El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, debió de imaginar que su último año en el cargo sería algo diferente. Después de la cumbre de la OTAN en Bruselas en junio de este año, que ofreció las esperadas declaraciones políticas de solidaridad transatlántica por parte de la nueva administración estadounidense, el trabajo sobre el nuevo Concepto Estratégico debía comenzar a principios de septiembre. Según la hoja de ruta política, Stoltenberg quería presentar la nueva estrategia de la OTAN a los 30 líderes de la Alianza en la cumbre en España en 2022, como punto culminante de sus ocho años al frente de la organización. Sin embargo, los recientes acontecimientos en Afganistán han cogido a la Alianza tan desprevenida como lo hizo la pandemia de coronavirus 18 meses antes.
¿Podría haberse anticipado el drama de Afganistán? Las advertencias sustanciales han existido durante años. Después de las negociaciones de Donald Trump con los talibanes el año pasado, era evidente que Afganistán se dirigía hacia el desastre. El tren hacía tiempo que había salido de la estación cuando el secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, seguía repitiendo el mantra de que los aliados occidentales deben “entrar juntos, salir juntos” mientras visitaba Bruselas en marzo. Incluso después de las reuniones ministeriales de la OTAN en abril y junio, la Alianza no pareció ver ninguna razón para iniciar los preparativos para una retirada ordenada y coordinada de las tropas de Afganistán; y mucho menos para un proceso de reflexión sobre las implicaciones más amplias derivadas del fin de su misión en el país: para el propio Afganistán, para la región y para el entorno geopolítico más amplio.
No faltan las “lecciones aprendidas”
Ahora la misión más larga, más grande y más cara fuera del área de operaciones de la Alianza en sus más de 70 años de historia se ha convertido en humo y caos en el aeropuerto de Kabul. En una reunión de ministros de Asuntos Exteriores programada a toda prisa, Stoltenberg ofreció dos reacciones rápidas: al igual que el presidente estadounidense, Joe Biden, el secretario general culpó al gobierno afgano del fiasco y anunció que la OTAN llevaría a cabo una “revisión honesta y exhaustiva” de los acontecimientos en Afganistán. Por desgracia, a la Alianza no le faltan documentos de “lecciones aprendidas” sobre la operación de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF) y la posterior misión Apoyo Decidido. Durante los últimos 20 años, el personal de la OTAN se ha ocupado de elaborar numerosos informes internos, tratando de comprender los logros y retos de las respectivas misiones. Pero las revisiones internas de la OTAN no se caracterizan por ser especialmente autocríticas.
Sea cual sea la forma en que Stoltenberg supervise finalmente un ejercicio de “lecciones aprendidas” sobre los fracasos de la OTAN en Afganistán, una cosa es segura: una evaluación abierta de la debacle occidental en Afganistán estará estrechamente vinculada a la cuestión de la futura perspectiva estratégica de la alianza transatlántica. El círculo íntimo de Stoltenberg se ha apresurado a subrayar que los trabajos sobre el nuevo Concepto Estratégico no se verán afectados por el desastre de Afganistán, pero ¿cómo se puede esperar seriamente que la OTAN siga “como siempre”? La abrupta y caótica salida de la Alianza de Afganistán tendrá consecuencias de gran alcance para Occidente y, en particular, para la distribución del poder en el sistema internacional. Hasta ahora, los acontecimientos en Afganistán ya han provocado una serie de preguntas dolorosas para la OTAN.
Pregunta 1: ¿Quién dirige?
Hace apenas unas semanas, los líderes europeos se sintieron inmensamente aliviados al tener en la Casa Blanca a un presidente estadounidense que expresó su compromiso inquebrantable con la OTAN y prometió estar al lado de sus aliados y socios. Pero la forma en que Biden ordenó unilateralmente la salida de las fuerzas estadounidenses de Afganistán ha vuelto a reavivar las dudas sobre la solidaridad transatlántica.
