Donald Trump apenas ha superado la mitad de su mandato, pero la política estadounidense, devenida en campaña electoral perenne, ya gravita en torno a las elecciones de 2020. En el Partido Demócrata, las ansias por destronar al presidente están generando un escenario muy fragmentado: casi 30 candidatos, sumando a independientes e indecisos.
Hay variedad en la oferta, aunque el dilema común es hasta qué punto prolongar el legado de Barack Obama. En el pasado reciente, las élites demócratas aunaron una puesta en escena inspiradora, amable y moderna con políticas centristas. Pero desde 2016, sus bases exigen medidas ambiciosas y nítidamente progresistas –como el Medicare for All (M4A), un proyecto de sanidad pública, gratuita y universal–.
Que la era Obama haya desembocado en la de Trump podría interpretarse como una enmienda al proyecto político del primero. Pero el ex presidente mantiene su popularidad entre las bases demócratas. Prueba de ello es que el candidato mejor valorado en las (aún muy tentativas) encuestas sea Joe Biden. Aunque no ha anunciado su candidatura de manera formal, el ex vicepresidente mantiene una popularidad y perfil destacados porque se le asocia con la administración anterior. Pero sus propuestas e historial, conservadores incluso para el ala moderada del Partido Demócrata, pueden convertirse en un lastre si decide presentarse. Ante su vulnerabilidad y la fragmentación del partido, lo más sencillo es agrupar al resto de candidatos según sus perfiles.
Intención de voto de los principales candidatos demócratas. Fuente: Morning Consult.
Los nuevos Obamas
Existe un primer grupo de candidatos cuyo mérito principal parece ser el hecho de compartir rasgos del ex presidente. Son el congresista de Texas Beto O’Rourke, el –también texano– ex secretario de Vivienda Julián Castro y Corey Booker, senador por el Estado de Nueva Jersey. Booker y Castro han anunciado sus candidaturas; O’Rourke, que se convirtió en una estrella demócrata tras casi derrotar al senador republicano Ted Cruz, también baraja esta opción.
Pese a sus diferencias, los tres combinan una puesta en escena joven, una actitud optimista y un trasfondo diverso (Booker es afroamericano; Castro es latino; O’Rourke se dio a conocer haciendo vídeos de campaña en español). Por otra parte, a los tres les une un trasfondo conservador para los estándares de las bases demócratas. La cercanía de Booker a Wall Street y la industria farmacéutica, así como los vínculos de ambos texanos con el sector petrolero, les dañaría de cara a las primarias.
El sello de Booker es un optimismo desaforado que niega la existencia de cualquier antagonismo social. Queda por ver si esta estrategia funciona en un país cada vez más polarizado. Castro y O’Rourke cuentan con una ventaja que también es su principal inconveniente: podrían poner en juego Texas, normalmente un bastión republicano. Pero al centrarse en disputar la presidencia, su propio Estado pierde, de momento, a dos demócratas que podrían ganar comicios regionales o municipales. Ninguno de los tres, es justo señalar, exhibe un carisma comparable al de Obama.
Herederas de Hillary
Kirsten Gillibrand, Amy Klobuchar y Kamala Harris son las tres candidatas que mejor encarnan lo que Hillary Clinton representaba en 2016: posiciones políticas ortodoxas, endulzadas con distintos guiños simbólicos (el más destacado, evidentemente, es que son mujeres). Gillibrand, que como Clinton en su día es senadora por Nueva York, ha intentado erigirse en portavoz del movimiento #MeToo en la cámara alta, forzando la dimisión de su compañero de filas y senador por Minnesota, el humorista Al Franken, acusado de acosar sexualmente a varias mujeres. Pero esta decisión le ha granjeado más hostilidad del establishment demócrata que apoyo de sus bases izquierdistas, que continúan prefiriendo a candidatos menos conservadores.
De Minnesota también proviene Klobuchar, que ha iniciado una campaña desacomplejadamente moderada, atacando propuestas como el M4A. En la actualidad, Klobuchar se ve lastrada por varios informes presentándola como una déspota, que trata con crueldad a sus subordinados y los reemplaza con frecuencia. Sus defensores alegan que estas acusaciones tienen un sesgo machista.
