“Good afternoon”, dice la voz, en lo que suena como un buen inglés. Estoy sentada en un café a las afueras del Museo Guggenheim en Bilbao. Bilbao se ha convertido en un enclave importante del turismo cultural europeo, y el saludo no resulta del todo inusual. Sí lo es el volante que lo acompaña. Me lo entrega un niño de unos 12 años, es un volante pequeñito fotocopiado en papel bond. Su mensaje reza así: “¿Sabías que si haces un minuto de silencio por cada muerto en Venezuela estarías callado durante 15 días?”. A continuación invita a googlear “Protestas en Venezuela”. Simple y poderoso. Quiero hablar con el niño pero ya está en otra mesa. Y en otra. Y otra más.
El volante alude a uno de los más dramáticos indicadores de la crisis venezolana, que alcanzó 70 homicidios por cada cien mil habitantes el año pasado. El promedio del mundo es de siete y el de las Américas, como un todo, de 15. Pero no es el único indicador terrible: una hiperinflación, récord mundial y que ya va por su quinto año consecutivo siéndolo, que alcanza el 700% anual. Son solo dos de los indicadores que hablan de la dura lucha por la existencia que libran a diario los venezolanos.
Siempre se ha pensado que quien tiene necesidades de existencia no puede darse el lujo de tener necesidades existenciales. Sin embargo, en los más de 100 días de protesta que van en Venezuela coinciden ambas cosas. La rebelión popular que se vive en el país tiene que ver con la lucha por la propia existencia, pero también con la lucha por los valores democráticos y el régimen de libertades que el gobierno de Nicolás Maduro ha venido confiscando día a día.
La gente no solo acude a la rebelión en función de lo mal que vive, sino también en función de cómo ven secuestrados sus derechos democráticos. En los años setenta un académico de Princeton y estudioso de la violencia política llamado Ted Gurr publicó Why men rebel? (¿Por qué se rebelan los hombres?). Es un libro de psicología de la violencia que parte de un principio universal: los humanos aspiramos permanentemente a mejorar nuestras condiciones de vida. La deprivación relativa genera frustración, y la frustración deviene en violencia y agresión.
Así como solemos ser rápidos para adaptarnos a las mejoras, somos lentos en habituarnos a condiciones de vida que empeoran. Gurr desarrollaba su tesis de la deprivación relativa, que define como la tensión entre el estado actual de las cosas que recibes y las que crees merecer. La intensidad y el alcance de esa deprivación relativa es lo que determina el potencial para la violencia colectiva. En Venezuela están dadas todas las condiciones para la rebelión social y si ella hasta la fecha no ha sido más violenta es solo por el carácter profundamente democrático de un pueblo que ha vivido en democracia durante más de dos generaciones.
Erica Chenoweth, académica de la Universidad de Denver, lleva un registro histórico de la resistencia civil en el siglo XX y es activista de la lucha no-violenta en el siglo XXI. Identifica como un patrón la “regla del 3,5%”, la noción según la cual ningún gobierno ha podido soportar un desafío de más del 3,5% de su población movilizada sin acometer cambios profundos o desintegrarse. Pues bien, se calcula que en las protestas venezolanas más de cuatro millones de venezolanos han salido a las calles a protestar en estos 100 días, representando casi un 20% de la población (Datanálisis, junio de 2017). Y en la consulta popular plebiscitaria que la Mesa de la Unidad Democrática convocó el 16 de julio la protesta casi se duplicó, cuantitativamente hablando.
Fue un proceso admirable que demostró capacidad logística, compromiso democrático y una valentía ciudadana rayana en el heroísmo. Se convocó y organizó en menos de un mes y participaron 7,5 millones de venezolanos, incluyendo unos 700.000 ubicados en el exterior. Sin tiempo, sin recursos, sin apenas medios de comunicación. No fue una elección propiamente dicha, y hacía visible el carácter opositor al régimen de quien participaba, cosa que en Venezuela entraña riesgos. No contó con el arbitraje y capacidad organizativa de la institución electoral, hoy claramente parcializada hacia Maduro, y tampoco con la custodia de la Fuerzas Armadas Nacionales, aspecto este que demuestra que ambas son prescindibles en la organización de un evento electoral nacional.
