El sueño de los demócratas produce monstruos, pero también oportunidades. Tras unas elecciones que cogieron por sorpresa a un Partido Demócrata instalado en la complacencia, y con Donald Trump presidiendo con una batería de medidas extremistas, la oposición no se ha hecho esperar. La participación masiva en las protestas anti-Trump –muchas de ellas espontáneas–, la agitación de distintos movimientos sociales y el legado de la campaña del socialista Bernie Sanders han generado un caldo de cultivo idóneo para mover el Partido Demócrata hacia posiciones más progresistas. Un número creciente de activistas veteranos y conversos recientes están implicados en la labor, trabajando dentro y fuera del partido que pretenden desbordar.
La ventana de oportunidad está determinada por la situación crítica que atraviesan los demócratas. En un largo artículo publicado en Politico, Edward Isaac-Dovere examina la debilidad que aflige al partido. Los síntomas aparecieron en la presidencia de Barack Obama, durante la cual los demócratas perdieron un total de 1.034 escaños en Washington y las legislaturas estatales. A día de hoy, el Partido Demócrata solo gobierna en 11 de los 50 estados del país. Estados Unidos atraviesa una fase unipartidista, caracterizada por la hegemonía institucional del Partido Republicano. “Aunque ganasen o perdiesen» las elecciones, señala Dovere, «los demócratas se enfrentaban a una crisis existencial en los años venideros”.
Con Hillary Clinton derrotada, el banquillo de los demócratas de cara a 2020 parece quedar reducido a alcaldes de grandes ciudades y a unos pocos senadores, como Sanders y Elizabeth Warren. Para estos últimos, la oposición a Trump no pasa por contraponer un perfil tecnócrata a su populismo, sino a disputarle ese mismo estilo, planteado alternativas económicas progresistas en vez de medidas xenófobas. Trump podría facilitarles la labor: aunque ha conseguido aproximarse a algunos líderes sindicales, su administración está copada de multimillonarios y ejecutivos de Wall Street. Existe la percepción de que un candidato menos cercano al status quo –como Warren o el propio Sanders– hubiese derrotado a Trump sin problemas. “Bernie would’ve won” (Bernie hubiese ganado) se ha convertido en un «meme» particularmente exasperante para el ala clintonista del partido.
La posición del ala izquierda de los demócratas no deja de ser frágil. El liderazgo del partido continúa en manos centristas, hostiles a propuestas como las de Sanders y Warren, quienes, a sus 75 y 67 años respectivamente, no podrán mantenerse indefinidamente en primera plana. Al mismo tiempo, muchas de las organizaciones socialistas del país consideran a los demócratas un caso perdido, y optan por terceros partidos, aún minoritarios. La experiencia de la campaña contra la guerra de Irak pesa en la memoria de muchos activistas. En aquella ocasión, una inmensa movilización social fue cooptada por el Partido Demócrata, que la despojó de su carácter reivindicativo. Con la victoria de Obama llegó la desmovilización, y el movimiento desapareció.
Otras organizaciones, como los Socialistas Democráticos de América (DSA) mantienen posiciones más matizadas. DSA, cuya estrategia consiste en presionar a los demócratas desde dentro y desde fuera del partido, ha visto su número de afiliados dispararse tras la victoria de Trump. En los seis días que siguieron a las elecciones, 1.600 nuevos miembros se afiliaron al movimiento. Bhaskar Sunkara, editor de la revista socialista Jacobin e integrante de DSA, opta por “explotar las contradicciones entre las demandas socialdemócratas de las bases demócratas y el liberalismo tecnocrático de su cúpula”. Sunkara apoyó a Sanders durante las primarias demócratas, considerando que su campaña contribuyó a quitar el estigma que rodea a la palabra “socialista” en EEUU.
Un primer test de fuerza para la izquierda será la batalla por la secretaría general del Partido Demócrata. Un puesto que en EEUU goza de menos importancia que en Europa, pero que es clave para definir y coordinar la estrategia del partido a nivel regional. Keith Ellison, un aforamericano musulmán cercano a Sanders, se enfrentará a Tom Perez, apoyado por Obama y el entorno de Clinton. En lo que podría ser una señal de la creciente fortaleza del ala progresista del partido, demócratas conservadores, como el senador Chuck Schumer, han optado por apoyar a Ellison.
Aunque la presión externa es considerable, el aparato demócrata se mantiene reacio a asimilar las demandas de muchos de sus potenciales votantes. La desconexión es especialmente clara en el caso de las generaciones más jóvenes (los llamados millenials), que apoyaron abrumadoramente a Sanders frente a Clinton. En un reciente coloquio televisado, un joven llamado Trevor Hill preguntó a Nancy Pelosi, la dirigente del grupo demócrata en el Senado, si podía esperar que su partido tomase la misma posición progresista que ha mostrado en cuestiones sociales –como el matrimonio gay– en el terreno de la economía. “Somos capitalistas”, respondió la congresista con una carcajada, “y así es como son las cosas”. Acto seguido, Pelosi se volcó en una defensa la política económica centrista que su partido ha abrazado durante la era Obama.
“No puede entender de dónde venimos millones de millenials y yo”, declaró Hill tras el intercambio. “Se negó a admitir que los demócratas necesitan moverse en una dirección más populista, que es lo que tantos millones de americanos les están pidiendo a gritos”. El 3 de febrero, Hill se unió a DSA.