Aunque el título de este análisis tenga toques orientalistas y pueda recordar a resorts del Mediterráneo turco, no pretendo ser ni orientalista ni analizar la situación de la industria turística en Turquía. En este caso, el término piscina (havuz en turco) hace referencia a un método que se divulgó por internet en 2013. A finales de ese año, y en medio de investigaciones policiales y luchas intestinas por el poder político, se revelaron una serie de conversaciones entre miembros del gobierno de Turquía, con Recep Tayyip Erdoğan entonces ejerciendo como primer ministro, y empresarios turcos, la mayoría con intereses en el sector de la construcción.
Estas conversaciones revelaron la existencia de un método usado por el gobierno turco, popularmente llamado havuz medyası, que aseguraba al gobierno la lealtad de los principales grupos de comunicación en el país, al tiempo que el gobierno se aseguraba una buena imagen de cara a la opinión pública.
Hoy, el gobierno turco es el actor más influyente en la prensa turca. Pese a que durante este mes la prensa más cercana al gobierno está recibiendo un lavado de cara gracias a la brutalidad y poca inteligencia de la monarquía saudí, la situación de la prensa en Turquía sigue siendo catastrófica, y el gobierno campa prácticamente a sus anchas. Además, en marzo de 2018 se confirmó la vigencia del havuz medyası, cuando un empresario cercano a Erdoğan compró el último gran grupo mediático que podía oponerse abiertamente a las políticas del presidente turco.
Las grabaciones y el ‘yernísimo’
Aunque este sistema de influencia política sobre la prensa no es exclusivo del sistema de poder en Turquía, la magnitud y los mecanismos usados por el poder político turco no tienen paralelo en un sistema autoproclamado como democrático.
Este fenómeno tampoco es exclusivo del actual partido de gobierno, el partido de la Justicia y del Desarrollo (AKP). El Estado turco ha mantenido siempre conexiones informales con los grandes medios de comunicación, unas conexiones que se multiplicaron con las reformas neoliberales del político más poderoso de la década de los años ochenta y principios de los noventa, el ex primer ministro y expresidente Turgut Özal. Estas reformas cambiaron la naturaleza jurídica de los medios de comunicación, abriéndose este mercado a nuevas corporaciones.
El AKP ha abusado de estas relaciones informales entre gobierno y empresarios, a rebufo de las ambiciones de Erdoğan, que tampoco tienen paralelo en la historia moderna turca. A medida que Erdoğan acumulaba poder, crecía la cooptación de la prensa turca por parte del gobierno. Desde que en 2002 el AKP llega al poder, este partido ha incluido en su narrativa oficial elementos conspiratorios que luchan por derrocar a Erdoğan y su gobierno. Para instaurar dicha narrativa paranoica en la opinión pública es preciso controlar televisiones, periódicos y radios.
El primer movimiento del AKP para controlar parte de la prensa en Turquía llegó en 2007, cuando el grupo Sabah/ATV fue requisado por el gobierno. Este grupo fue vendido en una subasta pública el año siguiente. A este concurso solo se presentó Çalık Holding, que curiosamente contaba en sus filas con el yerno de Erdoğan, Berat Albayrak, CEO de la empresa. El hermano de Berat, Serhat, pasó a controlar el grupo Sabah, cambiando radicalmente la postura política de este medio de comunicación, convirtiéndolo en un mero altavoz del gobierno turco. Este grupo fue rebautizado como Turkuvaz Media Group. De esta manera, Erdoğan convertía por primera vez un grupo mediático opositor en leal al gobierno, controlándolo a través de su yerno.
La popularidad de Erdoğan y el AKP no paró de crecer durante los siguientes años, hasta que durante la primavera de 2013 se produjeron las protestas más multitudinarias en la era moderna de Turquía. Constituidas en el movimiento Gezi Park, estas protestas fueron el canto del cisne de los sectores progresistas turcos que rechazaban el modelo desarrollista del AKP.
El gobierno de Erdoğan pudo aguantar en parte por una campaña de descrédito de estas protestas por parte de medios de comunicación afines al AKP. Según algunos medios turcos, estas protestas formaban parte de una conspiración internacional para derrocar a Erdoğan, orquestada por fuerzas extranjeras como la CIA o Lufthansa.
