Estados Unidos juega al póker y la Unión Soviética al ajedrez, según el cliché de la guerra fría. En la posguerra fría es Rusia quien juega al póker. Pero en los mares que rodean China, el nuevo Gran Juego es exponencialmente más complejo que los anteriores.
Se ha escrito bastante sobre ajedrez y go en la política y la guerra. Una comparación en la que el primero sale mal parado. El ajedrez tiene 64 casillas, el juego milenario chino 361. El ajedrez busca acorralar al rey, el go requiere envolver al ejército enemigo. Deep Blue derrotó a Garri Kasparov en 1997, pero los algoritmos de Google no han doblegado a un campeón mundial de go hasta este año.
“El go es el reflejo perfecto del pensamiento estratégico chino”, advierte un analista militar estadounidense. En las páginas de Política Exterior, David G. Cantalapiedra describe la partida global de China, “evitando el conflicto directo, moviéndose para mejorar sus posiciones globalmente, permitiéndole vencer al adversario por inferioridad e incapacidad de ofrecer movimientos alternativos, que no entrañen costes altísimos o que lleven a la derrota total”.
En el tablero de su vecindario, Pekín parte de una situación delicada. China está rodeada de aliados estadounidenses, que entorpecen sus intentos de dominar la región. Pero si rompe el cerco y se adueña de los mares del Sur y Este de China, aunque sea pacíficamente, la marina estadounidense, puntal de la hegemonía americana, recibiría un varapalo sin precedentes. A falta de librar una guerra convencional –vaticinada por muchos analistas, obstaculizada por sus respectivos arsenales nucleares–, las dos grandes potencias compiten por influencia política en la región. La diplomacia, observó Zhou Enlai, es la continuación de la guerra por otros medios.
Movimientos inesperados amenazan con alterar la partida. El filipino Rodrigo Duterte, volcado en una salvaje campaña antidroga (2.000 presuntos delincuentes asesinados por escuadrones de la muerte desde su toma de poder en junio), “no es fan” de EEUU. Considera a su homólogo estadounidense un “hijo de puta”. Incontinencia verbal aparte, Duterte inquieta a Washington porque ha anunciado que invertirá en equipos de defensa chinos y rusos, y exige el repliegue de las fuerzas estadounidenses en su país (el Pentágono realiza patrullas conjuntas con la marina filipina y asesora a su ejército en la lucha contra el grupo terrorista Abu Sayyaf).
La excolonia americana es el único país del sureste asiático con quien EEUU mantiene una alianza militar formal. Manila adoptó una línea dura en el mar de la China Meridional, llegando a estrellar un buque militar en un banco de arena cuya soberanía Pekín disputa. Esta posición se vio recompensada en julio, cuando un tribunal internacional derribó los argumentos legales con que China justifica sus reclamaciones territoriales. Duterte ofrece a China la oportunidad de, como dicen los estadounidenses, arrancar una victoria de las fauces de la derrota.
Si Filipinas frustra a la diplomacia estadounidense, Birmania, que en 2011 emprendió una transición democrática, ofrece motivos de optimismo. La reciente visita de Aung San Suu Kyi a la Casa Blanca podría saldarse con el fin de las sanciones impuestas por EEUU a la junta militar que gobernaba hasta marzo de 2016. Birmania, cuyo litoral permitiría a China importar petróleo del Golfo sin depender del vulnerable estrecho de Malaca, amenaza con gravitar en la órbita estadounidense.
La diplomacia estadounidense cultiva con esmero a Suu Kyi, a quien Hillary Clinton menciona recurrentemente en sus memorias. Aunque trabas legales le impiden ejercer la presidencia, en manos de su compañero de partido Htin Kyaw, Suu Kyi dirige el gobierno y el ministerio de Exteriores. Pero la premio Nobel de la Paz no está exenta de claroscuros, como su silencio, cuando no complicidad, ante el genocidio de la minoría rohingya. Y difícilmente rechazará a China, socio indispensable para resolver las disputas étnicas que afligen a Birmania.
Al margen de los virajes diplomáticos, el tiempo juega en contra de EEUU. Pekín puede competir militarmente con Washington, pero EEUU no es capaz de emular el tirón económico chino en la región. Barack Obama terminará su presidencia sin ratificar el TPP, un ambicioso tratado comercial que excluye a China al tiempo que aglutina a todos sus vecinos. “Los aliados americanos se sentirán muy decepcionados”, observa Gideon Rachman en Financial Times: habrán provocado a China sin obtener nada a cambio. “Obama se enfrenta a la triste perspectiva de que su principal iniciativa en política exterior –el ‘pivot’ a Asia– se hunda bajo las olas el Pacífico”.
Washington juega al Risk: un juego de mesa que resulta insufrible cuando se prolonga, y cuyo nombre significa «riesgo». El 13 de septiembre, China y Rusia realizaron maniobras conjuntas en mar del Sur de China.