Rusia despliega un gran contingente militar en su frontera con Ucrania. China intensifica sus incursiones militares en el espacio aéreo de Taiwán y avanza en su proyecto de militarización y anexión “de facto” del mar de China Meridional, desplegando una estrategia de AD/A2 (Acces Denial/Anti Acces) que imposibilite cualquier intento de intervención militar estadounidense en la zona. Irán sube sus pretensiones a cambio de volver al acuerdo nuclear, denunciado en su día por la administración de Donald Trump. Turquía, en un juego de peligrosa ambigüedad, sigue con su decisión de adquirir tecnología rusa antimisiles, a pesar de su pertenencia a la Alianza Atlántica.
Son claros ejemplos de los desafíos que esas potencias “no occidentales” plantean a un Occidente atribulado y aquejado de profundas divisiones internas. Son desafíos a la hegemonía global de Estados Unidos, reafirmada a raíz de su victoria en la guerra fría del siglo pasado. Y lo son no solo a nivel económico, comercial o financiero. Son una parte sustancial del cuestionamiento de la “pax americana”, que pasa por el posicionamiento estratégico en África, Oriente Próximo, Asia Central o América Latina e incluyen todos los conceptos de una pugna sistémica y de valores, desarrollándose a través de los diferentes instrumentos de la “guerra híbrida”.
Hay múltiples evidencias al respecto, desde la desinformación a la desestabilización social y política, pasando por el uso desalmado de los flujos migratorios. Además, como indican los ejemplos citados, incluyen también la presión militar convencional o, incluso, nuclear.
La gran pregunta es qué hacer ante ello. Porque corremos el riesgo de que, paso a paso (y algunos de proporciones importantes), se vayan minando las bases sobre las que descansan las sociedades libres: la democracia liberal, el respeto a los derechos humanos y al Estado de Derecho, la solidez de la separación de poderes y de la independencia del poder judicial, la economía de libre mercado o los valores constitutivos de sociedades abiertas; es decir, la libertad individual y la garantía frente a posibles abusos o arbitrariedades de los poderes públicos, y la igualdad de oportunidades y de derechos de todas las personas.
«No es la primera vez que los regímenes liberales se enfrentan a ese enorme desafío sistémico: primero, con los intentos de volver al ‘ancien régime’; en el siglo XX, con la amenaza de los totalitarismos nazi y comunista»
Así, poco a poco, pero inexorablemente, se contraponen esos principios a los que se derivan de la pretendida superioridad del poder político autoritario e intervencionista, garante aparente de la seguridad por encima de la libertad, y de la subordinación de los derechos individuales a un quimérico interés colectivo. Tales objetivos se persiguen a través de propiciar políticas de desistimiento, alimentando las divisiones sociales y la polarización política, y el sentimiento de que estamos ante un inevitable fin de ciclo de los sistemas políticos y sociales surgidos del espíritu de la Ilustración y de las revoluciones liberales y que conforman ese concepto que hemos dado en denominar “Occidente”.
No es la primera vez que los regímenes liberales se enfrentan a ese enorme desafío sistémico. Primero, con los intentos de volver al “ancien régime” y que fueron fracasando por doquier, con enormes conflictos y sufrimientos. Pero los dos grandes paradigmas del reto planteado han sido la amenaza de los totalitarismos en el siglo XX: los fascismos y el comunismo. Y es bueno extraer algunas lecciones.
Ante el ascenso de los fascismos en los años treinta, que acabaron conformando el llamado “Eje” entre Alemania, Italia y Japón, hubo –simplificando– dos posiciones. La llamada política de apaciguamiento, con la convicción de que con cesiones parciales se conseguiría preservar la paz y, por otra parte, la política de confrontación y de fijación de “líneas rojas” que clara e inequívocamente no se pueden traspasar y que obligan al uso de la fuerza militar si es necesario. Tal dilema puede ejemplificarse con las posiciones de Neville Chamberlain y Winston Churchill ante la amenaza nazi.
Como es bien sabido, Adolf Hitler fue avanzando en sus reivindicaciones, aprovechando un cierto sentimiento de culpa de los aliados en la Primera Guerra Mundial y que se concretó en el Tratado de Versalles, que escondía la semilla de una nueva confrontación y que se concretó en la Segunda Guerra Mundial, apenas 20 años después. Pero también aprovechando los enormes deseos de paz de unas sociedades devastadas por la conflagración bélica más trágica de la historia de la humanidad. La paz debía preservarse, aunque fuera a cambio de la aceptación de hechos consumados claramente contrarios a la legalidad internacional, pensando en que tendrían un fin más o menos asumible.
