Las elecciones presidenciales y parlamentarias en Perú se están desarrollando en un escenario de crisis sanitaria, económica y política. En primer lugar, el país se encuentra en estos momentos en el pico de la segunda ola de la epidemia de Covid-19. El proceso de vacunación se encuentra en una etapa inicial: más de 649,000 peruanos han recibido al menos su primera dosis, en un país con una población de 32,5 millones. Además, el proceso ha estado envuelto en escándalos, el más conocido de ellos el Vacunagate, en el cual un centenar de personas, incluyendo autoridades como el expresidente Martín Vizcarra, fueron vacunados irregularmente.
Respecto al sector económico, según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), la producción nacional disminuyó un 11% en 2020, la tasa más baja de las últimas tres décadas. Asimismo, se registró una contracción de la actividad productiva, después de 22 años de crecimiento económico ininterrumpido. Cifras del INEI también indican que, el año pasado, la población ocupada disminuyó un 13% a nivel nacional respecto al año anterior. A este respecto, es importante recordar que Perú fue uno de los países cuyo confinamiento por la pandemia ha sido de los más estrictos.
El escenario político peruano tampoco está exento de crisis. En los últimos cinco años, la relación entre el poder ejecutivo y el legislativo ha sido altamente conflictiva. Desde que Pedro Pablo Kuczynski asumió la presidencia y Fuerza Popular, el partido fujimorista de oposición, ocupó el 56% de escaños del Congreso, hemos asistiado a la renuncia de Kuczynski; a la llegada de Vizcarra a la presidencia y al cierre del Congreso; a unas elecciones parlamentarias complementarias donde Vizcarra –con alta popularidad, pero sin partido político propio– no presentó una lista congresal, repitiendo el mismo escenario de Kuczynski: un ejecutivo sin mayoría (o sin presencia) en el Parlamento; a la vacancia, ocho meses después de las elecciones, del propio Vizcarra, por supuestos actos de corrupción; a la llegada a la presidencia del parlamentario de Acción Popular Manuel Merino, el cual, después de una serie de protestas en el país que se saldaron con dos muertos, renunció a los 10 días; a la elección por parte del Congreso de un nuevo presidente, en esta ocasión del Partido Morado: Francisco Sagasti, aún en el cargo.
Todo esta inestabilidad hunde aún más la poca confianza de la ciudadanía en las principales instituciones democráticas del país.
Poco interés y pocos favoritos
Ante este escenario, el interés por las elecciones fue tardío. A 15 días de la celebración de las mismas, el 12% de los peruanos no precisaba por quién votar, mientras que el 17% señalaba que votaría en blanco o viciado, según la encuestadora Ipsos. El 27% de lo que podemos calificar como indecisos era altamente superior a la intención de voto del candidato más popular en ese momento (Yohny Lescano, 15%). Lo que se presentaba era una alta fragmentación de la intención de voto y “mini candidatos”, según el calificativo del politólogo Carlos Meléndez.
En estas elecciones ha habido 18 candidatos a la presidencia y 20 partidos que se postulaban al Congreso. Sin embargo, este número elevado de oferta electoral no es extraño, a pesar de que ha ido incrementándose. En 2020 se postularon 22 partidos políticos; en 2016, 15; y en 2011, 13 (hay que tener en cuenta que en los últimos años siempre ha entrado en la carrera electoral un número superior de partidos que, sin embargo, podían retirar su participación; ahora la nueva ley electoral impide esta práctica). Sin embargo, lo que sí es novedoso es la alta fragmentación del voto. En las pasadas presidenciales, los dos candidatos que pasaron a la segunda vuelta acumulaban el 60,9% de los votos válidos y en 2011, el 55,3%. En las elecciones del 11 de abril, los dos candidatos más votados no llegan al 35%.
En este sentido, los candidatos no lograron concentrar un número importante de electores, como sí hicieron en pasadas elecciones. La estrategia de conquistar una mayor cantidad de electores moderando los discursos fue reemplazada por la búsqueda de nichos electorales, pues ello era suficiente para llegar a la segunda vuelta. Por otra parte, el electorado se presentaba como volátil, pues las intenciones de voto que subían rápidamente, cayendo o estancándose con igual velocidad. Como se observa en el gráfico, Lescano tiene un ascenso y caída importante en menos de dos meses, lo que puede interpretarse como que el apoyo hacia los candidatos es precario y que los electores estaban dispuestos a virar voto.
Fuente: Ipsos. Elaboración de la autora.
Resultado apretado
Pasan a la segunda vuelta Pedro Castillo, candidato sindicalista de izquierda, con el 19,1% de votos válidos, y Keiko Fujimori, hija del expresidente Alberto Fujimori, con el 13,3%, según la ONPE. Sin embargo, la diferencia entre quienes competían por el segundo lugar con Fujimori era muy corta. Muestra de ello son las cifras de votos válidos de Rafael López Aliaga (11,7%), Hernando de Soto (11,6%) y Lescano (9,1%).
Por otra parte, la fragmentación también se presenta –y con mayor medida– en el Parlamento. El próximo partido de gobierno tendrá un escenario parecido al de los últimos cinco años, pues no tendrá mayoría en el Congreso. Esto requiere que el ejecutivo genere coaliciones con dos o más partidos para sacar adelante sus políticas. Sin embargo, lo más probable es que no se logre generar acuerdos de largo plazo, por lo que lo más recomendable sería negociar por temáticas.
Fuente: ONPE, con el 97% de las actas procesadas. Elaboración de la autora.
Cabe señalar que, en Perú, los partidos son débiles y que los políticos que se encuentran en ellos tienen, en su mayoría, una vinculación exclusivamente electoral. Así, el nivel de negociación se complejiza más, pues a veces tiene que hacerse a nivel individual y no partidario. Por otra parte, las medidas institucionales de control político, como la vacancia presidencial por incapacidad moral permanente y el cierre del Congreso, necesitan ser aclaradas, puesto que su ambigüedad ha dado pie a las múltiples crisis políticas que Perú ha vivido en los últimos cinco años.
En estas elecciones, más del 65% de los votantes no han apoyado a los candidatos que pasarán a la segunda vuelta, por lo que el próximo presidente afronta ya un gran reto de legitimidad y de respaldo por parte de la ciudadanía. A lo que se suma el desafío de la gobernabilidad por la alta fragmentación en el Congreso. En definitiva, estas elecciones dejan más preocupaciones que certezas.