En 1989, Andrew Sullivan publicó un famoso ensayo en The New Republic defendiendo la legalización del matrimonio entre parejas del mismo sexo. Su propuesta cayó en oídos sordos: la comunidad gay –aún marcada por la memoria de los disturbios de Stonewall– no veía con buenos ojos integrarse en la sociedad burguesa, mientras que entre los heterosexuales la intolerancia hacia la homosexualidad era común. Veinticinco años después, se han vuelto las tornas. La lucha de la comunidad LGBT (lesbianas, gais, bisexuales, y transgénero) ya es vista como el nuevo movimiento por los derechos civiles. 17 Estados americanos, conteniendo a casi el 40% de la población del país (120 millones), han legalizado el matrimonio entre parejas del mismo sexo. Barack Obama ha apoyado estas iniciativas, y logrado el cese de la discriminación en las fuerzas armadas estadounidenses.
El cambio de paradigma no se limita a EE UU. En Europa occidental, la legalización del matrimonio homosexual es cada vez más frecuente. También lo es en América Latina, región en la que la homofobia persiste y la Iglesia retiene una importante influencia social. Incluso Francisco I, intentando imprimir un cambio de rumbo en la Iglesia Católica, se ha negado a criticar a los gays como hicieron sus predecesores. Desde 2012, el debate sobre la homofobia y la lucha contra la discriminación tiene lugar en el seno de la ONU, mal que le pese a varios de sus Estados miembros. A medida que aumenta la tolerancia, parece vislumbrarse un final feliz a la discriminación a la que se han visto sometidos los homosexuales a lo largo de la historia.
Desgraciadamente, esta no es una tendencia global. En el resto del mundo la estigmatización de la homosexualidad continua siendo el pan de cada día. También lo es su criminalización: 78 países del mundo criminalizan las prácticas homosexuales. En regiones como el África subsahariana, los derechos LGBT brillan por su ausencia. El 17 de enero, Yoweri Museveni, presidente de Uganda, anunció su veto a una ley que penalizaría la homosexualidad con cadena perpetua (el borrador inicial planteaba la pena de muerte). Pero la decisión vino acompañada de una nota en la que Museveni calificó a los homosexuales de anormales, y observó que conviene debatir si es más conveniente “matarlos, encarcelarlos, o contenerlos.” Días antes el presidente nigeriano, Goodluck Jonathan, aprobó la criminalización del matrimonio gay. En su última –y amañada– campaña electoral, Robert Mugabe se refirió a los gays como “peores que perros y cerdos”. La excepción que confirma la tendencia es Sudáfrica, donde el matrimonio entre personas del mismo sexo es legal –si bien la discriminación persiste a nivel social.
Entre los demás BRICS, Brasil y China evitan la discriminación activa a nivel institucional. No así Rusia: Vladimir Putin ilegalizó recientemente la educación sexual de relaciones “no tradicionales” para menores de edad. De ahora en adelante, discutir o mencionar la homosexualidad en aulas rusas será penado con multas de hasta 18.000 euros, por lo que miles de adolescentes carecerán de referencias para entender su sexualidad. En India, una sentencia del Tribunal Supremo reinstauró la ilegalización del sexo entre homosexuales. El gobernante Partido del Congreso ha criticado la decisión, pidiendo que sea revisada. Pero Narendra Modi, candidato de la oposición y favorito de cara a las próximas elecciones, ha guardado silencio. Su partido, el nacionalista BJP, defiende la sentencia.
Incluso en la Unión Europea persiste la homofobia. Así lo han demostrado las multitudinarias manifestaciones en contra de la legalización del matrimonio gay que han tenido lugar en Francia, y que se han saldado con 350 detenidos tras la ocupación de la sede del gobernante Partido Socialista por grupos de ultraderecha. Casi la mitad de los homosexuales europeos, según recoge un informe de la Agencia de Derechos Fundamentales, confiesan haber experimentado discriminación durante los últimos doce meses. Los países de Europa del este lideran los indicadores de homofobia, pero su reciente auge en la UE bien pudiera ser el reflejo de una crisis económica que ha dando rienda suelta a los peores instintos de Europa: xenofobia, islamofobia, antisemitismo, y el auge de la extrema derecha.
A pesar de los avances en la lucha contra la homofobia, la discriminación persiste a lo largo del mundo. Y la resurgencia de estos prejuicios en Europa muestra el peligro que supone bajar la guardia y caer en la complacencia.