Entre bambalinas y en la calle, un número creciente de europeos ha comenzado a cuestionar el compromiso de Washington de escuchar a sus aliados y trabajar con ellos. ¿Hasta qué punto podrá Europa confiar en el apoyo defensivo y en un compromiso de EEUU sin restricciones? ¿Y qué pasa con juicio estratégico de Washington, que, como ilustra la tumultuosa retirada del ejército estadounidense, parece haber sido algo equivocado? Por supuesto, se han cometido graves errores a ambos lados del charco. Pero los fallos cometidos por el “líder del mundo libre” pesan especialmente. A las filas de los tradicionales defensores de la autonomía estratégica europea se suman ahora otros para quienes la debacle de Afganistán es la prueba definitiva de que Europa debe ser más independiente de Washington, tanto militar como políticamente.
Reino Unido está especialmente decepcionado por la forma en que su “relación especial” con EEUU malogró la salida de la OTAN de Afganistán. Y aunque de forma mucho más discreta, han vuelto a surgir dudas persistentes sobre las garantías de seguridad de EEUU en los países bálticos, en Polonia y en otros miembros pequeños de la OTAN. La reacción de Washington a las críticas de los aliados europeos no se hizo esperar. Como era previsible, la administración estadounidense ha recordado a sus socios europeos que la falta de capacidades militares es sobre todo su responsabilidad. ¿Servirá de algo el viejo argumento? Hay serias dudas. Con demasiada frecuencia y durante demasiado tiempo, los europeos han prometido dar un paso al frente y asumir una mayor parte de la carga transatlántica. Pero también es necesario un examen de conciencia por parte de EEUU. Si no es ahora, ¿cuándo deberían los aliados transatlánticos analizar su actuación estratégica en Afganistán?
Pregunta 2: ¿Cuál es el papel de la OTAN en las crisis?
Como cabía esperar, la cuestión del futuro papel de la OTAN como gestora de crisis y formadora de fuerzas armadas ha pasado a primer plano. Los líderes políticos y comentaristas europeos se han apresurado a señalar que el drama de Afganistán ha demostrado que el poder militar y la construcción de naciones no son una buena pareja. De hecho, el historial de la OTAN como gestora de crisis no impresiona. Aparte de su misión de 20 años en Kosovo, la Alianza ha asumido en los últimos años misiones más bien pequeñas y temporales que no se rigen por el Artículo 5. En este contexto, Stoltenberg ha defendido con vehemencia el refuerzo del papel de la OTAN como proveedora de entrenamiento militar; un punto que también debería estar en el nuevo Concepto Estratégico de la OTAN.
En Irak, por ejemplo, la Alianza ha estado ocupada preparando la retirada de las tropas de combate estadounidenses para finales de año. Hace ya algún tiempo que los aliados de la OTAN decidieron asumir la responsabilidad de una misión de adiestramiento más amplia para las fuerzas armadas iraquíes. Dada la muy volátil situación de seguridad, la continua inestabilidad política y los conflictos étnico-religiosos profundamente arraigados en el país, solo cabe esperar que las fuerzas iraquíes entrenadas por la OTAN no sean puestas a prueba. ¿Volverán a huir cuando se enfrenten a un enemigo serio, como hicieron ante la invasión del Estado Islámico en Mosul en 2014?
Sin duda, la OTAN haría bien en seguir de cerca la situación en Irak. Pero, ¿cómo debería posicionarse la Alianza como gestora de crisis en el futuro? Además de la defensa colectiva y de las asociaciones, la capacidad de llevar a cabo operaciones sólidas de gestión de crisis constituye la tercera tarea fundamental de la OTAN. Teniendo en cuenta el volátil entorno de seguridad en las fronteras exteriores de la OTAN, no tiene mucho sentido renunciar a este tercer pilar. Es posible que en algún momento se le pida a la Alianza que vuelva a actuar como gestora de crisis. Pero el apetito político de los aliados por las misiones fuera de área será mucho menor en los próximos años. Sin embargo, si se le pide, la OTAN debería hacer todo lo posible para establecer tareas claras y factibles para sus misiones militares, sometiéndolas a una sobria evaluación de riesgos de forma regular.
