La nueva política climática de Estados Unidos, que da forma a una parte de la Ley de Reducción de la Inflación, ha molestado a las autoridades de la Unión Europea. La consideran “discriminatoria” e “incompatible con la Organización Mundial del Comercio”. El Comisario de Comercio de la UE, Valdis Dombrovskis, afirma que Bruselas está evaluando cómo responder a esta probable violación de las normas comerciales, mientras que otros responsables de la política comercial de la Unión se quejan de “una nueva e importante barrera comercial transatlántica por parte de EEUU” y dejan claro que la UE “tomará las medidas necesarias para defender sus intereses”.
Con todo, la nueva ley vaticina el mejor momento para la cooperación climática transatlántica en años.
Subvenciones ecológicas ‘solo para EEUU’
Espera, ¿qué? La paradoja está entre un entorno favorable general y desacuerdos específicos. El hecho de que el Congreso de EEUU haya aprobado la primera ley climática integral en la historia de la nación favorece el entendimiento. Sin embargo, hay importantes desacuerdos sobre aspectos concretos de la política climática de EEUU que están irritando a los socios comerciales de EEUU en Europa y más allá. Estos últimos son las disposiciones “Buy American” (compra americano) de la Ley de Reducción de la Inflación, la nueva ley estadounidense que gastará casi 400.000 millones de dólares en medidas energéticas y climáticas durante la próxima década. Gran parte de este gasto –como los 37.000 millones para incentivos a la fabricación de energías limpias, o los 36.000 millones para créditos fiscales a los combustibles y vehículos limpios– favorece a los productores estadounidenses a expensas de los europeos y otros extranjeros (especialmente los chinos).
IPQ/EV-Volumes.com
Por ejemplo, si se instala un parque eólico en EEUU, se obtendrán beneficios fiscales adicionales si se utiliza suficiente acero estadounidense para alcanzar el umbral de contenido nacional. Los productores de vehículos eléctricos juegan todavía con más ventaja: para poder optar a la totalidad de los 7.500 dólares de ahorro fiscal, un vehículo eléctrico debe ensamblarse en Norteamérica (es decir, en los Estados miembros del TLCAN: EEUU, Canadá y México). Además, la legislación exige que para 2024 el 40% de los materiales de una batería procedan de Norteamérica o de un país con el que EEUU tenga un acuerdo de libre comercio, y los requisitos sobre componentes caseros aumentarán con el tiempo. Estas leyes suponen una sacudida a un sistema de comercio construido sobre el principio de no discriminación entre productos “similares”, ya sean fabricados en casa, por un aliado cercano o por un rival que resulta ser también miembro de la OMC.
«Con un aumento generalizado de subvenciones a los semiconductores y baterías (…) se corre el riesgo de dar un giro hacia un enfoque del comercio internacional egoísta de ‘empobrecer al vecino’»
Los socios comerciales de EEUU tienen razón al señalar estas violaciones de los principios del comercio mundial, que pueden aumentar los costes para todos y reducir los lazos entre las naciones. Sabine Weyand, Directora General de Comercio de la Comisión europea, da en el clavo al afirmar que un aumento generalizado de subvenciones a los semiconductores y baterías podría ser ineficaz y “muy caro”: se corre el riesgo de dar un giro hacia un enfoque del comercio internacional egoísta de “empobrecer al vecino”. Y es cierto que la controvertida política comercial de la UE destinada a proteger el clima, el Mecanismo de ajuste en frontera por emisiones de carbono (CBAM, por sus siglas en inglés), es mucho más compatible con los principios de la OMC que las subvenciones ecológicas de EEUU. La UE quiere que Washington conceda beneficios fiscales a todos los vehículos eléctricos, independientemente de dónde se produzcan.
