Los datos del mercado de trabajo de Brasil asustan. Según cifras oficiales del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística, la informalidad actual media es del 37,6%, pero supera el 50% en 11 Estados. Entre marzo y mayo, 7,8 millones de puestos de trabajo cerraron en el país a causa de la pandemia, lo que hizo que la tasa de paro subiera al 12,9%, un total de 12,7 millones de personas. El presidente, Jair Bolsonaro, recibió el país con un paro del 11,6% y ha conseguido mejorarlo: hoy el número de desempleados dobla el del mejor año de la serie histórica, 2014, cuando el número de personas sin empleo era de 6,8 millones.
Ante esta situación, el gobierno ha liberado una renta básica de emergencia de 600 reales al mes que ya ha llegado a 64 millones de brasileños. Sin embargo, esta renta es insuficiente para las familias más pobres, por lo que muchos de los brasileños de las regiones de favelas y que cuentan con una preparación muy precaria se ven destinados al mercado de las plataformas, que en Brasil ha proliferado de forma extraordinaria los últimos años. El número de entregadores de comida por plataformas ha subido de 280.000 a 500.000 durante la pandemia de Covid-19. Uber Eats, iFood y Rappi suponen hoy la principal fuente de ingreso de un batallón de jóvenes brasileños oriundos de las periferias urbanas.
Uberismo es el término con el que calificamos estas nuevas trasformaciones en el mercado de trabajo. Según el profesor Ruy Braga, uberismo es un nuevo régimen de control de la fuerza de trabajo que se apoya en la expoliación de los derechos laborales mediante la “plataformización” del trabajo, o sea, la sumisión de los trabajadores a la lógica de una nube algorítmica, monopolizada por startups capitalizadas por fondos de inversión de riesgo. Una nueva forma de explotación laboral que utiliza las tecnologías digitales y que ganó expresión global con el éxito de empresas como Uber. Brasil es tierra fértil para esta nueva forma de precarización laboral: según un estudio de la asociación Aliança Bike, los repartidores ganan una media de 992 reales (161 euros) al mes, trabajando 12 horas al día. Son seis reales menos que el salario mínimo brasileño.
La justicia brasileña tampoco protege a los trabajadores de plataformas online. En 2019, el Superior Tribunal de Justicia (STJ) definió que no había relación formal entre los entregadores y las plataformas. El Tribunal Superior del Trabajo (TST) también tomó un parecer semejante, alegando la ausencia de subordinación como argumento. En febrero de 2020, los miembros de la Quinta Sala del Tribunal Superior del Trabajo de Brasil decidieron, por unanimidad, que un conductor de Uber no tiene un vínculo formal con la empresa, por lo que tampoco adquiere derecho a los beneficios que establecen las leyes laborales. Una persona que trabaja con la aplicación presta un servicio “flexible”, sin ninguna “obligación de exclusividad”, y el pago que recibe no constituye un salario, pues es producto de una “sociedad comercial”.
Esta situación de hiper-precarización explotó durante la pandemia. El estudio “Condições de trabalho de entregadores via plataforma digital durante a Covid-19” identificó más horas de trabajo y una caída de los ingresos del 58,9% de los repartidores. Según la encuesta, cerca de la mitad recibía hasta 520 reales por semana antes de la pandemia. Después de la misma, el 71,9% declaró recibir hasta 520 reales, y el 83,7%, hasta 650 reales. El tiempo de trabajo de los repartidores se mantuvo alto durante la pandemia. La indicación de que el 56,7% trabaja más de nueve horas al día, combinada con el hecho de que el 78,1% realiza actividades de reparto en seis días o más por semana, apunta a una alta carga de trabajo. Sin embargo, las largas jornadas de trabajo tuvieron un impacto inverso en la remuneración, indicado por la reducción de los trabajadores en los rangos salariales más altos. “Es posible sugerir que las empresas están promoviendo una reducción del valor de las horas de trabajo de los repartidores en medio de la pandemia”, dice el informe.
