La República Islámica a menudo es presentada como una dictadura monolítica gobernada por fanáticos. Pero el régimen iraní, a pesar de ser autoritario, tolera un grado de pluralismo considerable. Lo suficiente como para que la enfermedad terminal de Alí Jamenei, Gran Ayatolá desde 1989, haya dado lugar a una discusión abierta dentro de Irán. Con la lucha contra el Estado Islámico (EI) descongelando las relaciones entre Washington y Teherán, la sucesión del líder puede abrir un nuevo capítulo en la política exterior iraní.
El régimen informa de que el líder se recupera, lentamente, de una cirugía de próstata. Pero su situación no parece esperanzadora. Jamenei tiene 85 años. Cables diplomáticos filtrados por Wikileaks ya señalaban, en noviembre de 2010, que padecía un cáncer terminal.
Aunque el Gran Ayatolá no preside el gobierno de Irán (esa posición pertenece a Hasán Rohaní, electo en junio de 2013), es la figura con mayor autoridad del régimen. El cargo, que Jamenei heredó del líder de la revolución iraní, Ruhollah Jomeini, desempeña un papel dominante en política exterior. En un perfil minucioso, Foreign Affairs describe al Gran Ayatolá como un líder dotado de un intelecto considerable, profundamente conocedor de la cultura occidental, pero intransigente y autoritario. Su apoyo poco disimulado a Mahmud Ahmadineyad, presidente entre 2005 y 2013, fue una concesión al sector más duro del régimen. En la actualidad, las reticencias de Jameini a la hora de sentarse a la mesa con Estados Unidos suponen un obstáculo considerable en la negociación sobre el programa nuclear iraní.
La empresa de inteligencia Stratfor observa que la muerte de Jamenei abriría un proceso de transición en Irán. La sucesión, decidida en última instancia por el Consejo de Expertos, enfrentaría a los sectores duros del régimen y los moderados. Entre los segundos se encuentra Rohaní, que vería frustrada su línea reformista si triunfase un candidato reaccionario. Además del fracaso de las negociaciones, el triunfo del búnker supondría un varapalo para la política interna de Rohaní, que intenta distanciarse del autoritarismo férreo de su predecesor. Ante la reciente condena a varios jóvenes iraníes por subir a YouTube vídeos en los que aparecen bailando una canción de Pharrell Williams, Rohaní publicó en su cuenta de Twitter un mensaje de solidaridad: “La #Felicidad es el derecho de nuestro pueblo. No debemos ser demasiado duros con los comportamientos causados por la alegría”.
Otro participante activo en la sucesión de Jameini sería Akbar Hashemí Rafsanyaní, antiguo presidente y, al igual que el Gran Ayatolá, veterano de los tiempos de Jomeini. Aunque sus trayectorias políticas estuvieron entrelazadas durante las décadas de los ochenta y noventa, uno y otro se distanciaron tras el apoyo de Jameini a Ahmadineyad. La ruptura definitiva tuvo lugar tras las elecciones de 2009, cuando la mujer de Rafsanyaní llegó a exigir que los iraníes saliesen a la calle para protestar contra el fraude electoral. La Guardia Revolucionaria, el poderoso cuerpo militar y religioso, también tendrá un papel importante en la sucesión y apoyará, con toda probabilidad, a candidatos conservadores.
La agonía de Jamenei llega en un momento crítico para su país. Desde finales de 2013, la negociación sobre el programa nuclear ha permitido a Irán mejorar su posición frente a un Estados Unidos aún hostil. La irrupción del EI en Irak este verano ha convertido a Washington y Teherán en extraños compañeros de cama, aunando fuerzas para repeler al grupo yihadista. Tras ampliar su campaña de bombardeos contra el EI, EE UU avisó a Irán con anticipación de sus planes de bombardear Siria. Todos estas señales apuntan a un grado de cooperación nunca antes visto desde la creación de la República Islámica en 1979.
La relación entre ambos países, a pesar de lo anterior, continúa siendo frágil. Las autoridades iraníes se muestran pesimistas ante la siguiente ronda de negociaciones, programada para el 24 de diciembre. La coalición que Barack Obama ha reunido para luchar contra el EI en Siria incluye a Arabia Saudí, némesis de Irán en la región. Y EE UU no ha rectificado su intención de acabar con el régimen de Bachar el Asad, firme aliado de Teherán. Eso explica las críticas con que Rohaní ha reaccionado a las noticias del bombardeo estadounidense. Si el Consejo de Expertos elige a un sucesor moderado, Rohaní no necesitará incurrir en gestos que satisfagan al sector duro del régimen. Asumiendo que en EE UU prevaleciesen las voces que piden negociar, la relación entre ambos países mejorarían exponencialmente.