Así, vimos cómo se remilitarizó Alemania, se anexionó Austria al Tercer Reich, y se consumó la anexión de los sudetes y la ocupación de Checoslovaquia. También la invasión italiana de Abisinia y la ocupación de Albania, o el avance imparable del militarismo japonés en Asia, incluyendo la invasión de Manchuria y la incorporación al Imperio de Corea y Taiwán.
La culminación de la política de apaciguamiento fueron los Acuerdos de Múnich, que llevaron a Chamberlain, primer ministro británico, a hablar de “la paz de nuestros tiempos” y de obtener el apoyo mayoritario de la sociedad británica (y también de la francesa) a dichos acuerdos. Churchill le respondió que, ante el deshonor y la guerra, había elegido el deshonor, pero que además tendría la guerra.
Así fue. Esa pretendida paz se truncó con la invasión de Polonia (doble, ya que también, gracias al pacto germano-soviético, lo hizo la Unión Soviética), lo que provocó el inicio de la Segunda Guerra Mundial y el inicialmente imparable avance militar nazi por buena parte de Europa y, seis años después, la victoria de los aliados (que, paradójicamente, incluían al totalitarismo soviético).
«Churchill respondió a Chamberlain que, ante el deshonor y la guerra, había elegido el deshonor, pero que además tendría la guerra»
La victoria sobre el primer desafío (el totalitarismo fascista) supuso la plasmación del segundo: la pugna entre Occidente y el totalitarismo comunista. De nuevo, era una amenaza existencial. Y Occidente hizo frente a la guerra fría con una combinación de políticas de contención y de estrategias a largo plazo que descansaban en la convicción de que acabaría triunfando de nuevo a través de su superioridad económica, política y militar, pero sobre todo sobre la base de los valores de la libertad frente a la tiranía: el famoso “telegrama largo” de George Kennan.
Y así fue de nuevo. La victoria occidental, indiscutible y completa, quedó plasmada gráficamente con la caída del muro de Berlín y el subsiguiente colapso de la URSS, justo ahora hace 30 años.
Sin embargo, poco después, estamos ante un nuevo desafío sistémico, con dos grandes protagonistas cada vez más unidos por el objetivo común de minar las bases de Occidente: China y Rusia.
Ambos están poniendo a prueba constantemente la capacidad de reacción de EEUU y sus aliados, avanzando en sus objetivos desde la convicción de que el coste de impedirlos sería demasiado elevado y no asumible por las propias sociedades occidentales.
Así, la gran pregunta en el caso de China es hasta qué punto EEUU estaría dispuesto a ir a la guerra para defender Taiwán. Una duda que, máxime después del repliegue en Oriente Próximo y en Afganistán, se ha instalado no solo entre los estadounidenses, sino sobre todo entre sus aliados.
La caída de Taiwán y su ocupación por China implicaría el principio del fin de la presencia estadounidense en Asia y, por ende, su papel como potencia global. China alcanzaría así su objetivo de ser la primera superpotencia global del planeta en el presente siglo. De ahí la vital importancia de transmitir credibilidad, determinación y compromiso real en la defensa de Taiwán. De lo contrario, su integración en China va a ser inevitable y, en consecuencia, será inexorable la retirada de EEUU del Pacífico y del Índico. La tradicional política de ambigüedad respecto a Taiwán tiene unos límites y, en estos momentos, puede ser claramente peligrosa.
«La caída de Taiwán y su ocupación por China implicaría el principio del fin de la presencia estadounidense en Asia y, por ende, su papel como potencia global»
En el caso de Rusia, vemos como su objetivo de “neutralizar” Ucrania y vetar su eventual incorporación a la Alianza Atlántica y a la propia Unión Europea, manteniéndola como un Estado con su soberanía mermada y atemorizado ante cualquier posibilidad de intervención militar rusa, se puede cumplir a través de los hechos consumados. Por descontado tales argumentos valen también para Bielorrusia, Moldavia o el conjunto del Cáucaso.
