El 24 de junio, los turcos votarán para elegir quién será el primer presidente ejecutivo de Turquía y la configuración de un nuevo Parlamento. Durante más de una década –parafraseando la famosa cita de Lineker sobre el fútbol y Alemania– las elecciones turcas han sido un certamen que inevitablemente acababa con la victoria de Recep Tayyip Erdogan. Sin embargo, esta vez el resultado está lejos de ser tan fácil de predicir. Por el contrario, hay muchos resultados posibles.
El escenario dominante por el momento es una victoria presidencial de Erdogan en la segunda vuelta –que se celebrará dos semanas después de la votación del 24 de junio– y un Parlamento dividido en el que el gobernante Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) pierde su mayoría. Este escenario de “cohabitación” sería un fenómeno nuevo para los políticos turcos. Muchos temen que el resultado conduzca a un bloqueo sistémico, lo que desencadenaría nuevas elecciones.
Pero el contrargumento es que Erdogan tendrá un incentivo bajo esas circunstancias para encontrar un modus vivendi con un Parlamento que no controle. A pesar de que Erdogan no es particularmente conocido por su estilo consensuado de liderazgo, no se arriesgará a perder un mandato yendo a elecciones anticipadas. De manera algo sorprendente, un sistema político diseñado para las mayorías podría desencadenar en una cultura política más consensuada.
El umbral crítico para Erdogan en la primera ronda de las presidenciales es de alrededor del 47%, que es donde la mayoría de encuestas le sitúan. Si al final acaba recibiendo más del 47% de los votos en la primera ronda, lo más probable es que gane la segunda. Pero por debajo de este umbral, los resultados se vuelven más inciertos. Esto mejoraría las posiciones para el candidato principal de la oposición, Muharrem İnce, y su partido, Cumhuriyet Halk Partisi (CHP).
Como resultado de su política de identidad y sus tácticas de polarización, Erdogan ha podido, en esencia, consolidar una porción sustancialmente importante del voto nacional, pero marginalmente insuficiente. Sus políticas y su comportamiento durante la campaña han sido suficientes para ganar bajo un sistema parlamentario, pero el salto a un sistema presidencial obliga a los candidatos a alcanzar más del 50% del voto nacional. Y es aquí donde el clima actual de polarización política se convierte en un obstáculo. Si bien ayuda a consolidar el apoyo dentro del electorado más natural de Erdogan, crea una brecha difícil de abordar con el resto del sistema político turco. Ese será el dilema de Erdogan en una segunda vuelta.
La tarea del candidato de la oposición será igualmente difícil. Después de haberse asegurado casi el 30% del voto nacional, İnce deberá sumar los votos de toda la oposición en la segunda vuelta. Su desafío será convencer a la base nacionalista del Partido IYI; de hecho, puede proponerle a su presidenta, Meral Aksener, que se una a su boleto presidencial. También puede establecer un gabinete presidencial alternativo más inclusivo que refleje el pluralismo de la oposición política.
El segundo escenario probable es el de una victoria absoluta para Erdogan y el AKP. La preocupación que se derivaría de este resultado es un debilitamiento grave del sistema de pesos y contrapesos en favor de la autoridad ejecutiva, lo que en última instancia conduciría a una mayor erosión de las credenciales democráticas turcas. Sin embargo, los votantes turcos pueden verse motivados por un argumento de estabilidad política, con una mayoría parlamentaria totalmente en línea con la autoridad presidencial.
Finalmente, la última y menos probable opción sería una victoria absoluta presidencial y parlamentaria de la oposición, lo que equivaldría a una revisión de la constelación política turca de los últimos 16 años. Este escenario sería uno mucho más rico, tanto en la política interna como en la externa. El grupo en la oposición, por ejemplo, ha prometido poner fin al Estado de emergencia, fortalecer el Estado de Derecho y las libertades fundamentales, una reforma del sistema judicial y un retorno a la democracia parlamentaria.
En política exterior, es probable que un nuevo liderazgo adopte una retórica más prooccidental, respaldada por su agenda a favor de una reforma interna. Sin embargo, cualquier mejora duradera en la relación de Turquía con sus socios occidentales estaría condicionada a un mayor grado de receptividad a las demandas de Ankara y a una cooperación occidental más efectiva para abordar sus desafíos relacionados con la seguridad nacional y la política económica.
Como se ve, las apuestas son elevadas.
Este artículo fue publicado originalmente, en inglés, en la web de Carnegie Europe.