A duras penas
Sin embargo, Bruselas debe comprender lo ajustada que ha sido esta victoria climática estadounidense, lo cerca que ha estado EEUU de desperdiciar dos años de control demócrata y de no aprobar ninguna legislación sobre el clima. Durante gran parte del verano, parecía que las preocupaciones de Joe Manchin, un senador demócrata conservador del estado minero de Virginia Occidental que apoya a los republicanos, bloquearían cualquier proyecto de ley. Y, de repente, en una caótica semana de agosto, mientras gran parte de Europa estaba en la playa, el Congreso de EEUU aprobó enormes sumas para hacer más ecológica la economía estadounidense. La mayoría de los analistas esperan ahora que las emisiones de gases de efecto invernadero emitidas por EEUU, que en 2021 eran un 17% inferiores a su pico de 2005, se reduzcan en un 40% por debajo de los niveles de 2005 para 2030, lo que situaría a EEUU a una distancia considerable de su compromiso con el Acuerdo de París. Teniendo en cuenta la situación en la que se encontraba la cooperación climática transatlántica hace apenas unos meses, las disputas comerciales sobre las grandes subvenciones verdes son “problemas del primer mundo” o lo que los alemanes llaman “Luxusprobleme” (problemas de lujo).
«Teniendo en cuenta la situación en la que se encontraba la cooperación climática transatlántica, las disputas comerciales sobre las grandes subvenciones verdes son ‘problemas del primer mundo’»
La Ley de Reducción de la Inflación fue aprobada por el Senado de EEUU con un margen mínimo, con la vicepresidenta Kamala Harris rompiendo un empate a su favor. Esto significa que el Partido Demócrata necesitó desplegar todos los las narrativas posibles para conseguir que este proyecto de ley sobre el clima fuera aprobado. ¿La narrativa de la seguridad nacional, la necesidad de producir más bienes estratégicos en casa y no depender tanto de China? Hecho. ¿La narrativa del poder nacional, la necesidad de “fortalecer la industria estadounidense» y “apoyar a los trabajadores estadounidenses”? Hecho. Para los líderes europeos que actualmente recurren a naciones amigas como EEUU para sustituir el gas procedente de Rusia, y que conceden subvenciones masivas para mantener la industria de la UE en medio de una crisis energética, estas motivaciones deberían comprenderse.
¿Motivaciones nacionalistas para salvar el planeta?
Sí, la lógica de la eficiencia (y del orden comercial) sugería que EEUU debería haber gravado las emisiones de carbono perjudiciales en lugar de dar subvenciones a los trabajadores estadounidenses que compran vehículos estadounidenses que funcionan con baterías estadounidenses. Por otro lado, la urgencia de la crisis climática y la complicada economía política de la transición energética en EEUU exigían que el Congreso estadounidense hiciera “algo” de ipso facto, y que los trabajadores estadounidenses obtuvieran beneficios más inmediatos que mitigar el sufrimiento global durante las próximas décadas.
«Se necesitó un marco nacionalista y el desafío de un rival geopolítico para conseguir que Washington aprobara una ley climática seria»
Hay una cuestión más amplia en juego. ¿Puede el nacionalismo ser una fuerza motivadora útil para abordar la crisis climática? Académicos de diferentes tradiciones no están de acuerdo. Para Geoff Mann y Joel Wainwright, los autores de izquierdas de Climate Leviathan, el nacionalismo no puede animar una política eficaz de justicia climática como lo hizo en las luchas pasadas para cambiar el mundo, como el movimiento anticolonial en la India en los años 40 o el movimiento antiapartheid en la Sudáfrica de los años 80; se necesita un movimiento transnacional mucho mayor. Mientras que para Anatol Lieven, autor de Climate Change & The Nation-State: The Realist Case, el nacionalismo es la fuerza más importante para motivar a la gente a invertir en el bienestar de las generaciones futuras. Lo que está claro es que, en el caso de la Ley de Reducción de la Inflación de EEUU, se necesitó un marco nacionalista y el desafío de un rival geopolítico para conseguir que Washington aprobara una ley climática seria.
A la hora de cuestionar las disposiciones climáticas del estilo “America First” (América primero) en foros como el Consejo de Comercio y Tecnología UE-EEUU, la Unión Europea debe sopesar sus legítimos intereses comerciales frente a los objetivos climáticos globales. No se puede permitir que los desacuerdos sobre las subvenciones verdes entre dos aliados cercanos hagan descarrilar aún más la ya retrasada transición energética. Adaptando una cita de Fredric Jameson sobre el fin del capitalismo, es más fácil imaginar el fin del mundo que una revisión de fondo de las normas comerciales mundiales para permitir más subvenciones verdes, y eso no es nada bueno.
Artículo originalmente publicado en inglés en la web de Internationale Politik Qarterly.