El Foro Económico Mundial celebra este año su asamblea anual en Davos (Suiza) entre el 23 y el 26 de enero, bajo el lema “Creando un futuro compartido en un mundo fracturado”. GETTY

«Optimismo ansioso» en Davos

Jorge Tamames
 |  24 de enero de 2018

En La máscara de la muerte roja, un príncipe decide escapar de la peste que asola sus tierras aislándose en un castillo lujoso con otros nobles agraciados. Un refugio que incluye banquetes y juergas. “El mundo exterior, que se las compusiera como pudiese”. En una velada con máscaras especialmente extravagante, aparece una figura de aspecto tenebroso. Cuando el príncipe decide acabar con ella muere al instante, y los demás invitados caen en la cuenta: el recién llegado es la muerte roja. Ha venido a cobrar su cupo.

El relato de Edgar Allan Poe acaba como el rosario de la aurora. No parece que los asistentes al Foro Económico Mundial, que cada año reúne a la flor y nata de la economía global en el resort de esquí suizo de Davos, vayan a terminar su estancia de una manera tan traumática. Pero las declaraciones de algunos de ellos invitan a recordar el cuento de terror. “La fiesta es realmente buena, dan comida realmente buena y bebida, estás ganando dinero y no es difícil”. Metáfora sobre la economía global de Stephen Schwartzman, presidente del mayor fondo de inversión del mundo (Blackstone, conocido en España por ser el principal fondo buitre del sector inmobiliario).

Schwartzman no está solo. En su informe anual sobre directivos, PwC señala que la euforia se ha extendido entre las élites económicas. “Optimismo ansioso” es el eufemismo que la consultora emplea para definir su estado de ánimo: inseguro frente a un futuro cada vez más volátil, pero aplacado por los beneficios que genera, a corto plazo, el repunte del crecimiento económico tras una década de estancamiento. Christine Lagarde, directora del Fondo Monetario Internacional, opina que esta dinámica servirá para luchar contra la desigualdad.

 

 

En principio le correspondería a Donald Trump el papel de outsider ingrato que arruina la fiesta en el palacio de invierno alpino. A nadie se les escapó el papel destacado de China en el Foro de 2017. El presidente Xi Jinping aprovechó la ausencia de su homólogo estadounidense para presentarse como el garante del orden económico internacional, ante un público aún estupefacto por la victoria de Trump. Con su aparición en Davos –la primera de un presidente estadounidense desde 2000–, Trump espera reclamar el papel central de su país en la economía global.

En esta ocasión, el presidente llega debilitado por un cierre del gobierno federal que su partido ha sido incapaz de impedir. La recurrencia de estos episodios desgasta la imagen de EEUU. También tendrá que competir por los focos mediáticos con Emmanuel Macron, el teatral presidente francés, y Narendra Modi, el primer ministro indio que ha inaugurado el Foro con un discurso plagado de lugares comunes.

 

 

Trump, que pronunciará su discurso el 26 de enero, no ha escondido en el pasado su desdén por los “globalistas” neoliberales que peregrinan anualmente a Davos. Con uno de sus discursos hostiles y toscos lograría acaparar titulares, pero es probable que en esta ocasión el presidente se abstenga. Trump ya ha consolidado su viraje de la derecha ultra-nacionalista (poco afín a la globalización) a la ortodoxia del Partido Republicano: pocos impuestos, libre mercado y desregulación. Su presencia en Davos es una constatación de este hecho y no un intento de escandalizar a los asistentes.

 

Desigualdad y cambio climático, problemas sin solución en Davos

Lo que debiera quebrar la complacencia de los asistentes no es Trump, sino un fenómeno que Oxfam ilustra con claridad en su informe global más reciente. La ONG analiza el avance mundial de la desigualdad económica, así como su impacto en cuestiones laborales y de género. Contra el “optimismo ansioso” de los Schwartzmans y Lagardes, Oxfam estima que el 82% del crecimiento global en 2016 acabó en los bolsillos del 1% más rico del planeta. En un mundo que genera un multimillonario cada dos días, persiste la miseria y se agranda la brecha entre ricos y pobres.

Oxfam presenta un cuadro inquietante. Señala que dos tercios de la riqueza de los actuales multimillonarios no proviene de actividades productivas, sino de monopolios, capitalismo de amiguetes y herencias. Mientras tanto, la pobreza alcanza ya a quienes cuentan con un trabajo: el 33% de los trabajadores en países en vías de desarrollo, así como un número creciente en países desarrollados. Estos últimos son los perdedores relativos de los últimos cuarenta años, puesto que no han experimentado el despegue económico de los países emergentes en décadas recientes, ni tampoco el trato a favor sistemático que recibe el 1% más rico.

En un artículo reciente, el economista Branko Milanovic, antiguo jefe de investigación en el Banco Mundial, destaca la incapacidad congénita del Foro para enfrentarse a este problema. Con la riqueza total de los asistentes pudiendo alcanzar el billón de dólares, la desigualdad económica solo puede ser discutida de manera superficial. Lo paradójico, señala Milanovic, es que la actual involución en derechos económicos “recibe el asombroso apoyo de gente que habla el idioma de la igualdad, el respeto, la participación y la transparencia”. Efectivamente, el Foro en 2018 está intentando promocionar una suerte de feminismo liberal e incluso alertando sobre el problema del cambio climático (otro reto cuya solución requiere medidas poco gratas para los invitados).

En los gráficos barrocos que contiene el último informe sobre riesgos globales del Foro, sin embargo, ni siquiera aparece la desigualdad económica. El documento identifica el problema brevemente, pero dedica más espacio a otros supuestos peligros, como las burbujas especulativas, el endeudamiento excesivo, el proteccionismo y las nuevas tecnologías.

El mundo exterior, que se las componga como pueda.

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