Si las elecciones legislativas a la Duma (Cámara baja del Parlamento) del 18 de septiembre han servido para algo será para preparar a Rusia ante las presidenciales de 2018. Los objetivos del Kremlin con el adelanto electoral (la elecciones estaban previstas para diciembre) eran la legitimación del sistema político actual, junto con el mantenimiento de una mayoría suficiente en la Duma que le permitiera mantener el control de la situación hasta las elecciones presidenciales. A la luz de los datos, parece que la posición de Vladimir Putin ha quedado reforzada.
De los resultados electorales se extraen varias conclusiones. La primera es evidente: el refuerzo del partido en el gobierno en detrimento del resto, especialmente de los más pequeños. Todos los partidos pierden escaños con la excepción de Rusia Unida, que pasa de 238 a 343 de un total de 450. La segunda, la elevada abstención, de más del 50% en general, y que supera el 70% en Moscú y San Petersburgo. Y, en tercer lugar, lo testimonial de las denuncias por fraude electoral, lo que legitima el sistema frente a la comunidad internacional presente en el proceso. Una jugada maestra por parte del Kremlin. Pero para llegar a esta situación antes han tenido que pasar muchas otras cosas.
Tras las acusaciones de fraude en 2011, que provocaron diversas manifestaciones y disturbios en los grandes núcleos urbanos, el establishment ruso no estaba dispuesto a que se pusiera en duda ni la legitimidad ni la legalidad de las elecciones. Para cortar de raíz con esta cuestión, se han tomado durante los últimos años diferentes medidas. En primer lugar, de tipo legislativo, a través de una reforma de la ley electoral de marzo de 2013 a medida de Rusia Unida. Con esta modificación se situaba el umbral mínimo de acceso a la Cámara en el 5% para los partidos y en un 7% para las coaliciones, beneficiando de este modo al partido mayoritario. En febrero de 2014 se aprobó una ley para modificar el sistema electoral, creando uno mixto con voto proporcional y mayoritario al 50%. A primera vista, este cambio daba oportunidades de representación a los partidos de la oposición. Pero el demonio se esconde en los pequeños detalles, y esa misma norma incluía la prohibición de crear coaliciones entre partidos, lo que dejaba sin opciones a muchas pequeñas formaciones que aspiraban a tener representación. Para seguir con la estrategia de desactivar a la oposición, también se incluyeron como candidatos en las listas de Rusia Unida algunos opositores. Un ejemplo de la aparente apertura ha sido el nombramiento como presidenta de la Comisión Central Electoral a Ella Pamfilova, renombrada y respetada abogada de derechos humanos.
Esta estrategia ha tenido los efectos deseados, primero corroborada por las encuestas preelectorales del Centro Levada (recientemente declarado por el ministerio de Justicia ruso como “centro agente extranjero”, lo que dificultará su trabajo sociológico), y el domingo 18 ratificada por los resultados de las urnas. Efectivamente, tan solo han accedido a la Duma los cuatro partidos mayoritarios; lo que es lo mismo, Rusia Unida y la oposición sistémica leal al régimen. Gracias a ella, la popularidad de Putin se han mantenido en unos niveles extremadamente elevados para alguien que lleva en el poder casi dos décadas.
En cuanto a la abstención, varios son los factores que han podido influir en la misma. El adelanto electoral, de diciembre a septiembre, habría hecho que la poblaciones urbanas tradicionalmente más críticas no tuvieran el tiempo suficiente para movilizarse y movilizar a sus electorados. A esto se une el hecho de que en esta época del año muchos rusos permanecen aún en las dachas de vacaciones o están centrados en la vuelta al colegio de los escolares. Además, durante los últimos años se ha creado un clima político de alta desafección política entre la ciudadanía, que da por hecho que no existe ninguna alternativa real al gobierno actual. Por todo ello, la baja participación no debería sorprender, incluso cuando en comparación con Estados Unidos o Canadá, por ejemplo, los rusos participan más en las urnas.
Por último, el gobierno ha puesto especial atención en la impecabilidad del procedimiento electoral. De este modo, los casos de denuncias por fraude han sido escasos y testimoniales. El sentir general es que la tranquilidad durante la jornada electoral, sin ningún atisbo de tensión política, es consecuencia, de nuevo, de la desafección.
Quizá uno de los principales problemas en Rusia es precisamente que nada ha cambiado desde 1996: las mismas caras, los mismos nombres. Como decía hace unas semanas Alexei Navalny, activista anticorrupción sancionado por el Kremlin, para describir lo que fallaba en estas elecciones: “Es 1993, me acabo de graduar en el instituto y tengo 17 años. A las elecciones a la Duma se presentan Yavlinski, Khagadad, Ryzhov, Zyuganov y Zhirinovsky. Estoy interesado en las elecciones pero no puedo votar. Han pasado 23 años. Estamos en 2016. Hay elecciones a la Duma. Se presentan Yavlinsky, Khakadada, Ryzhkov, Zyuganov y Zhirinovsky. Sigo interesado en política, pero no se me permite participar en las elecciones”.
En definitiva, el resultado de las elecciones parlamentarias a la Duma no ha hecho sino reforzar la posición de Putin. La ciudadanía ha decidido conceder a Rusia Unida el poder necesario en el legislativo con capacidad para reformar la Constitución sin ningún tipo de contrapeso. Putin tiene el camino expedito de cara a las presidenciales de 2018.