Presente y futuro del Partido Demócrata

Jorge Tamames
 |  8 de junio de 2016

“Clinton puede hacerse con la nominación, pero Sanders ha ganado el debate”. Esto escribe Katrina vanden Heuvel, editora de The Nation, una de las pocas publicaciones progresistas estadounidenses que apoya al senador socialista de Vermont.

Vanden Heuvel tiene razón. Tras la última ronda de primarias, celebrada el 7 de junio, Hillary Clinton acumula suficientes delegados y superdelegados para hacerse con la nominación demócrata. La ex secretaria de Estado (2009 – 13) se convierte así en la primera mujer al frente de uno de los dos grandes partidos estadounidenses.

Bernie Sanders no ha dado un vuelco a las primarias, como hizo Barack Obama en 2008, pero su campaña marcará un antes y un después en la trayectoria del Partido Demócrata. Con casi 12 millones de votos, victorias en 20 Estados, y más de 1.800 delegados, Sanders ha logrado un resultado muy superior al que lograron en el pasado otros candidatos progresistas, como Howard Dean o Dennis Kucinich. Lo ha hecho presentándose como un socialista democrático, en un país en que el primer término aún se asocia con la Unión Soviética.

La campaña de Sanders ha tenido un impacto considerable tanto dentro como fuera del Partido Demócrata. Presionada desde la izquierda, Clinton ha tenido que abandonar sus posiciones más conservadoras en política comercial, migratoria y energética. También se ha comprometido a aumentar el salario mínimo a 15 dólares por hora, una reivindicación que llevaba tiempo en las calles pero que, gracias a Sanders, ahora obtiene un fuerte apoyo institucional.

 

Primarias demócratas

Fuente: The Wall Street Journal

 

De puertas para afuera, Sanders ha movilizado con mucho éxito a un electorado inspirados por su “revolución política”. Independientes y jóvenes le han apoyado por márgenes abrumadores, generando un movimiento que posiblemente sobreviva a su campaña. El equipo de Clinton se ha volcado en caricaturizar a Sanders como un candidato incapaz de encontrar simpatizantes que no sean hombres blancos, pero la principal división del voto entre los dos demócratas es generacional. Y desborda los límites del partido: según un estudio de la Universidad de Harvard, un número sin precedentes de jóvenes se ha vuelto más progresista durante las propias primarias, apoyando por márgenes cada vez mayores las propuestas de Sanders (sanidad universal, universidad pública gratuita y una profunda reforma financiera que reduzca la influencia Wall Street). “No está moviendo el partido a la izquierda,” observa John Della Volpe, coordinador del estudio. “Está moviendo a una generación entera a la izquierda.”

De ahora en adelante, Sanders puede contribuir a movilizar colectivos que han sido claves para definir su campaña, como Fight for 15 y el movimiento Occupy. Aupando a progresistas como Cornel West en posiciones de liderazgo dentro del partido y apoyando a candidatos que defiendan su revolución política desde el Congreso y el Senado, el senador se mantendrá como referencia para una nueva generación de demócratas. Una ironía, puesto que Sanders, a sus casi 75 años, se registró en el partido hace tan solo un año.

De cara a las presidenciales, Clinton se enfrenta a una disyuntiva. Puede volver al centro, aprovechando el extremismo de Donald Trump para presentarse como una opción insípida pero segura. La alternativa es asumir propuestas de Sanders, y ganar movilizando a la izquierda.

La primera opción es su favorita, porque apela a sus instintos conservadores. El Partido Demócrata, instalado en el socioliberalismo desde hace décadas, se muestra reacio a adoptar la agenda de un septuagenario socialista. El reto que presenta la insurgencia de Sanders al centrismo de Clinton refleja la crisis de identidad de un centro-izquierda lastrado por el legado de Bill Clinton y Tony Blair. Los paralelismos con Europa son evidentes.

Los demócratas necesitan inspirar si pretenden ser algo más que un dique de contención del extremismo. De lo contrario se enrocarán en una posición defensiva, intentando blindarse en la Casa Blanca y fracasando tarde o temprano. Cuando el partido se encuentre ante este viacrucis, la pasión que ha despertado Sanders –quien, incluso en su derrota, continua siendo el candidato mejor valorado del país– le será infinitamente más útil que la tibieza de Clinton. Todo sea que sus dirigentes rectifiquen a tiempo.

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