Pacificación de favelas: el reto pendiente de Brasil

 |  18 de marzo de 2014

Con el Mundial de Fútbol y los Juegos Olímpicos a la vuelta de la esquina, Brasil replantea la pacificación de sus favelas. Películas como Ciudad de Dios y la saga de Tropa de Élite han convertido los barrios marginales de Río de Janeiro en clichés morbosos para el mundo entero, pero lo cierto es que una cuarta parte de la ciudad vive en favelas. Y aunque la mayoría de sus habitantes no viven del narcotráfico, hasta hace poco era el narco, y no el Estado brasileño, quien imponía su ley en la zona.

Esto comenzó a cambiar en 2008. Los programas de pacificación, llevados a cabo por el gobierno regional con el apoyo el ejército brasileño, han conseguido arrebatar el control de muchas favelas cariocas al narcotráfico. Pero el repunte de la violencia de bandas armadas –en especial del Comando Vermelho, principal grupo de narcotráfico– a lo largo de 2013 pone contra las cuerdas a las autoridades cariocas. El Complexo do Alemão, un gigantesco sistema de favelas en el norte de Río, continúa siendo un foco de violencia tras su supuesta pacificación en noviembre de 2010. La tortura de un residente de la favela de Rocinha a manos de la policía en ha congelado los proyectos de futuras pacificaciones (las últimas tuvieron lugar en los complejos de Lins y Camarista Méier en octubre). Se espera que José Mariano Beltrame, artífice de los programas de pacificación y secretario de Seguridad Pública del estado de Río de Janeiro, rectifique la estrategia del gobierno regional en las siguientes semanas.

No será fácil. En el pasado, la lucha contra el narcotráfico venía determinada por dos factores. El primero era la corrupción de una policía militar incapaz de actuar de forma eficaz. La corrupción persiste hasta la actualidad, cortesía de policías que convierten las favelas en su feudo tras desplazar al narco, y políticos que ven en ellas poco más que graneros de votos. El segundo era la brutalidad con que las fuerzas del orden hacían frente al problema del narcotráfico. Los habitantes de las favelas, en gran parte inmigrantes del nordeste de Brasil, eran vistos en como cómplices del narco. Si alguno moría en el fuego cruzado, se convertía en daño colateral.

Las pacificaciones intentan atajar estos problemas mediante la introducción de Unidades de Policía Pacificadora (UPP) en las favelas. Se trata de cuerpos de policía recién formados –y por tanto menos corruptos–, cuya misión, más que vigilar, consiste en asistir a los residentes. Al gobierno le corresponde suplir la falta de infraestructuras básicas (saneamiento, luz, escuelas y dispensarios); a la UPP, asegurar que la transformación de la favela –una operación que con frecuencia es compleja, en vista de la escarpada orografía de la ciudad– se lleve a cabo de forma ordenada. Se trata, como el propio Beltrame admite, de proyectos de desarrollo muy ambiciosos.

La operación inicial, sin embargo, es militar. Los narcotraficantes cariocas tienen acceso a armamento pesado. Para expulsarlos de las favelas hacen falta comandos de élite –el célebre BOPE–, infantería de la marina apoyada por transportes ligeros, helicópteros, y batallones de choque de la policía militar. Sin semejante despliegue no puede comenzar la reconstrucción posterior.

Salta a la vista que el proceso es sumamente costoso. También es vulnerable, porque requiere ganar la confianza de una población acostumbrada al maltrato y ninguneo de las autoridades. Escándalos como el caso de tortura destruyen la imagen de las UPP y la viabilidad de los procesos de pacificación. Incluso cuando tienen éxito, la gentrificación amenaza con convertirse en el precio a pagar por una favela segura.

El problema concierne al país entero. Río está destinada a convertirse en el escaparate de Brasil ante el mundo durante los siguientes años. Los programas de inclusión social promovidos en las panificaciones también se han convertido en una marca de identidad de los gobiernos de Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff. Por si fuera poco, las pacificaciones exitosas constituyen un activo considerable en el arsenal de «poder blando» brasileño. En un país sin una política exterior definida, lograr la integración de favelas supone un ejemplo para el resto de América Latina, que al igual que Brasil sufre una enorme desigualdad económica. La misión de la ONU en Haití, dirigida por Brasil, está orientada a reforzar su imagen como país capaz de aunar exitosamente seguridad y desarrollo.

La violencia en las favelas no es el único reto al que el gobierno de Río hace frente. El aumento de precios en la ciudad y las protestas violentas de estudiantes son problemas de peso a los que convendrá hacer frente cuanto antes. La piedra angular, sin embargo, es la pacificación de las favelas. Para acoger las olimpiadas con éxito, las autoridades brasileñas necesitan reconducir la situación actual.

 

 

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