Pregunta 3: ¿Cuál es el papel de la OTAN en la lucha antiterrorista?
Según Stoltenberg, la OTAN ha logrado su principal objetivo fijado tras el atentado terrorista de Al Qaeda del 11 de septiembre de 2001: ha impedido con éxito que los terroristas utilicen Afganistán como refugio. En el futuro, según el secretario general, la Alianza tampoco permitirá que los terroristas que operan en territorio afgano amenacen la seguridad de Occidente. Las palabras de Stoltenberg podrían resultar inútiles, porque ¿cómo van a conseguir los aliados occidentales este objetivo en términos concretos? La conclusión es que para los salafistas, los yihadistas y otros grupos islamistas radicales de todo el mundo, la victoria de los talibanes es un acontecimiento feliz y un gran estímulo: el “enemigo occidental y decadente” puede ser derrotado.
No cabe duda de que Al Qaeda, el Estado Islámico y otras redes terroristas harán todo lo posible por aprovechar la nueva situación en Afganistán. Se dice que en los últimos años los talibanes y Al Qaeda han coordinado cada vez más sus actividades. Tras la muerte de Osama bin Laden, una nueva generación de combatientes yihadistas parece haber acordado dejar atrás las viejas rivalidades y emprender un camino pragmático de apoyo mutuo. Bajo el gobierno de los talibanes, los combatientes de Al Qaeda podrán probablemente moverse libremente dentro y fuera de Afganistán y recibir apoyo logístico para sus futuras acciones en Oriente Próximo, África, Europa y otros lugares del mundo. Su “carta de amor” abierta a los nuevos gobernantes de Afganistán es un ejemplo de ello.
«Sin operadores de inteligencia sobre el terreno, será difícil para EEUU y sus aliados europeos hacer una evaluación realista de la amenaza terrorista en y desde Afganistán»
Los recientes atentados terroristas en Kabul ya han permitido vislumbrar cómo evolucionará probablemente la relación hostil entre los talibanes y Dáesh, que tiene su bastión en el sur de Afganistán. Con cada nuevo ataque terrorista, los líderes de Dáesh pueden añadir más combustible a la espiral de violencia en Afganistán. Sin operadores de inteligencia sobre el terreno, será difícil para los estadounidenses y sus aliados europeos hacer una evaluación realista de la amenaza terrorista en y desde Afganistán.
Al igual que en Yemen y Siria, cabe esperar que EEUU recurra a los ataques selectivos con drones para eliminar a algunos de los principales terroristas. Además, los estadounidenses tendrán sus satélites de espionaje y reconocimiento orbitando el país. Dado que la OTAN no tiene ni drones de combate propios ni capacidades de reconocimiento por satélite, los aliados europeos solo pueden esperar que Washington esté dispuesto a compartir con ellos la información esencial. En última instancia, la OTAN también podría intentar proponer una cooperación antiterrorista más estrecha con algunos de sus socios en la región. Sin embargo, no son tantos.
Pregunta 4: ¿Cuál es el peso político de la OTAN en el mundo?
La victoria de los talibanes en Afganistán es también un duro golpe para el peso político que la Alianza pone sobre la mesa en sus relaciones con China y Rusia, así como con las potencias regionales y el resto de socios. Que Rusia y China se limitaran a hacer comentarios sarcásticos sobre el fracaso de la OTAN en Afganistán era de esperar. Pero más allá de la retórica, tanto Moscú como Pekín estarán deseosos de llenar el vacío estratégico que Occidente ha dejado en el país.
El presidente ruso, Vladímir Putin, ya ha dejado claro que los vecinos centroasiáticos de Rusia forman parte de la esfera de influencia exclusiva de Moscú. Putin no tardó en ordenar más tropas rusas en las fronteras con Tayikistán y Uzbekistán. Su rápida actuación dificultará a la OTAN reanimar las asociaciones con los países de Asia Central, que en gran medida se han dejado adormecer en los últimos años. Ya sea que los aliados individuales busquen apoyo político para sus esfuerzos de evacuación en curso o ayuda para las actividades antiterroristas en Asia Central, no podrán ignorar la huella de Moscú en la región.