Rusia ha comprobado la inacción práctica de Occidente –sanciones económicas aparte– ante la intervención militar en la guerra de Georgia en 2008, con la creación de dos pseudorrepúblicas prorrusas en ese país y coartando cualquier posibilidad de un decantamiento hacia Occidente de una exrepública soviética en el Cáucaso. También ha visto cómo la reacción occidental a la ocupación proxy del Donbás y a la anexión de Crimea ha sido lo más parecido a las políticas de apaciguamiento del periodo de entreguerras del siglo XX. Ciertamente, ha habido sanciones económicas y diplomáticas, pero Rusia las considera asumibles ante los avances en sus objetivos estratégicos. Paso a paso, como hiciera Hitler, midiendo los tiempos y calibrando las reacciones. Y pensando que, a través de la amenaza militar va a conseguir sus fines sin necesidad de luchar en el campo de batalla. La víctima de todo ello es el pueblo ucraniano y la reivindicación de su plena soberanía.
Es verdad que la posición de Occidente (EEUU, la OTAN y la UE) se ha endurecido, anunciando fuertes y dolorosas represalias en el ámbito económico, diplomático o, incluso, energético (con el Nord Stream 2 en el horizonte inmediato) si se consumara una intervención militar rusa. Pero se descarta, de entrada, cualquier respuesta militar.
La cuestión es, de nuevo, si eso bastará para contener a Rusia o constituye una nueva señal de que, ante la perspectiva de una guerra, Occidente da un paso atrás. Vuelve el debate sobre las políticas de apaciguamiento y su efectividad real. Por ello, si la respuesta, no necesariamente militar, no es suficientemente contundente, Rusia (y China) continuarán “testando” la voluntad real de su adversario e irán avanzando inexorablemente en sus objetivos estratégicos.
Eso es, nada más y nada menos, lo que nos estamos jugando.
Es bastante preocupante la lluvia de editoriales y artículos que generan un ambiente cláramente prebélico, ideal para aumentar los presupuestos militares y generar una nueva «guerra fría», pero muy cercana a la guerra real.
1. No parecen buenas noticias que Rusia tenga en las fronteras de Ucrania un contingente importante de tropas. Tampoco lo es que haya tropas de Estados Unidos y otros países de la OTAN en los paises bálticos. Sólo señalaría la diferencia de que Rusia hace esas maniobras en su territorio ruso, mientras las tropas de EEUU en Polonia, Letonia y Lituania lo hacen a miles de kilómetros del suyo.
2. Con la crisis de semiconductores y las deficiencias que se han detectado en EEUU y la UE por su casi nula fabricación de alta tecnología (la que tiene Taiwan) se han disparado las acusaciones a China de militarizar ¡el mar de China! . A este respecto quisiera decir (como dicen muchos periodistas en los propios EEUU) que nada ha cambiado en décadas respecto de la relación de China con un territorio como el de Taiwan, que no deja de ser parte de la historia milenaria de China. Por cierto, no son muchos paises los que han reconocido a Taiwan y este tema solo puede ser abordado con prudencia por China y la comunidad internacional. Asimilar presencia militar del AUKUS (EEUU, Gran Bretaña y Australia) en el mar de China con la presencia de China en el ¡mar de China! diría que es ridículo, si no fuera porque es una expresión de la persistente insistencia en controlar el mundo por parte de EEUU, que considerean cualquier parte del planeta como escenario de defensa de «sus intereses».
3. Ya se que se alega la defensa de la democracia, algo obviamente que no voy a poner en cuestión, pero hay que recordar las palabras de Biden en el mes de Agosto al abandonar Afganistan: «No estabamos aquí para defender ni la democracia ni los derechos humanos». Blanco y en botella.
4. Me preocuparía más de lo que está ocurriendo en Etiopía, donde las tentaciones de intervención en un país democrático según los cánones liberales, pueden hacer que se repita lo que ya ocurrió con Eritrea hace unas décadas. Una nueva tentación de intervención catastrófica de los EEUU lejos de sus fronteras, como ya lo ha sido Libia, Siria, Irak o Afganistan, por poner algunos ejemplo de mucho ruido, muchos muertos, buenos negocios y países hundidos en la miseria y la destrucción.
La lucha por el multilateralismo y la defensa del derecho internacional (y todo ello en el marco de la ONU) debieran ser mejores consejeros que la nueva política de «intervención humanitaria» (de reminiscencias Jimmy Carter) o las agotadas experiencias de Bush jr. y Trump.
Y todo ello trufado del doble rasero que se sigue manejando con los casos de Navalny, por un lado, y Julia Assange, por otro. Algo positivo tenemos, y es que ha conseguido vd. que, siendo suscriptor (con pequeños intervalos) desde 1987, escriba un comentario. Y espero que sea digno en algún momento de proponerles algún artículo para la revista.
