La Cumbre de la OTAN en Varsovia el 8-9 de julio se puede resumir paradójicamente tomando el final de una de las declaraciones más largas de su historia: con “decisiones fundamentales para reforzar nuestra disuasión, defensa, proyectar estabilidad más allá de nuestras fronteras y promover nuestros valores, la Cumbre en Varsovia ha demostrado nuestra unidad, solidaridad y fortaleza”. Ciertamente, se ha producido un refuerzo de las misiones originales de la Alianza. Estas tienen que ver con un conjunto apropiado de fuerzas convencionales, nucleares y defensas antimisiles, siguiendo la revisión de la postura de disuasión y defensa de 2012.
En este sentido, la OTAN ha establecido para 2017 el despliegue de cuatro batallones multinacionales (compuestos por Reino Unido, Estados Unidos, Alemania y Canadá) en Estonia, Letonia, Lituania y Polonia (unas 4.000 tropas en total), en la misma dirección tomada por Washington con su iniciativa “European Reassurance”. La administración de Barack Obama lanzó un plan para 2017 que elevará la presencia de forma rotativa de fuerzas estadounidenses hasta un total de tres brigadas (una aerotransportada, otra acorazada y otra Stryker), además de un incremento en el preposicionamiento de material en Alemania, Bélgica y Holanda. Por otra parte, siguiendo el Readiness Action Plan (RAP), se ha establecido una serie de medidas (Readiness Action Plan Assurance Measures) para fortalecer las capacidades convencionales de la OTAN: mejorar la fuerza de respuesta rápida en todos los componentes con un tamaño de división en una fuerza conjunta. Para ello también se ha creado una fuerza conjunta de alta capacidad de despliegue, unos dos o tres días, con siete países marco (entre ellos España). Se han acordado proyectos de infraestructuras para mejorar la capacidad y velocidad de refuerzo de la OTAN junto con ocho unidades multinacionales en la zona este de la Alianza. A esto hay que añadir el aumento de capacidades y de misiones de la fuerza naval permanente.
Un punto donde no se ha producido un debate más profundo y amplio, a pesar de las dudas sobre el incumplimiento por parte de Rusia del Tratado INF de 1987, pero que ha recibido una importante reafirmación, es el de la capacidad nuclear de la OTAN como mecanismo fundamental de la disuasión y defensa junto con la BMD, en las que España tiene un papel central a través de la base de Rota y el despliegue en Turquía de una batería Patriot.
Cabe destacar asimismo la iniciativa estratégica y doctrinal clave que supone el reconocimiento del ciberespacio como un dominio para las operaciones, y una estratégica contraguerra híbrida junto con la Unión Europea, que incluye el establecimiento de un sistema OTAN de inteligencia vigilancia y reconocimiento conjunto y un plan de modernización de los sistemas Awacs.
Todo ello significa un esfuerzo convencional y económico de primera magnitud. En este sentido, la administración Obama ya pidió al Congreso de EEUU que se cuadruplique el presupuesto de defensa destinado a Europa, desde 789 millones a 3.400 millones de dólares. Sin embargo, permanece el problema de la aportación de los aliados, ya que solo cinco estados europeos miembros de la OTAN cumplen el compromiso del 2% del PIB de gasto en defensa establecido en la cumbre de Gales en 2014 y reafirmado ahora en Varsovia.
Junto con el fin de las “extrañas” relaciones entre la UE y la OTAN, la proyección de estabilidad en la periferia se debe conjugar con el principio de disuasión y defensa. Se observa, no obstante, cierto desequilibrio en la “visión 360 grados” de OTAN hacia una posición más firme entre los 0 grados norte y los 90 Este-120 Sureste. Esto es, la Alianza mantiene una posición clara hacia el flanco este (léase Rusia), pero no ha resuelto una serie de problemas conceptuales y estratégicos en materia de percepciones de seguridad y evaluación de amenazas hacia el llamado flanco sur. Para el OTAN el sur sigue siendo la zona MENA (Oriente Medio y Norte de África), donde aplica más directamente la idea de “proyectar estabilidad más allá de nuestras fronteras”.
Desde la propia naturaleza de la Alianza, no puede ser de otra forma, pero las múltiples operaciones de la OTAN, sobre todo en Afganistán, para proyectar estabilidad, han demostrado su capacidad como mecanismo de seguridad con la iniciativa Partnership Interoperability, que ofrece cooperación con socios como Australia, Finlandia, Georgia, Jordania y Suecia. Sin embargo, su aplicación es necesariamente distinta, ya que existen dificultades derivadas de no contar con la libertad de movimientos dentro de los Estados de la Alianza. Desde el punto de vista estratégico y de la naturaleza de las amenazas, la región MENA no se puede tratar como una unidad: las dinámicas en Oriente Próximo con distintas a las del Magreb y en el Sahel, a pesar de los movimientos del Estado Islámico hacia Libia, o la afiliación de Boko Haram.
Esta misma visión la comparte la UE en la “Estrategia Global” presentada por Federica Mogherini a finales de junio, y ha sido durante años el gran problema de la Política de Vecindad, en términos conceptuales, operativos y presupuestarios. Desde esas dificultades estratégicas y operativas, y teniendo en cuenta la percepción de seguridad de los estados del sur de la OTAN, se hace necesaria una iniciativa comprehensiva pero diferenciada para el Magreb-Sahel así como un centro de mando e inteligencia para la zona. Un importante paso ha sido dotar de mayor operatividad a la Estrategia marítima de la OTAN, en la que la fuerzas navales permanentes aliadas van a buscar también mayor flexibilidad para atender misiones de disuasión, defensa, gestión de crisis, seguridad cooperativa y seguridad marítima, colaborando en operaciones como las del tipo Sophia de la UE.
De este modo, y aun en tiempos de restricciones económicas, se hace imprescindible una comprensión estratégica a largo plazo sobre la importancia del gasto en seguridad y defensa en los países europeos. Para ello, es fundamental el refuerzo de la comunicación estratégica de la OTAN en el conflicto híbrido y contra el EI y otras organizaciones terroristas. Como concluye la Declaración de Varsovia, “la promoción de nuestros valores demostrará nuestra unidad, solidaridad y fortaleza”.