Estos momentos de máxima debilidad del gobierno del AKP fueron aprovechados por el movimiento del clérigo Fetullah Gülen, hasta ese momento había sido un fiel aliado de Erdoğan. Este movimiento fue una pieza clave en el desmantelamiento de la élite política, burocrática y militar heredera de la ideología del padre fundador de la Turquía moderna, Mustafa Kemal Atatürk, basada en preceptos secularistas y nacionalistas.
El movimiento de Gülen había infiltrado miles de sus miembros en el aparato estatal turco, pero también poseía sus propios medios de comunicación, como Zaman Group. A través de estos medios y de internet, se filtraron una serie de grabaciones que conectaban miembros del gobierno turco con empresarios que se habían beneficiado de contratación pública por parte del gobierno. La publicación de estas grabaciones marcó un antes y un después en la política turca.
Curiosamente, una de las primeras respuestas a la publicación estas grabaciones fue la censura y posterior clausura del grupo Zaman. El grupo fue finalmente cerrado en julio de 2016, después del fallido golpe militar organizado, presuntamente, por los hombres de Gülen.
Las constructoras, los mejores amigos
Las grabaciones mencionadas arrojan luz sobre el oscuro marco jurídico de la contratación pública en Turquía. Entre otros supuestos casos de corrupción, y por lo que concierne a este análisis, estas grabaciones destaparon las conexiones informales entre gobierno y ciertos empresarios para el control de la mayoría de grupos mediáticos.
En este contexto, la adquisición de un grupo de prensa se hace imprescindible para asegurarse contratación pública por parte de los empresarios.
El “pionero” de estos empresarios fue Ahmet Çalık, quien en 2007 participó en la adquisición del grupo Sabah/ATV. Sorprendentemente, en 2013 Çalık decidió poner en venta este grupo mediático, ya que las pérdidas económicas eran insostenibles. Su venta coincidió con las horas más bajas de Erdoğan y del AKP, echo que explicaría la falta de oposición a Çalık por parte de Erdoğan.
Esta venta se realizó en diciembre de 2013, fecha clave en el caso de corrupción destapado por las grabaciones, que dieron a conocer cómo se fraguó. Aparentemente, grandes inversores internacionales pujaron por Turkuvaz Media Group, como por ejemplo Time Warner, y fue el mismo Erdoğan quien bloquearía estas ofertas. Finalmente, fue Kalyon Group, una empresa constructora turca, la que compró dicho grupo mediático por 630 millones de dólares. Kalyon no era capaz de adquirir dicho grupo con su propio capital, y según las escuchas, se le facilitó crédito por parte de bancos estatales turcos. Más importante fueron las aportaciones millonarias de otros empresarios turcos, presionados por el entonces ministro de transporte, Binali Yıldırım. Así se fraguó la piscina mediática del AKP y así pudo Erdoğan retener su influencia en este grupo mediático.
Ese mismo año, Kalyon Group pudo participar en los proyectos de construcción de infraestructuras más importantes de Turquía. Por ejemplo, la construcción del tercer aeropuerto de Estambul, un mega-proyecto valorado en más de 22.000 millones de euros. Kalyon también ha participado en otros proyectos como la construcción del “Metrobüs” en Estambul, o en proyectos de infraestructuras en otros países donde Erdoğan ejerce una gran influencia, como la construcción del aeropuerto de Vlora, en Albania.
Yıldırım contó con otros bañistas para la creación de esta piscina de dinero y adquirir otros grupos mediáticos. En concreto, con un trío muy fiel al AKP, el consorcio Cengiz-Limak-Kolin. Tres holdings con grandes intereses en los sectores de la construcción y de la energía.
También acusados en la investigación policial de diciembre de 2013, estos holdings contribuyeron presuntamente a la adquisición del Turkuvaz Media Group, asegurándose así su participación en proyectos multimillonarios, como en el ya mencionado tercer aeropuerto de Estambul.
Un reciente estudio del Banco Mundial demuestra la importancia de la contratación pública en el mundo empresarial turco. En este estudio se dan a conocer las empresas que más dependen de este tipo de contratos a nivel mundial y, oh sorpresa, este triunvirato de la construcción turca aparece en el top 10 mundial. Limak en segunda posición, Cengiz en la cuarta y Kolin en la quinta.