El gobierno trató de obstaculizar e invisibilizar la convocatoria. Una vez ocurrida, viene tratando de desprestigiarla e invalidarla. Sin embargo, la consulta tuvo un enorme valor simbólico y los símbolos en política son elementos poderosos, los grandes articuladores de la narrativa política.
Contra todo pronóstico, Maduro y su gobierno vienen aguantando. Se aferran a la represión como instrumento de supervivencia. Lo que hay detrás de este apego al poder es la convicción de no tener salidas alternativas. Varios altos cargos gubernamentales tienen serias cuentas pendientes en materia de narcotráfico y derechos humanos. La tiranización de la sociedad es en parte consecuencia de la construcción de un Estado forajido. Si bien es cierto que la represión aún no alcanza niveles masivos ni tan desmedidos como los de otras dictaduras de la historia, el régimen va claramente encaminado a ello. Con 80 muertos en las protestas, más de 400 presos políticos y más de 3.000 procesos legales abiertos contra opositores, podríamos decir que se aplica aún la “represión al detal”, al por menor. Sin embargo, el gobierno avanza hacia la adaptación de una constitución a la medida, prevista a través de un fraudulento “proceso constituyente” que secuestra el derecho de voto universal y directo, y que planea avanzar en la confiscación de libertades fundamentales. El proceso plebiscitario del 16 de julio ha dejado al desnudo el carácter conflictivo e impopular de esa “constituyente”, que merece ir entre comillas porque cualquier constitución implica un arreglo mínimo de convivencia y consenso social.
Ha señalado Maduro que defenderá con las armas la revolución bolivariana: “Si Venezuela fuera sumida en el caos y la violencia y fuera destruida la revolución bolivariana, nosotros iríamos al combate. Nosotros jamás nos rendiríamos y lo que no se pudo con los votos lo haríamos con las armas, liberaríamos nuestra patria con las armas”. Si bien no es la primera declaración belicista del presidente, sí que es la primera vez que emplea un lenguaje de guerra tan explícito en el marco de las protestas. Es la desnudez democrática del régimen, que admite indirectamente que no cuenta con los suficientes apoyos para ganar elecciones universales y no amañadas.
En ese zigzagueante camino hacia la dictadura constitucional, Leopoldo López, el preso político más emblemático, ha sido beneficiado con una medida de “casa por cárcel”. La medida busca aligerar presiones nacionales e internacionales, y también agrietar la unidad opositora. No debe confundirse con una señal de renovado afecto humanitario por parte del gobierno, pues se contabilizan 15 nuevos presos políticos que han entrado en prisión desde que López fuera liberado la semana pasada, en lo que activistas de derechos humanos han denominado “la puerta giratoria de la represión”.
¿Qué pasará tras la consulta del domingo? Está por ver. En gran medida, el desenlace dependerá de lo que ocurra en el plano internacional. Enrique Krauze ha propuesto una “salida sin precedentes” con la intervención de la comunidad internacional, inspirada en la llamada doctrina Betancourt formulada en 1959: “Los regímenes que no respeten los derechos humanos, que conculquen las libertades de sus ciudadanos y los tiranicen con respaldo de las políticas totalitarias, deben ser sometidos a riguroso cordón sanitario y erradicados mediante la acción pacífica colectiva de la comunidad jurídica internacional”. Plantea una alianza entre Europa, América Latina y el Vaticano que permita una intervención en la situación venezolana. “Un cordón sanitario –diplomático, financiero, comercial, político– al régimen forajido de Maduro, persuadir al papa Francisco de ser más agresivo en este esfuerzo y presionar juntos a Raúl Castro para aceptar la salida democrática: cese de la represión, elecciones inmediatas, respeto a las instituciones, libertad de los presos políticos”.
La comunidad internacional debe entender la oportunidad del momento. La tiranización de Venezuela por un régimen forajido sentado sobre las reservas de crudo más grandes del planeta, implica un riesgo geopolítico global real. Por su parte, el presidente peruano, Pedro Pablo Kuczysnki, ha planteado una solución más americanista, con la mediación del presidente de Canadá, Justin Trudeau, como fiel de la balanza, y un trío de países escogido por cada una de las partes que apunte a una negociación que arroje un desenlace electoral.
En Venezuela se juegan los valores democráticos del continente americano y son días muy relevantes para definir lo que será el futuro. Por eso, mientras sus congéneres juegan a buscar pokémones, un niño de 12 años reparte mensajes políticos en Bilbao.