A tres días de las elecciones presidenciales, el empate técnico entre Dilma Rousseff y el opositor Aécio Neves está generando inquietud y expectativas dentro y fuera de Brasil. Con el país convertido en una potencia internacional, el resultado de los comicios se hará sentir con fuerza más allá de sus fronteras. Otra cuestión es si imprimirá un rumbo en la titubeante política exterior del gigante del sur.
En papel, el perfil de Brasil es impresionante. Las presidencias de Fernando Henrique Carodoso y Luiz Inácio “Lula” da Silva potenciaron enormemente la proyección internacional del país. Miembro de los BRICS y modelo ejemplar en la lucha contra la exclusión social y el sida, el atractivo de Brasil como modelo de desarrollo es uno de sus puntos fuertes. En los últimos años este “poder blando” se ha complementado con el liderazgo de la misión de la ONU en Haití (Minustah) y el protagonismo al frente de organizaciones regionales (Mercosur y Unasur). Brasil es, perteneciente al G4, es el Estado que en más ocasiones ha servido como miembro rotativo del Consejo de Seguridad. El actual director de la Organización Mundial del Comercio es un brasileño, Roberto Azevêdo.
La ausencia de enemigos o conflictos territoriales cimenta el liderazgo regional. En palabras de Matías Spektor de la Fundación Getúlio Vargas, “si el poder fuese producto de las capacidades relativas, Brasil sería más poderoso en su entorno que China o India en Asia, Turquía o Irán en Oriente Próximo, o Alemania en Europa”. Pero el uso del condicional denota una verdad incómoda: Brasil, de puertas para afuera, continúa siendo un gigante con pies de barro.
En lo que a la integración latinoamericana respecta, Jean Daudelin apunta que la innovación institucional de Brasil no se ha visto acompañada de un esfuerzo comparable en terreno administrativo. Al ser la economía menos regionalizada de Suramérica (únicamente el 20% de su comercio se desarrolla en el subcontinente), el interés de Brasil en promover la integración latinoamericana es principalmente retórico. La política de no intervención del Itamaraty, ministerio de Exteriores brasileño, ha hecho del país un mediador antes que un participante en las disputas regionales, sacrificando la imposición de preferencias por el mantenimiento de buenas relaciones con el conjunto de sus vecinos.
La relación con Estados Unidos también permanece estancada en una tierra de nadie. Como señala Peter Hakim, Brasilia espera de Washington un trato privilegiado, similar al que recibe Nueva Delhi. Pero al carecer de la importancia estratégica de la India en el pivote asiático de EE UU, Brasil no recibe una atención comparable, mucho menos una invitación a formar parte del Consejo de Seguridad como la que en su día extendió George W. Bush a Manmohan Singh. Aunque Brasil y Washington sean las dos mayores potencias agrícolas del planeta, responsables de un 90% de la producción de etanol, el primero carece de vínculos comerciales con EE UU que le impulsen a querer imitar el modelo de México. Hasta ahora, Brasilia y Washington sólo han firmado acuerdos menores en materia de comercio.
Los principales desencuentros, sin embargo, han tenido lugar en la arena internacional. Brasilia y Washington han chocado en su respuesta a varias crisis recientes en América Latina, como el golpe de Estado de Honduras, la destitución de Fernando Lugo en Paraguay y las reformas de Raúl Castro en Cuba. El escándalo de las escuchas americanas ha dañado una relación que no pasaba por su mejor momento, con Rousseff cancelando una visita oficial a EE UU en octubre de 2013 como respuesta. El intento de Brasil y Turquía de negociar un acuerdo nuclear con Irán fue criticado duramente por Hillary Clinton, entonces secretaria de Estado americana. Las críticas a Israel por su reciente ofensiva en Gaza también valieron al Itamaraty un revés del ministerio de Exteriores israelí, que calificó a Brasil como “un socio diplomático irrelevante”.
En su primer mandato, Rousseff ha mantenido la política exterior de Lula, aunque con un perfil más discreto. En la medida en que asuntos internacionales han irrumpido en la campaña, lo han hecho en relación con el comercio. Parte del electorado considera que Mercosur limita el potencial de la economía brasileña, y ambos candidatos han prometido revisar el papel de Brasil en la organización. Una victoria de Neves podría virar la política exterior brasileña a la derecha, buscando un acercamiento a EE UU y la Alianza del Pacífico. En una región –Suramérica– en la que Brasil representa el 55% del PIB, el resultado del 26 de octubre tendrá repercusiones críticas para la izquierda latinoamericana, que depende de una victoria de Rousseff para mantener su actual poder.