Niño sirio arriesga su vida para salvar a una pequeña de las balas en un vídeo amateur que se populariza en las redes. Pero la historia resulta ser falsa. Los reporteros internacionales encuentran crecientes dificultades para diferenciar entre realidad y fabulación en un mundo donde ya no solo circula propaganda de los gobiernos, sino también engaños virales de muchos otros actores.
“Syrian hero boy” fue reproducido en numerosos medios y visionado cerca de ocho millones de veces en YouTube. Pero es una ficción rodada con equipo profesional en Malta, en el mismo escenario donde se grabaron películas como Gladiador. Cuando ya se había extendido su fama, su director, el cineasta noruego Lars Klevberg, confesó la treta en Twitter argumentando que solo querían generar debate y acciones en favor de los niños afectados por la guerra.
Un grupo de periodistas internacionales de renombre, encabezado por la documentalista Sima Diab, se movilizó para dirigir una carta de protesta a Klevberg, así como al Instituto Noruego del Cine y al Consejo de las Artes del país, que financiaron la patraña. Con un enorme eco, lograron el arrepentimiento de los principales implicados y la retirada del vídeo de su emplazamiento original.
“La forma en que se ha presentado al público es intencionadamente engañosa. En ese conflicto, descifrar lo real de lo falso es una tarea difícil y muchos activistas, periodistas y analistas pasan incontables horas examinando vídeos para facilitar información rigurosa al público”, dice la carta, primera de esta naturaleza que impulsan los corresponsales ante un caso similar. “Teníamos las mejores intenciones de corazón”, ha dicho un Klevberg intimidado por las críticas.
“Por supuesto, hay un montón de casos de reporteros que inventaron historias, como Jayson Blair de The New York Times, pero son distintas de un bulo perpetrado con la intención de confundir a los periodistas”, dice Peter Bouckaert, director de Emergencias de Human Rights Watch. Tampoco ayuda a calmar los ánimos el hecho de que la iniciativa recibiera financiación oficial en un momento en que muchos freelance no consiguen fondos para elaborar productos que reflejen la verdad.
Llueve sobre mojado
Los periodistas sienten que cada vez es más difícil comprobar lo que sucede y que aumenta el número de sujetos con intención de falsear. Hay medios tecnológicos al alcance de todos y el engaño puede venir todavía de la propaganda oficial, como era habitual en las guerras del pasado, pero también de los propios colegas, de activistas, de ciudadanos anónimos con una cámara.
Blair o Judith Miller son nombres de reporteros que se asociaron anteriormente a la difusión de historias falsas o de interpretación polémica. Otro caso conocido es el de Janet Cooke, periodista de The Washington Post que se vio obligada a devolver un Premio Pulitzer cuando se descubrió que la historia que se lo había proporcionado (la de Jimmy, un niño heroinómano de 8 años) era falsa.
Activistas y periodistas ciudadanos, que realizan un trabajo de enorme valía en buena parte de los conflictos actuales, también pueden dificultar la tarea. En 2012 llegaron imágenes de Homs que mostraban a un grupo de revolucionarios quemando neumáticos y adoptando otras técnicas de dramatización de escenas, recuerda a Política Exterior el fotoreportero Daniel Etter. En 2011, se descubrió que una bloguera lesbiana que decía escribir desde Damasco era un estadounidense que vivía en Edimburgo: “Solo he intentado iluminar a la audiencia occidental. Esta experiencia confirma tristemente mis sentimientos hacia la a menudo superficial cobertura de Oriente Próximo”, explicó.
En cuanto a las autoridades oficiales, pueden citarse las recientes informaciones confusas promovidas por el gobierno sirio tras el ataque químico en Ghoutta (Siria) o las imágenes difundidas por Rusia para justificar el supuesto no derribo del avión NH17 sobre Ucrania. Estas últimas han demostrado que si bien el Kremlin domina las técnicas de propaganda, no controla las de Photoshop.
