Después de la llamada década ganada (2003-2013), todo indica que se está ante una nueva década que, por el momento, es de incertidumbre. El Fondo Monetario Internacional ha ido empeorando sus pronósticos para Latinoamérica a lo largo del año, hasta el punto de asegurar que habrá una contracción de la economía en 2015, debido sobre todo a Brasil.
Comienza así la incertidumbre de qué pasará en América Latina después de un largo período de bonanza económica y normalidad democrática. En Argentina el 25 de octubre se elegirá al sucesor del kirchnerismo, en el poder desde 2003, que ha gestionado esa década ganada; gane quien gane todo indica que habrá un cambio en la política macroeconómica. En Guatemala la situación de corrupción provocó en las pasadas elecciones que quien fuese favorito según las encuestas quedase en tercer lugar. Venezuela afronta en diciembre unos comicios legislativos reñidos con un ambiente hostil hacia Colombia y su gobierno por la cuestión fronteriza. El hasta hace poco tiempo bien valorado presidente Rafael Correa afronta una serie de dificultades derivadas de la caída de los precios del petróleo. Aunque el caso paradigmático de incertidumbre y crisis económica es Brasil, con una presidenta amenazada todas las semanas con un impeachment y una economía en caída libre.
Solo hay dos países cuyos gobernantes y economías están capeando el temporal de manera notable: Bolivia y Uruguay. Sus economías se ralentizan pero no caen, aunque sus gobiernos también afrontan desafíos. Uruguay, el país menos poblado de América Latina en términos absolutos y porcentuales, es un caso que adquiere especial relevancia.
El Frente Amplio (FA), partido en el gobierno, lleva 10 años en el poder, con mayoría absoluta en el parlamento, y así seguirá como mínimo hasta 2020. Si 10 años seguidos de mayorías absolutas son un buen indicador de continuidad política, lo es todavía más con un presidente reelecto.
Desde que asumió el cargo, Tabaré Vázquez ha debido lidiar con su propio partido a la hora de elaborar los presupuestos (quinquenales, los más largos de cualquier país del mundo). El presidente no ha sabido actuar de manera negociadora, o conciliadora si se quiere, no ya con la oposición sino con su propio partido. En agosto hubo de hacer frente a un paro general, decretó la esencialidad de la educación ante la huelga de docentes y posteriormente la retiró ante las críticas de su propio partido, y ha excluido del gabinete a sectores del FA necesarios para aprobar leyes y mantener al partido cohesionado: con 50 diputados de un total de 99 el partido no puede prescindir de ningún voto. Esto choca con la dinámica de equilibrios internos que ha habido en los dos anteriores gobiernos frenteamplistas, el de José Mujica y el del propio Tabaré.
Otro tema de conflicto, bastante simbólico, ha sido el TISA (Trade In Services Agreement). Apoyado desde el gobierno, en septiembre Uruguay se retiró del acuerdo debido a la presión de sectores parlamentarios del FA. La oposición está aprovechando esa situación para poner de relieve las divisiones internas en el partido de gobierno.
En cuanto a los presupuestos que se están votando, son cuestionados por algunos sectores, en parte porque por primera vez se basan en bajas expectativas de crecimiento económico, razón por la cual partidas como políticas sociales o educación se presentan más limitadas que antes. De hecho, hay diputados del FA que han votado en contra de determinadas secciones de los presupuestos. La disciplina de partido uruguaya se ha tambaleado las últimas semanas, ya que tradicionalmente se respetan las decisiones de las estructuras orgánicas internas.
Para entender la lógica del juego parlamentario en Uruguay ha de hacerse referencia a la estructura interna de los partidos. En realidad los partidos (lemas) pueden verse como coaliciones de partidos o más bien sectores (sublemas); así, el presidente no debe ya solo sentarse a dialogar con los partidos que formalmente están en la oposición, sino con sus propios compañeros, especialmente con los dos grandes sectores: el Movimiento de Participación Popular (cuyo líder es el expresidente Mujica) y el Frente Líber Seregni.
Uruguay afronta malos tiempos: la inversión directa ha caído, la economía se ralentiza, y de los dos gigantes que lo rodean, uno (Brasil) se tambalea y el otro (Argentina) está por ver hacia dónde avanza; esto no es una cuestión baladí dada la dependencia exterior de la economía oriental: si Brasil y Argentina se resfrían, Uruguay estornuda. Y es en este contexto en donde se están debatiendo unos presupuestos que están trayendo sobre todo quebraderos de cabeza al presidente. No obstante, lo curioso de estos desafíos y problemas es que su resolución, más o menos pacífica, está teniendo lugar dentro del propio FA.
Esa es la característica de Uruguay en estos tiempos de incertidumbre que se avecinan. Con la intendencia de la capital, la presidencia de la República y sendas mayorías absolutas en el Parlamento, el FA forma algo similar a un pequeño sistema dentro del ya pequeño sistema político uruguayo: la oposición a las decisiones del presidente no vienen tanto de independientes, blancos o nacionales, sino de los sectores más izquierdistas del FA.
Todo indica que se avecinan malos tiempos para Latinoamérica en su conjunto, o por lo menos de incertidumbre; no obstante, las vicisitudes de cada país tomarán una u otra forma en función de quién gobierne y qué sistema de partidos tenga. Uruguay, debido a sus propios partidos sui generis y a unos datos macroeconómicos no tan negativos, puede que sufra menos. Por el momento la zozobra no es del sistema uruguayo, sino del sistema frenteamplista.