El anuncio de Venezuela de que emitirá una moneda virtual o criptomoneda –el petro– para evadir las sanciones financieras de Estados Unidos, una estrategia que Irán y Rusia también han prometido explorar, pretende dar la impresión de que podría surgir un sistema financiero paralelo que no tardaría en amenazar una de las principales armas del arsenal de la política exterior de Washington.
No es extraño. Desde los atentados de 2001, las sanciones financieras han sido el primer recurso de EEUU contra organizaciones terroristas, los programas nucleares de Irán y Corea del Norte, la anexión rusa de Crimea y las violaciones de los derechos humanos en Venezuela, entre otros casos.
La hegemonía del dólar y su control del epicentro del sistema financiero global permite a Washington ejercer una enorme presión sobre cualquier Estado díscolo. El 60% de los países tienen hoy al dólar como “ancla” –es decir, la divisa con la que estabilizan el valor de su propia moneda–, frente al 30% en 1950 y el 50% en 1980. Y dado que esos países representan el 70% del PIB global, Ruchir Sharma recuerda en The New York Times que la mayor parte del mundo vive en el bloque del dólar. Para resguardar su dinero, los bancos centrales prefieren los bonos del Tesoro, que aparecen como dólares en sus reservas de divisas.
Desde 1980, la proporción del dólar en las reservas globales se ha mantenido en el 66%. Hoy casi un 90% de las transacciones internacionales financiadas por bancos se realizan también en dólares, una cifra récord y una clara señal de confianza en las instituciones políticas y financieras de EEUU.
Criptomonedas y cadena de bloques
Venezuela importa más del 80% de sus alimentos y medicinas, por los que tiene que pagar en dólares, cada vez más escasos por los bajos precios del petróleo y las sanciones financieras de EEUU. Rusia, por su parte, trata de escapar de ese grillete monetario desarrollando un sistema de pagos internacionales alternativo al Swift, la plataforma con sede en Bruselas que conecta el sistema financiero global. Los esfuerzos de Moscú han sido hasta ahora infructuosos. Es lógico. Los grandes bancos –y las más de 11.000 entidades financieras ligadas al Swift– no tienen interés en integrarse a una nueva organización que abriría aun mayores oportunidades al lavado de dinero y la evasión fiscal.
Las criptomonedas y la cadena de bloques (blockchain) –la tecnología descentralizada que hace posibles las divisas virtuales– podrían convertirse en un medio para lograr esos mismos objetivos. Según Elizabeth Rosenberg, que trabajó en el departamento del Tesoro de Obama, la innovación financiera digital podría reducir la capacidad punitiva de EEUU en ese campo.
De hecho, el bitcoin fue utilizado al principio para transacciones que se querían ocultar. Pero en 2013 el FBI cerró Silk Road, un mercado online de drogas ilegales que usaba el Bitcoin, rastreando los registros públicos de los blockchains, las fechas y cantidades de cada transacción y qué cuentas estaban implicadas. El departamento del Tesoro ya ha advertido a los inversores que utilizar el petro violará el régimen de sanciones contra Caracas.
Pero es probable que ni siquiera ello haga falta. El chavismo ha sido incapaz de mantener la estabilidad del bolívar. Este año la inflación podría superar el 13.000%, frente al 2.700% de 2017, según el FMI.
Así, pocos creen que Venezuela pueda sostener el valor de una moneda virtual, en teoría respaldada por barriles de petróleo aún no extraídos. Sobre el papel cada petro valdría lo que un barril de crudo de la faja del Orinoco, hoy en torno a los 59 dólares. Si la emisión planeada por Nicolás Maduro, de 100 millones de petros, tiene éxito podría recaudar 5.900 millones de dólares.
Pero Francisco Monaldi, experto en energía de la Universidad de Rice, cree que el petro es pura ficción. La razón es sencilla. El primer requisito de una criptomoneda exitosa es la confianza que depositan en ella sus usuarios. Y el régimen chavista, apunta, ni siquiera publica datos oficiales de inflación.
Según Oxford Economics, la economía venezolana se contrajo un 7,6% en 2017. Si se incluyen todas sus deudas PDVSA debe casi 56.000 millones de dólares. La compañía de servicios petroleros Schlumberger ha tenido que hacer un writeoff de 938 millones de dólares por impagos de la petrolera.
Venezuela misma ha perdido su derecho de voto en la ONU por dejar de pagar sus cuotas. Hasta Cuba ha asumido el control de la participación de PDVSA en la refinería de Cienfuegos para compensar deudas impagadas.
El petro, un oxímoron
Una criptomoneda gubernamental es en realidad una contradicción de términos. La clave de una divisa virtual es que no es emitida por ningún gobierno, banco central u otra autoridad financiera. El régimen chavista ha anunciado incluso que las operaciones con el petro serán supervisadas por la Superintendencia de Criptomonedas, que además fijará su precio.
Hay demasiados cabos sueltos. Por ejemplo, ¿qué valor puede tener el petróleo no extraído si el único medio de extraerlo es a través de asociaciones obligatorias con PDVSA? El petro, por ello, sería un título digital o más bien un pagaré de un gobierno en bancarrota.
Incluso China y Rusia están limitándose a refinanciar los créditos anteriores a Caracas a cambio de futuras entregas de petróleo, lo que deja al país con cada vez menos crudo que vender a cambio de dinero fresco.
Incluso si Venezuela llegara a emitir esos pagarés disfrazados de criptomoneda, su valor no tardaría en devaluarse. Raúl Gallegos, analista de Control Risks y autor de Crude Nation, un libro sobre la Venezuela chavista, cree que, por ello, el objetivo real del petro es servir de vehículo para sacar en secreto dinero del país para blanquearlo o esconderlo en paraísos fiscales, que precisamente no faltan en el Caribe, paraíso de piratas.