Mentiras y gobiernos
Lo que están haciendo las nuevas tecnologías es sofisticar los engaños. Donde antes se expandía un rumor ahora lo hacen imágenes a todas luces ciertas, obligando a hacer dudar a más sentidos. Además, lo adulterado se expande ahora con mayor viralidad en las redes sociales. Pero un repaso a la historia del periodismo internacional muestra que en realidad la mentira siempre estuvo ahí. De hecho, nada enseña mejor la verdadera historia mundial contemporánea que el análisis de lo que fueron manipulaciones de los gobiernos e intentos periodísticos de desbaratarlas. En ese campo, el libro de Philip Knightley The first casualty suele citarse como clásico. La primera víctima en todo conflicto, se advierte desde el título, es la verdad, y para comprobar que hasta los gobiernos más democráticos caen en la tentación del engaño basta con mencionar algunos de los muchos ejemplos que ofrece el libro sobre EEUU.
Autoridades estadounidenses negaron inicialmente la radiación provocada por los lanzamientos atómicos de Hiroshima y Nagasaki (1945), pero la realidad fue contada un año después por el periodista de The New Yorker John Hersey en artículos recopilados en la obra “Hiroshima”. La masacre de My Lai (1968), en Vietnam, fue también ninguneada por los estamentos militares hasta que al reportero Seymour Hersh le dio por bucear entre papeles y hacer incansables llamadas telefónicas. Enfrentándose al gobierno, en 1971 The New York Times se atrevió a publicar los llamados Papeles del Pentágono, donde se contaba la trastienda sucia de la guerra. Todos esos éxitos del periodismo, que configuran la cara más honorable de la profesión, partieron de mentiras.
La revista Foreign Affairs publicó en agosto de 2014 un especial llamado Lo que realmente pasó. Aprovechando la desclasificación oficial de algunos documentos, el trabajo mostraba cuál había sido la verdadera implicación de Estados Unidos en Irán, Congo, Paquistán y Chile en momentos conflictivos de su Historia (1953, 1968, 1971 y 1973, respectivamente). Poco que ver con la película generalmente contada.
Pese a tanto ejemplo jugoso, en términos de propaganda quizá nada sea equiparable a lo que sucedió en La Guerra del Golfo (1990-1991). Se hizo creer a los telespectadores que aquel era un conflicto limpio, sin sangre. Los intercambios de disparos eran inocentes juegos interestelares. Fue un aviso de lo que se le venía encima al periodismo con las nuevas tecnologías, pero también una vuelta a los modos más clásicos de la manipulación: un cormorán manchado de petróleo apareció en bastantes medios como ejemplo de la irresponsabilidad medioambiental de Sadam Husein, cuando las imágenes se habían tomado en otro país y otra época del año. El culmen de aquella orgía de engaños fue la comparecencia de Nayira Al-Sabah en el Congreso de EEUU: la adolescente lloró y moqueó narrando cómo soldados iraquíes habían entrado en un hospital kuwaití asesinando a bebés que dormían en incubadoras. En realidad estaba emparentada con el cuerpo diplomático kuwaití, el episodio era mentira y su presentación había sido impulsada por la firma de relaciones públicas Hill & Knowlton. Innumerables políticos utilizaron aquella tragedia para defender la intervención en Irak.
“El impacto más dañino de la escena trucada es que hace que ahora todo el mundo lo cuestione todo, incluso cuando es posible comprobar si un contenido es real recurriendo a protocolos de verificación”, explica Bouckaert a Política Exterior refiriéndose a Syrian Hero Boy. La ONG para la que trabaja dedica cuantiosos esfuerzos tecnológicos y humanos a la comprobación de crímenes contra la humanidad, y ha aclarado algunos episodios importantes como la participación del Ejército Islámico (EI) en lo que en un primer momento parecían ejecuciones demasiado salvajes para creerse en Tikrit (Irak). La confusión deja a la sociedad desactivada, incapaz de reaccionar ante atrocidades porque no sabe si son ciertas o no. Ni siquiera la herramienta de verificación más potente es capaz de desmontar una mentira tan bien elaborada como el vídeo noruego. Al menos no antes de que haya hecho demasiado daño.
[…] obligado a pedir disculpas por difundir un vídeo falso sobre la situación de los niños en Siria, Syrian hero boy. Sólo quería atención para el conflicto, pero logró la ira de los corresponsales, cada vez más […]