Harris es la más competente y prometedora de las tres. Senadora por California, le persigue su historial en este Estado. Como fiscal general, adoptó políticas de mano dura para combatir el crimen. Medidas que, por lo general, discriminaban a los estadounidenses menos privilegiados y especialmente a colectivos afroamericanos, que retienen un papel importante en la nominación de candidatos demócratas. Para atajar este problema, Harris publicita su propia identidad mestiza –su madre es tamil, su padre jamaicano– y adopta algunas de las políticas del ala izquierda del partido, entre ellas el M4A. Una combinación que puede serle útil de cara a las primarias.
Los insurgentes
En 2016, la campaña de primarias del senador socialista por Vermont, Bernie Sanders, generó una movilización sin precedentes en la izquierda del Partido Demócrata. Prueba de ello es que en 2020 no solo se vuelve a presentar Sanders, sino otros candidatos izquierdistas, como Tulsi Gabbard (senadora por Hawái, que combina una política exterior anti-intervencionista con posiciones confusas o directamente reaccionarias) y Pete Buttigieg, alcalde en una pequeña ciudad de Indiana e hijo de un reconocido traductor de Gramsci.
Los principales candidatos de la izquierda continúan siendo Sanders y Elizabeth Warren, la senadora por Massachusetts y ex profesora de Harvard que se dio a conocer por sus cruzadas contra Wall Street. Aunque los dos candidatos se parezcan para el público general, les distancia su filosofía política. Warren es una tecnócrata que quiere embridar a los mercados para que funcionen mejor; Sanders, que ni siquiera es miembro del Partido Demócrata, promueve una “revolución política” para obtener sanidad y educación secundaria gratuitas, reformar Wall Street, subir el salario mínimo y promover una Green New Deal contra el cambio climático (a esta medida, abanderada por la popular congresista Alexandria Ocasio-Cortez, también se han sumado los demás candidatos demócratas).
https://www.youtube.com/watch?v=52j8CVlSOqk
En 2016, Sanders era un insurgente. Esta vez se presenta como favorito. En las 24 horas transcurridas tras anunciar su candidatura, la campaña del socialista recaudó seis millones de dólares en donaciones individuales (Harris recaudó un millón y medio; Warren, 300.000 dólares). El entusiasmo de 2016 no se ha desvanecido y, a diferencia de sus rivales, Sanders parte de un elevado suelo electoral: en torno al 20% del partido, que se mantiene entusiasta respecto a sus propuestas.
El principal problema de Sanders es la edad: a sus 77 años, tal vez tenga que optar por presentarse a un solo mandato. La hoja de ruta de sus rivales pasa precisamente por presentarle como un anciano blanco, aficionado a criticar al capitalismo pero incapaz de entender los problemas de la América más diversa y/o femenina. En realidad, el factor determinante del voto a Sanders continúa siendo la edad: gana por goleada entre electorados jóvenes, incluyendo a mujeres y minorías raciales. También le beneficiaría un trasvase si otros candidatos se retiran: a día de hoy, se mantiene como segunda opción para los votantes de Biden.
Segunda opción de voto a candidatos en las primarias demócratas. Fuente: FiveThirtyEight.
Independientes e indecisos
El avance de Sanders podría traer consigo una consecuencia delicada: la entrada al ruedo de candidatos independientes, que se presentarían como la alternativa sensata al trumpismo y una izquierda supuestamente desbocada (el ideario de Sanders, en Europa, correspondería al de un partido socialdemócrata). Los más destacados, Michael Bloomberg y Howard Schultz, son multimillonarios que defienden una combinación de progresismo social y conservadurismo fiscal. Es decir, casi lo mismo que el establishment demócrata. Bloomberg, alcalde de Nueva York entre 2002 y 2013, es un candidato más viable que Schultz, ex CEO de Starbucks. Ninguno tendría posibilidades de ganar como independiente, pero sí de desestabilizar las elecciones de 2020 e incluso facilitar un segundo mandato a Trump.
También quedan múltiples candidatos demócratas por confirmar. La mayor parte de ellos tiene un perfil y posibilidades bajos. Otros, como el ex secretario de Estado John Kerry, podrían fragmentar aún más al campo demócrata. De cara a 2020, las divisiones y reticencias entre el centro y la izquierda son el filón que Trump necesita explotar si espera ser reelecto.
El primer caucus de las primarias se celebrará en Iowa, el 3 de febrero de 2020. Nada indica que las facciones demócratas vayan a enterrar sus diferencias de aquí a entonces.