El manejo pragmático que China hace del nuevo régimen de Kabul persigue dos objetivos principales: mantener a raya a los terroristas islámicos y proteger sus proyectos de la nueva Ruta de la Seda. En el futuro, China será un socio importante para los talibanes, sobre todo cuando se trate de proporcionar ayuda económica y financiera. Visto desde Pekín, se trata de un magnífico medio para ejercer influencia política en los acontecimientos de Afganistán. Resulta significativo que, al día siguiente de la cumbre del G7 sobre Afganistán, Putin y su homólogo chino, Xi Jinping, acordaran un enfoque coordinado sobre Afganistán. Harán lo mismo en otras cuestiones importantes de seguridad internacional y recordarán a la Alianza su fracaso en Afganistán siempre que surja la oportunidad.
Restablecer la credibilidad
También es de esperar que el régimen de Teherán aproveche la nueva situación en Afganistán. Los intereses iraníes se centran sobre todo en la protección de la minoría chií hazara del país. La Brigada Fatemiyoun, reclutada y entrenada por la Guardia Revolucionaria iraní, está formada en gran parte por hazaras afganos. Esta milicia afín a Bachar el Asad, que se calcula que ha reunido a 50.000 combatientes bajo su bandera, ya se ha hecho un nombre en la guerra civil siria. En diciembre de 2020, el entonces ministro de Asuntos Exteriores iraní, Mohammad Javad Zarif, propuso al gobierno afgano el despliegue de la Brigada para reforzar los esfuerzos antiterroristas afganos contra Dáesh. Con ello no pretendía un gesto de vecindad y amistad. En caso de que los talibanes actúen contra los intereses iraníes, Irán considerará sus opciones sobre cómo hacer el mejor uso de dicho activo.
Es poco probable que los archienemigos India y Pakistán permanezcan pasivos una vez que se rehaga el equilibrio de poder en la región del sur y el centro de Asia. Algunos planificadores de la OTAN pueden sentirse tentados a argumentar que este aspecto es secundario para los intereses de la Alianza. La OTAN puede incluso tratar de restar importancia a la pérdida de credibilidad que su salida de Afganistán ha producido en el mundo musulmán. Los países asociados de Oriente Próximo y el norte de África –como Jordania, Egipto, Túnez, Argelia y Mauritania– sacarán sin duda sus propias conclusiones sobre la actuación de la Alianza en Afganistán. Pero lo que es seguro es que si la OTAN quiere seguir cultivando sus asociaciones y quiere ser percibida como un actor competente y creíble en cuestiones de seguridad claves como la ciberdefensa, la lucha contra el terrorismo, el control de armas y la migración, tendrá que proporcionar a sus socios respuestas convincentes a las preguntas sobre su capítulo de Afganistán.
Stoltenberg y algunos responsables políticos de las capitales aliadas pueden sucumbir a la tentación de pasar la página de la historia de Afganistán lo antes posible. Sin duda, hay otras cuestiones urgentes en la agenda internacional; sobre todo, la OTAN quiere presentar al mundo una perspectiva estratégica nueva y creíble. Pero seguir adelante sin detenerse a considerar los efectos a largo plazo de su operación de 20 años en Afganistán no solo sería cínico, sino también estratégicamente miope.
La credibilidad política es la moneda más importante en los asuntos internacionales. No es posible restablecerla con un par de comunicados de prensa redactados rápidamente. Si no revisan su propia actuación en Afganistán con auténtica humildad, los aliados occidentales están destinados a repetir los mismos errores en el futuro. No deberían tener miedo de hacerse algunas preguntas difíciles.
Versión en inglés en la web del Internationale Politk Quarterly (IPQ).