Brasil prolonga su mala racha. La convocatoria de un concurso de acreedores por parte de OGX, la mayor petrolera privada del país, pone contra las cuerdas a una economía cuyo futuro se ha convertido en motivo de especulación a lo largo de 2013.
Las dificultades de OGX, punta de lanza del conglomerado EBX (que abarca además los sectores de logística, industria naval, minería y entretenimiento), se veían venir desde junio de 2012. Fue entonces cuando se descubrió que los yacimientos petrolíferos de Tiburón Azul apenas rendirían beneficios, y las acciones de la petrolera cayeron un 40% en dos días. Desde entonces la posición de OGX, fundada en 2007 y valorada en un máximo de 34.000 millones de dólares en 2010, continuó desplomándose. El pasado 31 de octubre sus acciones cotizaban a 0,17 reales, frente a 23,27 tres años antes. Sus deudas ascienden en la actualidad a 5.000 millones de dólares, y la ausencia de un acuerdo para reestructurarla aboca a la empresa a la quiebra.
El auge y caída de OGX es doblemente revelador. En primer lugar está íntimamente ligado a la figura de su presidente, Eike Batista. El hombre más rico de Brasil y el séptimo del mundo hasta hace poco, Batista encarnaba al Brasil más pujante y arrollador. Su estilo desenvuelto, afición profesional por la motonáutica, y ajetreada vida sentimental, añadidos a una carrera espectacular (forjó su fortuna invirtiendo en minas a los 22 años, y se jactaba de que arrebataría a Carlos Slim el trono del hombre más rico del planeta) le convirtieron en el ídolo de los yuppies brasileños, a medio camino entre Charlie Sheen y Mario Conde. Batista podía, además, presumir de una excelente relación con la clase política brasileña, en especial con el Partido de los Trabajadores de Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff.
A la luz de sus fracasos, el estilo de vida de Batista (relegado ahora al puesto 100 de la lista de Forbes) le convierte retroactivamente en un fanfarrón. Sintetiza su desventura el Mercedes de un millón de euros, previamente expuesto en el salón de su mansión carioca. En 2012 su hijo Thor lo estrelló, arrollando y matando a un ciclista en el proceso.
La historia de OGX también arroja sombras sobre la clase política brasileña y el modelo de desarrollo del país. La amistad mantenida con Batista se convierte ahora en fuente de bochorno para la presidenta Rousseff, que en abril elogiaba al empresario y proponía una colaboración público-privada entre OGX y Petrobrás. También daña a las empresas más emblemáticas de Brasil. Petrobrás cedió muchos de sus expertos a la empresa de Batista, en tanto que el BNDES, prestigioso banco de desarrollo público, le extendió créditos multimillonarios que no han sido devueltos. Por último, la dificultad de extraer crudo de los yacimientos submarinos brasileños pone en duda el papel del país como futuro peso pesado en la exportación de petróleo. HRT, fundada en 2008 por Marcio Mello, también ha caído víctima del optimismo y la especulación, y se ve incapaz de extraer petróleo en los catorce yacimientos que supuestamente opera. A finales de octubre, Repsol y Sinopec declinaron participar en la subasta pública para la explotación del campo de Libra.
Ante este alud de malas noticias y en medio de un año marcado por revueltas callejeras, resulta tentador interpretar la situación de OGX como una metáfora del futuro del país. Así lo ha hecho recientemente el New York Times. Pero aún es pronto para extraer conclusiones catastrofistas: Brasil se ha convertido en un país con muchas bazas que jugar, y es de esperar que su modelo de desarrollo sobreviva al enfriamiento del sector energético.