reinos de Westeros son herederos de su muy admirada cultura, pero lo cierto es que los programas de austeridad han caído sobre Atenas como una verdadera maldición.
La casa Greyjoy es Islandia. Los vikingos, ya se sabe: navegantes terroríficos, que desembarcan y arrasan con todo lo que encuentran. Igual que los bancos islandeses antes de 2008. Los vikingos eran originarios de Suecia y Noruega, donde la abundancia de bosques les permitía fabricar cantidades ingentes de drakkars. El problema es que en las Islas de Hierro únicamente hay, como su nombre indica, hierro. ¿De dónde sacarían madera para los barcos? El materialismo histórico no es el punto fuerte de la saga.
La casa Baratheon es Italia. Es bien sabido que los italianos son temperamentales, mujeriegos, amantes del vino y gritones, como Robert Baratheon. Un estereotipo injusto, sí, pero es que los estereotipos casi siempre lo son. Y rodeado de la perfidia generalizada de los demás personajes de la saga, Robert termina por parecer un verdadero hombre de Estado. No es el caso de su contraparte en el mundo real.
La casa Arryn es Suiza. Aunque el territorio es un calco de Irlanda, este reino parece un resort alpino. El valle de Arryn está aislado entre montañas inaccesibles habitadas por tribus bárbaras horrorosas, como también ocurre en Suiza, hogar de banqueros, funcionarios de la ONU y el Krampus. Ambos enclaves mantienen su neutralidad a toda costa.
La casa Tully es la Benelux. Un tanto planas en sus características (como los Países Bajos en su orografía), la Tierra de los Ríos es el eterno campo de batalla entre las diferentes casas de Westeros. Lo mismo ocurrió con Bélgica y Luxemburgo durante los siglos XIX y XX.
La casa Tyrell es Francia. Altojardín es hermoso, fértil y está repleto de viñedos (los mejores del mundo, como sus habitantes enfatizan de manera consistente). Sus caballeros son jóvenes efebos con melenas dignas de un anuncio de L’oréal. El icono del reino son las flores; también la flor de lis era extremadamente popular en la heráldica francesa. Los vecinos del Dominio profesan una mezcla de admiración y asco hacia la región.
La casa Martell es España. Los vecinos sureños de los Tyrell viven en una tierra árida y montañosa, con rasgos culturales diferentes a los del resto de Westeros. Dorne is different, tierra exótica, etcétera. El orientalismo –por llamarlo de alguna manera– con que queda retratado Dorne es reminiscente al de la España musulmana, y las tensiones territoriales que mantiene con Altojardín son similares a las mantuvo la España medieval –y moderna– con Francia.