Alejandro Magno mandó quemar sus naves al desembarcar en la costa fenicia para que sus tropas comprendieran que no había marcha atrás, que tenían que vencer para volver a sus casas. Kim Jong-un ha prendido fuego a la nave china, la única que sostenía a su régimen, para que sus enemigos entiendan que nunca se rendirá. Pero Kim Jong-un no es Alejandro.
Casi el 90% del comercio de Corea del Norte era con China, que este año se ha visto obligada a sumarse a las sanciones impuestas por Naciones Unidas ante la obstinación de su vecino por dotarse de armas nucleares. La decisión de Pekín pone fin a décadas de respaldo incondicional a Pyongyang en el Consejo de Seguridad. En 2016, el tercero de la dinastía comunista fundada en 1948 por Kim Il-sung se saltó a la torera todas las advertencias de la comunidad internacional y en nueve meses realizó dos pruebas atómicas y tres de misiles balísticos de corto y medio alcance.
El empeño de China porque la República Popular Democrática de Corea (RPDC) vuelva a la mesa de negociación para canjear su programa nuclear por una sustantiva ayuda económica y diplomática ha hundido las relaciones bilaterales. El llamado “reino “ermitaño” lejos de mostrarse intimidado por las sanciones y la suspensión de las compras chinas de carbón, su principal fuente de divisas, ha ensayado casi una decena de cohetes en los cuatro primeros meses de 2017 y ha dejado entrever los preparativos de una nueva detonación atómica.
Bravata o reto –Kim Jong-un sabe que para Pekín es fundamental la división por el paralelo 38 mientras Estados Unidos mantenga 28.500 soldados en Corea del Sur–, la respuesta china ha sido contundente. Ha suspendido las exportaciones de gas hasta obtener garantías de que no habrá más pruebas nucleares. Según la agencia de noticias estadounidense AP, el único medio occidental con corresponsalía en la RPDC, la escasez duplicó el precio del gas en la última quincena de abril.
China es consciente de que un alza incontrolada de precios puede desatar revueltas populares que hagan saltar por los aires al régimen norcoreano, pero parece resignada a asumir que el daño que sus tropelías causan a su imagen internacional le impide seguir respaldándolo. Su estrategia actual es dejar que sean los sempiternos enemigos, Washington y Pyongyang, los que resuelvan directamente sus disputas.
La RPDC siempre ha desconfiado de China, pero la actitud de Kim Jong-un es casi paranoica. El joven dirigente no había nacido cuando, en octubre de 1950, cerca de 400.000 soldados chinos atravesaron la frontera para impedir que los ejércitos surcoreano y estadounidense, con el apoyo de otros 15 países, conquistaran la RPDC. La intervención china forzó el retroceso de las tropas de la coalición internacional al sur del paralelo 38 y no volvieron a cruzarlo. En 1953 se firmó un armisticio, pero aún no existe un acuerdo de paz.
El recelo de Kim Jong-un tiene su origen en la apuesta conjunta que realizaron en 1956 la URSS y China contra su díscolo abuelo por iniciar una guerra sin consultarles. Urdieron un plan para colocar a un dirigente más sumiso al frente del Partido de los Trabajadores. Kim Il-sung descubrió la trama y ejecutó a los conjurados.
Desde que Kim III asumió el poder a la muerte de su padre, Kim Jong-il, en diciembre de 2011, tampoco ha dudado en colocar frente al pelotón de fusilamiento a todo sospechoso de compló, incluida la plana mayor del ejército, desde el ministro de Defensa al jefe del Alto Estado Mayor, además de a su tío y hasta entonces número dos del régimen, Jang Song-taek. Le imputaron entre otros cargos, enriquecimiento ilícito en China y conspiración.
El temor del Cerdito, como le llaman con desprecio los internautas chinos, a que Pekín tejiese con su hermano mayor, Kim Jong-nam, un plan secreto para destituirle motivó la orden de asesinato en el aeropuerto de Kuala Lumpur en febrero pasado. Primogénito y sucesor in pectore, Jong-nam cayó en desgracia en 2001 al ser detenido en Japón por entrar con un pasaporte falso para, según declaró, visitar Disneyland. Autoexiliado con su familia en la región china de Macao, mantenía buenos contactos con las autoridades chinas y no es de extrañar que tuviese simpatizantes en el interior de Corea del Norte.
Las relaciones entre Pekín y Pyongyang nunca habían pasado por un periodo tan bajo. El enfrentamiento no es solo político, sino también ideológico. China pretendía extender sus reformas de mercado al vecino país, que solo aceptó una versión muy limitada de estas, por miedo a que la liberalización permitiera a los norcoreanos tomar conciencia del abismo económico que separa al Norte del Sur. La introducción en 2005 de la explotación privada de la tierra ha evitado nuevas hambrunas, la industria ligera y la apertura controlada de la economía han permitido una cierta mejora del nivel de vida a su castigada población, pero la huida hacia adelante del régimen parece un tren a punto de estrellarse.
Los intentos chinos por restablecer el diálogo tampoco tienen éxito. Según Boxun, una web de la comunidad china en EEUU, Xi Jinping, tras reunirse con Donald Trump en Florida, donde abordaron el conflicto en la península coreana, quiso enviar a Pyongyang a su consejero Wu Dawei para informar de lo que habían hablado. Kim Jong-un lo rechazó.
La extraña paradoja es que el país por el que se enfrentaron chinos y estadounidenses puede convertirse ahora en el camino que facilite el entendimiento entre ambos. Pekín parece dispuesto a ceder a Washington el testigo en cuestiones norcoreanas. El ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, declaró el 28 de abril antes de la reunión de la ONU al respecto, que la solución requiere una “doble estrategia” de esfuerzos simultáneos para lograr la desnuclearización de la península y negociaciones para sustituir el armisticio entre el Norte y el Sur por un Tratado de Paz. Esto, añadió, se combina con la “doble suspensión” de las actividades nucleares y lanzamientos de misiles por parte del Norte y de las maniobras militares a gran escala conjuntas con EEUU por parte del Sur.
Si el acercamiento Xi-Kim se apunta lejano, el desdén del líder norcoreano por su vecino facilita el entendimiento Xi-Trump. Después de arremeter contra China duramente toda la campaña electoral, Trump, en una entrevista concedida a Reuters con ocasión de sus 100 días en la Casa Blanca, ha calificado a Xi Jinping de “hombre bueno” y ha reconocido que Pekín hace todo lo que puede por desnuclearizar Corea del Norte y que tal vez ya no puede más.
Tercer capítulo de «Paralelo 38», la serie dedicada a Corea del Norte, a cargo de la periodista Georgina Higueras.