Solo estamos a mitad de camino en la aplicación del Mecanismo de Recuperación y Resiliencia (MRR) de la UE, el instrumento temporal que constituye el elemento principal de la iniciativa NextGenerationEU, por lo que el examen final de su éxito aún está por llegar. Sin embargo, muchos están entusiasmados con el MRR porque ha conseguido cosas que a la Unión Europea no se le suelen dar bien. Para empezar su creación e implementación ha sido rápida, algo fuera de lo común para la UE. También reconoció, por primera vez, las ventajas de emitir deuda común como forma de compartir el riesgo e hizo un intento muy decente de condicionar la ayuda prestada al esfuerzo realizado. Lo hizo al tiempo que proporcionaba ayuda en función de las necesidades. Esta última parte, que reconoce la urgencia de mantener la cohesión en la UE, no debe olvidarse ahora que Bruselas se apresura a recuperar la competitividad global.
En su reciente discurso en la Sorbona, el presidente Macron presentó su visión de Europa. Un discurso europeo de cualquier presidente galo en ejercicio siempre será leído con gran interés en todo el continente. Motivado en parte, sin duda, por las próximas elecciones, se dirige ante todo al público francés, cuyo voto necesita. El texto estaba salpicado de hipérboles y, para pesar de los franceses, de anglicismos. La llamada a la acción estaba clara: en palabras de Macron, “Europa puede morir”.
Pero, una vez que se despoja a este discurso de su brillante oratoria, es una descripción de cómo la edad de la inocencia ha quedado atrás, al menos en un futuro previsible. El dividendo de la paz del que se había beneficiado el continente se ha acabado: los países ahora deben destinar algunos puntos porcentuales de su PIB a inversiones en defensa. Occidente ya no puede dictar la forma de hacer negocios y, para competir, debe subvencionar las tecnologías que dominarán el futuro. Nuestras economías tendrán que basarse mucho más en producir y consumir internamente que en producir en el extranjero y exportar. Basándose en este argumento, el presidente Macron sostiene que los acuerdos comerciales son, por tanto, menos relevantes.
La respuesta ofrece rapidez, simplicidad y, por supuesto, un aumento de las inversiones anuales de entre 600.000 y 1.000.000 millones de euros que requeriría la participación del sector privado. La UE debe hacerlo para ganar escala y competir con los dos principales actores mundiales, EEUU y China.
Pero ¿qué significará esto para la cohesión interna de la UE? Aquí es donde el discurso guarda silencio. En primer lugar, el presidente Macron aboga por un marco de seguridad común. Pero, ¿cómo podemos considerar un marco común sin una política exterior común? El argumento de la eficacia, a menudo esgrimido, no reconoce la heterogeneidad del enfoque de los Estados miembros en materia de seguridad. Si la amenaza es Rusia, la rapidez es esencial, y hay que coordinarse para ayudar a Ucrania. A largo plazo, los esfuerzos para avanzar en un marco de seguridad europeo tendrán que superar serios obstáculos: debe apreciar la reticencia de los países a renunciar a grados de libertad a la hora de decidir cómo organizar su defensa, situarse en el contexto de cómo complementará o antagonizará a la OTAN y lo que eso significaría para las relaciones UE-EEUU.
En segundo lugar, aboga por subvencionar industrias que serán críticas en el futuro. Sin embargo, como demostró el levantamiento de las normas sobre ayudas estatales durante la pandemia, los mayores ganadores de esta relajación son los países grandes porque tienen medios para apoyar a sus industrias nacionales. Subvencionar las tecnologías del futuro puede ayudar a restablecer la competitividad global, pero ¿lo hará a costa de la igualdad de condiciones dentro de la UE?
En tercer lugar, el presidente Macron se une a todos los demás en la necesidad de avanzar en la agenda de la Unión de Mercados de Capitales (UMC). Propone hacerlo en los próximos 12 meses creando una autoridad supervisora común para los mercados de capitales. Sin embargo, para hacerlo en tan poco tiempo, solo se puede avanzar con la llamada “coalición de los dispuestos”. Pero si una Unión a la carta es la única forma de avanzar en este sentido, entonces la cohesión está totalmente comprometida. En concreto: no está claro cómo un código normativo común garantizará la creación de un mercado común de capitales cuando una autoridad supranacional de supervisión bancaria que existe desde hace más de una década ha hecho poco por avanzar en un mercado común de servicios bancarios.
El recientemente publicado informe Letta sobre el mercado único defendía el “derecho a permanecer” como esencia de la cohesión. La UE no es solo 450 millones de personas. También son 27 países. No se puede imaginar que la ambición de la UE de competir globalmente merezca la pena lograrse a costa de países enteros. ¿Quién se ocupará de eso?
Artículo traducido del inglés de la web de Bruegel.