Como respuesta a esta situación, el 1 y el 25 de julio los entregadores de comida por plataforma cruzaron los brazos y se manifestaron en algunas capitales brasileñas. El “breque dos apps” (freno de las aplicaciones), fue la primera huelga de esta categoría, abandonada por la justicia, por las propias plataformas y por los sindicatos. Los uberizados están llegando a su límite. Solicitan que se establezca un seguro contra robos y hurtos, otro de accidentes y vida, y que se instale una base de apoyo para el descanso y la alimentación. El reconocimiento del vínculo de empleo es una de las luchas de los entregadores, que también reivindican un aumento en el valor de las tasas de remuneración, el fin de los bloqueos indebidos y sin justificación de los profesionales, que pueden estar días sin trabajar y sin saber el motivo; y el fin del sistema de puntuación de ranking, que es el que define los días y el área en que el entregador puede actuar.
El movimiento comenzó cuando el motoboy Paulo Lima, apodado Galo, lanzó una petición, ahora firmada por 365.000 personas, para exigir kits de higiene contra el Covid-19 y comidas pagadas por las empresas de reparto. Los entregadores de comida, tan imprescindibles durante el confinamiento, no tenían ninguna protección ante el riesgo sanitario. El ministerio Público del Trabajo emitió una nota técnica con una serie de medidas a tomar por las plataformas, pero no llegaban a aplicarse. La Rappi, por ejemplo, dio un kit con máscara y alcohol en gel a los motoboys una sola vez. Los equipos de seguridad (EPI) son comprados por los entregadores. Así surgió el Movimiento de los Entregadores Antifascistas, que lidera las protestas y además tiene la pretensión de manifestar su apoyo a los movimientos antibolsonaristas y en apoyo a la democracia que se han fortalecido por todo el país: “Si la revolución industrial acabó con los empleos, la uberización nos está quitando nuestros derechos”, dice Galo en una entrevista a Radio France Internacional. El líder de los motoboys explica que la gran dificultad de movilizar a sus colegas es que muchos de ellos creen firmemente en el discurso del mérito y del individualismo, que coloca a estos uberizados no como trabajadores precarios, sino como micro empresarios y micro emprendedores en busca del éxito profesional.
Como respuesta a estas paralizaciones sin precedentes, los diputados brasileños se están movilizando para formular leyes que protejan a estos trabajadores. En el Congreso Nacional se tramitan cinco propuestas que buscan satisfacer las principales demandas de los trabajadores. El proyecto de ley más completo es el del senador Jaques Wagner (Partido de los Trabajadores de Bahía), que pretende crear una ley para proteger a los trabajadores de aplicaciones de transporte individual privado. El proyecto de ley prevé una cantidad mínima de horas de trabajo, el suministro por parte de las empresas de equipos de seguridad y la posibilidad de un seguro de desempleo. La propuesta incluye el derecho de asociación, sindicalización y cooperativismo, así como planes de salud, subsidios de alimentación y transporte, seguro de desempleo y seguro de vida y accidentes, que se negociarían colectivamente.
Veremos cómo evoluciona el movimiento, pero de momento las huelgas de los entregadores están siendo la dinámica más importante de reivindicación laboral del periodo Bolsonaro. Auto-organizados, sin sindicatos ni partidos que los abracen, los motoboys están agitando el escenario del precario trabajo brasileño. Como dicen algunos de ellos durante las manifestaciones, luchan porque no tiene sentido que los entregadores de comida pasen hambre.
ES UN MOMENTO DE CAMBIO DE TRANSFORMACION. Y lo que no se ha comprendido es que el uber dentro del concepto de la economia colaborativa no se trata de someter al trabajador con leyes que lo regresen al antiguo concepto del empleo. Lo que hay que legislar es que esos «trabajadores» se desempeñen como pequeños emprendedores independientes. a un trabajo flexible donde tengan oportunidad de generar prosperidad, en lugar de salarios que terminan esclavizando al trabajador.