Más allá de lo que al final ocurra en el referéndum en Grecia del 5 de julio, la elección de Alexis Tsipras en enero de este año ha producido un gran cambio en la mentalidad de muchos jóvenes de Alemania, un país normalmente respetuoso y moderado, que lleva años enterrando cualquier movimiento demasiado nacionalista o xenófobo que evoque fantasmas del pasado.
¿Cómo son vistos los griegos, o los europeos del sur en general, en Alemania? Según un sondeo realizado en 2013, el 77 por cien de los alemanes ve a España como un país “premoderno”, “pobre” y “poco fiable”, y un 40 pc opina que a los españoles “no les gusta trabajar”. Estos prejuicios, con los que también se ataca a los griegos, responden a una campaña orquestada por muchos medios, empresarios y el propio gobierno alemán desde el comienzo de la crisis.
El sector más hostil es la prensa. Hace unas semanas, Berthold Seewald, redactor jefe del conservador Die Welt, publicó un artículo titulado “Grecia ya destruyó la paz en Europa una vez”, donde asegura que “la idea de que los griegos modernos sean descendientes de Pericles o Sócrates” es un “dogma europeo”. En realidad, dice, son “una mezcla de eslavos, bizantinos y albanos”, y “por ello” la verdadera causa de la “ruina europea” tanto tras el Congreso de Viena en 1815 como en el presente.
El Bild, el diario más leído de Alemania y autodefinido como “la voz del pueblo llano”, también lleva años repitiendo que los griegos, y también españoles, italianos y portugueses, son los auténticos culpables de la crisis, ya que son vagos, no saben ahorrar y les gusta vivir “la buena vida” a costa de la caridad de los alemanes. Quizá los titulares más representativos sean “Vended vuestras islas, griegos arruinados” y “Nosotros pagamos y ellos se quejan: ¡Echadles de una vez!”. En febrero de 2015, Bild lanzó una campaña en la que animaba a sus lectores a hacerse selfies con una página del periódico en la que se pedía no dar más dinero a los “griegos codiciosos”.
Sin embargo, este no es un mensaje repetido solo por la prensa sensacionalista. Alexander Dobrindt, secretario general del partido de Angela Merkel, la Unión Demócrata Cristiana (CDU), afirmó en 2011 que le parecía intolerable que “el contribuyente alemán ahorre para Grecia” mientras los griegos “se niegan a hacerlo”.
Estas ideas han calado entre muchos sectores de la sociedad alemana, causando un notable ascenso del nacionalismo y la xenofobia. Las manifestaciones de la derecha islamófoba de Pegida (Patriotas europeos contra la islamización de Occidente, en sus siglas en alemán), los siete eurodiputados del partido antieuropeo (que en las elecciones generales de 2013 proponía echar del euro a Grecia, Portugal y España), los albergues de refugiados incendiados, la violencia neonazi que ha obligado a un alcalde a dimitir por miedo y los ataques verbales sufridos por muchos extranjeros (“vuélvete a tu país si no hablas alemán”, “os estamos pagando la siesta”, etcétera) pintan un panorama preocupante y sobre todo impensable hace unos años en la “democracia ejemplar” alemana.
Heribert Prantl, de la Süddeutsche Zeitung, acusó hace unos meses a la CSU, la “hermana pequeña” de la CDU en Baviera, de “tolerar y apoyar los estereotipos” contra judíos, refugiados y sobre todo griegos. Alemania, pero especialmente Baviera, decía Prantl, se están “ahogando en un mar de prejuicios”.
¿Se extenderán este nacionalismo y esta xenofobia por el resto de la sociedad alemana? Es posible. ¿Se acercará, aunque sea de lejos, a los extremos a los que se acercó hace 80 años? Es muy dudoso. Pese a estos casos de xenofobia, Alemania sigue siendo un país con un alto porcentaje de ciudadanos moderados que no caen en trampas populistas.