Un último ejemplo ha sido el papel jugado por el Doğuş Media Group, liderado por Ferit Şahenk, quien adquirió uno de los mayores canales de televisión en Turquía, Star TV, del Doğan Media Holding. Este último grupo, presidido por Aydın Doğan, había estado asociado con grupos políticos kemalistas y su grupo mediático había sido muy crítico con la figura de Erdoğan. Esta situación llevó al Doğan Media Holding a ser multado en 2009 por un supuesto incumplimiento fiscal. Esta presión por parte del gobierno forzó al Doğan Media Holding a vender en 2011 dos de sus periódicos más populares, el Milliyet y el Vatan, vendidos a Erdoğan Demirören, un empresario cercano a Erdoğan. Ese mismo año Şahenk adquirió Star TV.
Posteriormente, Doğuş Holding ganó dos contratos multimillonarios, participando primero en la construcción del susodicho tercer aeropuerto de Estambul y en la del Galataport, un puerto turístico en Estambul. Solo el proyecto Galataport está valorado en más de 1.000 millones de euros.
El espectáculo continúa
Hoy el panorama es penoso para periódicos, radios y televisiones. Se estima que de 29 periódicos, 21 están controlados directa o indirectamente por el gobierno turco. Las radios y televisiones tampoco quedan exentas de este monopolio político, y en un estudio sobre el estado de la prensa en Turquía de 2016 se indicaba que más del 50% de las televisiones están controladas por cinco grupos (Turkuvaz, Doğan, Doğuş, Ciner y la estatal TRT), todos ellos leales al gobierno. Estos porcentajes se reducen a un 40% en el sector radiofónico.
La piscina creada por Erdoğan permite al gobierno nadar con mucha tranquilidad por la vida política turca.
Primero, este control permite al gobierno escoger quién puede escribir y quién no en la prensa turca, así como de qué asuntos hablar y con qué enfoque tratarlos. De esta manera, el gobierno turco puede hacer mayoritaria su narrativa oficial, adaptándola a sus necesidades políticas y económicas.
Aún más importante para el actual sistema político turco, el media se ha convertido en un peaje obligatorio para los empresarios turcos que quieren asegurarse contratos públicos. Así, el gobierno turco usa el control de la prensa como una herramienta para la distribución de recursos públicos de cara a sus empresarios más leales.
La presencia del sector de la construcción en los grupos mediáticos turcos se combina con la reciente llegada de un oligarca de origen azerí, Mübariz Mansimov, un empresario con intereses en el sector energético y de logística marina, presuntamente asociado con Erdoğan a través de una serie de sociedades en reserva (shelf companies) creadas para evadir impuestos. Según fuentes del autor, Mansimov habría adquirido por un euro el Doğan Media Group a Demirören. Mansimov habría usado a un testaferro, Fatih Berber, para llevar a cabo la operación.
Dada la poca claridad de los orígenes de la fortuna de Mansimov, el Doğan Media Group podría ser usado como un mecanismo para el blanqueo de capitales.
Dentro de este contexto, la prensa turca se está convirtiendo en un simple objeto de transacción entre las elites políticas y económicas, fácilmente influenciables y que responden a unos únicos intereses. Desde la producción de series televisivas con claros mensajes panislamistas y con toques nostálgicos de un pasado otomano idealizado, hasta la selección de las noticias de cabecera, el mainstream media responde claramente a la agenda política, tanto nacional como internacional, del AKP de Erdoğan.
Un claro ejemplo de esta situación se ha visto con el tratamiento por parte de la prensa turca del asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi. Curiosamente, esta prensa fiel al gobierno ha puesto el grito en el cielo por los tics dictatoriales que se desprenden de la actuación del régimen de Mohammed Bin Salman a la hora de acallar una voz disidente como la de Khashoggi. Este relato de la prensa turca contrasta con el silencio cómplice a la hora de informar sobre el cierre de medios y encarcelamiento de periodistas en la propia Turquía. Desde el fallido golpe de Estado de julio de 2016, un total de 200 organizaciones de prensa han sido clausuradas, y 143 periodistas han sido encarcelados.
Y es que en un sistema político cada vez más oscuro, Erdoğan y la elite política turca tienen cada vez más facilidades para aplicar su agenda política, sobre todo después de aprobar en referéndum el establecimiento de un sistema presidencialista. Omnipotente y omnipresente, sin contrapesos políticos, el gobierno de Erdoğan mantiene una mano de hierro sobre la prensa turca, escogiendo quien puede formar parte del exclusivo grupo de bañistas de la piscina de favores turca.