En todo caso, un fuerte abrazo y enhorabuena, porque Política Exterior sigue siendo uno de los pocos foros de debate de política internacional en nuestro país.
Gerardo Del Val Cid
Pelayos de la Presa (Madrid)
Veo que toca diversos temas en su interesante artículo de hoy.
Vayamos por partes. Se refiere a la situación política y militar de los años 30, que a muchos se les antoja muy parecida a la actual.
Ciertamente, se parece bastante. Entonces partían de la Crisis de 1929, que golpeó duramente a USA y también a Europa. Muchas empresas tuvieron que cerrar y millones de personas se quedaron en el paro. Incluso, eso dio lugar a un empeoramiento en la situación económica de Alemania, que luchaba por salir de la ruina en la que le había metido la derrota en la I Guerra Mundial.
Esto hizo que se hundiera la incipiente clase media y que muchos buscaran soluciones en partidos, hasta entonces, marginales. Como el PC, el partido nazi o los diversos partidos fascistas.
Aquí estábamos intentando salir de la crisis de 2008, que se ha llevado a la clase media por delante, la cual ha sido castigada muy duramente por los gobiernos a fuerza de impuestos.
Por ello, muchos han vuelto a votar a esos partidos ultras de derecha e izquierda, que hacía muchos años que no habían obtenido muchos escaños en los distintos parlamentos.
Ya sabemos que, cuando se combinan dos moléculas de hidrógeno y una de oxígeno siempre sale agua.
Por otro lado, Putin es un político que siempre ha añorado el poderío de la antigua URSS y se ve que desea recrearla de alguna manera.
También hay que decir que el Gobierno USA le prometió a Gorbachov que las fronteras de la OTAN no llegarían hasta Rusia. Cosa que han incumplido.
Así que, como Putin está pensando que el próximo socio de la OTAN va a ser Ucrania, no me extrañaría que estuviera pensando en invadirla, para impedir que ingrese en esa alianza militar.
Ucrania siempre ha sido un lugar muy estratégico para Rusia. Incluso, dicen que allí se fundó Rusia. Aparte de ello, el territorio ucraniano, que es muy llano, es el lugar igual para intentar invadir Rusia.
Si nos vamos a Asia, tenemos a una China muy envalentonada. Con una gran capacidad económica, que le ha servido para reformar su enorme Ejército y modernizarlo a fin de que pudiera codearse con los mejores del mundo.
Por lo que respecta a Taiwán, es una isla que siempre ha pertenecido a China. Allí se refugiaron los que huían del régimen comunista de Mao.
Supongo que a los chinos no les costaría ningún trabajo invadirla y no creo que USA pudiera hacer mucho para defenderla.
Sigo pensando que USA y China ya han acordado el traspaso de Taiwán a China. El único interés que le veo a USA en Taiwán es la sede y las fábricas de TSMC, el mayor fabricante de microchips del mundo. Parece ser que esta empresa ya ha optado por trasladarse a Japón y dice que va a invertir unos 100.000 millones de dólares en ello. Así que no me extrañaría que ese importe lo hubiera pagado China a cambio de que USA mirase hacia otro lado, cuando quisiera invadir Taiwán.
Ciertamente, si Rusia invadiera Ucrania y China Taiwán, ello podría comprometer la confianza de muchos aliados en USA. No obstante, no creo que el Ejército USA estuviera en disposición de combatir, a la vez, en dos frentes, y con dos superpotencias.
La estrategia de Rusia está muy clara. Quiere chantajear a la opinión pública europea con el suministro de gas. Ya ha dicho que, en caso de recibir sanciones, podría cortar ese suministro. Incluso, pudiera hacer lo mismo desde Argelia, que es aliado suyo.
No obstante, yo creo que la política de USA va por fortalecer sus lazos con la India e instalar allí sus grandes empresas.
En la India hay mucha mano de obra barata y también tienen unos técnicos muy especializados. De hecho, ya se producen muchos fármacos en la India.
Lo que está muy claro es que no podemos seguir dependiendo de los chinos, porque no son muy fiables.
De paso, al no importar productos chinos, USA tocaría el talón de Aquiles de China, que es la falta de demanda interna y eso es posible que produjera muchos desórdenes en ese país y hasta es posible que diera lugar a la caída del régimen comunista.
En fin, para terminar, le deseo ¡¡UNA FELIZ NAVIDAD Y UN PRÓSPERO AÑO 2022!!