Si un guionista italiano escribiese una serie inspirada en la política de su país, se parecería más a Juego de Tronos que a El ala oeste de la Casa Blanca, esa idealizada visión de la presidencia americana que tiene Aaron Sorkin. Tras varias entregas repletas de orgías y droga dura, protagonizadas por un Charlie Sheen trasnochado llamado Silvio Berlusconi, la última temporada comienza cargada de violencia: la que ha causado el apuñalamiento (político) de Enrico Letta, primer ministro de Italia desde junio de 2009, por Matteo Renzi, su ambicioso compañero en el Partido Democrático (¿Petyr Baelish? ¿Un joven Tywin Lannister?). Acorralado por el PD, que Renzi preside desde hace tres meses, Letta anunció su dimisión el 13 de febrero.
La guerra civil en el partido de centroizquierda se veía venir desde diciembre. Ese mes Renzi, alcalde de Florencia desde 2009, se hizo con las riendas del PD haciendo gala de un discurso crítico con la vieja guardia del partido. Su heterodoxia (o tal vez ortodoxia: las ideas de Renzi parecen más propias de un liberal que de un socialdemócrata) y relativa juventud (Giorgio Napolitano, presidente de Italia, tiene 88 años. La cirugía plástica intenta disimular los 77 de Berlusconi, mientras que Mario Monti va camino de los 71) le confieren un carisma considerable, al igual que sus habilidades de comunicación –se le apoda Renzisconi, el Berlusconi de la izquierda. “Hay que tener una ambición desmesurada”, anunciaba recientemente. Y la tiene: porque además de desear el gobierno de Italia, Renzi pretende llevar a cabo un profundo plan de reformas políticas. Entre ellas se encuentran poner fin al desgobierno del país con un sistema electoral mayoritario, acabar con el “bicameralismo perfecto” entre la Cámara de Diputados y Senado, y adelgazar la burocracia que atenaza al país.
A pesar de sus bazas –o tal vez debido a ellas–, Renzi se encuentra frente a obstáculos formidables. Su línea ideológica ha alienado al ala izquierda del PD. Tampoco el Nuevo Centroderecha (NCD) de Angelino Alfano le garantiza su apoyo, y ni la Liga Norte ni el Movimiento 5 Estrellas acudieron cuando Napolitano convocó para anunciarles el nombramiento de Renzi. Ni siquiera Berlusconi, expulsado del Senado pero aún al mando de Forza Italia, apoya a Renzi. Sin duda espera que el poder lo desgaste como ha hecho con sus predecesores. Mantener el frágil equilibrio en que se sostenía su coalición condenó al gobierno de Letta a la inacción; preservarlo mientras realiza reformas ambiciosas obligará a Renzi a realizar todo tipo de acrobacias parlamentarias.
Un segundo problema lo presenta la falta de legitimidad del futuro primer ministro. Aunque Italia es notoria por sus intrigas palaciegas (desde 1945 se han sucedido 60 gobiernos diferentes), Renzi es ya el tercer jefe de gobierno italiano no electo desde 2011: el de Monti fue un gobierno tecnocrático, en tanto que Letta se convirtió en la opción de consenso al dimitir Pier Luigi Bersani, antiguo secretario general del PD. Ante la inconstitucionalidad de la actual ley electoral (una de las decisiones más polémicas de Renzi ha sido, precisamente, pactar una reforma de la ley electoral con Berlusconi en la sede del PD), las elecciones europeas de mayo servirán como plebiscito para Renzi.
Aunque el futuro de Renzi está repleto de incertidumbres, su golpe de mano ya pone sobre la mesa dos cuestiones relevantes. La primera es la mejora de las condiciones de financiación en la zona euro. A diferencia de episodios anteriores, el último derrape de la política italiana no ha causado alarma en los mercados de deuda. Esto es fruto de la labor de otro italiano, el gobernador del Banco Central Europeo, Mario Draghi. Pero en Berlín aumenta la frustración con los italianos. Con los que están en el país, por incurrir en constantes intrigas políticas; con el que está fuera, por garantizarles el mínimo de estabilidad monetaria para que se permitan semejantes frivolidades.
Si la crisis de deuda en la zona euro amaina, la de gobernabilidad en Italia avanza en dirección opuesta. La inestabilidad del país lo convierte en la imagen opuesta de España, con sus partidos monolíticos a prueba de explosiones nucleares. Por eso Renzi pretende simplificar el fragmentado parlamento italiano con un sistema electoral mayoritario. Pero “españolizar” la política italiana puede parecer un arma de doble filo. España dista de ser un modelo ejemplar en lo que a calidad de democracia se refiere. Afortunadamente, el Tribunal Constitucional italiano declaró inconstitucionales las listas electorales cerradas en diciembre. El país tal vez termine con un modelo electoral mayoritario, pero no necesariamente con un parlamento sumiso al ejecutivo.
Renzi ha prometido demoler la arquitectura política de Italia. Si lo logra, pasará a la historia como el primer ministro más transformador desde Alcide de Gasperi. Si fracasa, demolerá su propio partido y gobierno.