La valoración del sistema capitalista de mercado está en retroceso desde que se recogieron los restos del muro de Berlín. La democracia política y la libertad de contratación serían la única referencia para cualquier sistema de convivencia social. La institución económica central era el mercado, que permitía realizar transacciones entre oferentes y demandantes a la vez que distribuía los recursos de la manera más eficiente. La única condición exigida era el respeto a esa libertad de transacción por parte de los poderes públicos o de cualquier presión oligárquica.
En efecto, la ideología colectivista y los poderes públicos habían anulado en la URSS el juego de los mercados, desde el inmobiliario hasta el de la distribución de alimentos. Acumulación de familias en una vivienda o colas interminables para comprar pan, mientras Yuri Gagarin iniciaba la aventura espacial.
La teología de los mercados eficientes y las expectativas racionales de los agentes económicos, enseñadas en las universidades anglosajonas, coincidieron con una exuberancia incontenible del poder financiero, mucho más libre en su actuación que los traficantes de droga, así como a la reaparición de creencias hostiles a las ciencias naturales por parte de grandes sectores de la opinión conservadora. Todo ello ha contribuido a que una iniciativa de los seres humanos en su búsqueda por la civilización, los mercados, haya pasado de ser una esperanza a convertirse en una amenaza. La “mano invisible” que identificó Adam Smith ha dejado de ser invisible, está condicionada; del mismo modo que sus argumentos morales sobre la búsqueda de la riqueza han desaparecido de las ciencias sociales que se enseñan en las más prestigiosas universidades. El sentido del mérito no viene calibrado por una experiencia que garantice la elección menos arriesgada en el tiempo, sino por la codicia del beneficio inmediato.
Los bancos centrales perdieron su condición de administradores del flujo de dinero y de supervisores de las instituciones de crédito. Bancos comerciales y de inversión, así como todo tipo de operadores financieros, le usurparon su condición de proveedor de liquidez, mientras Basilea II consagraba la eficacia de los operadores privados. No había por qué desconfiar de la propia operativa de la banca, aunque pasara de ser un fiduciario de los depositantes a un agente activo que toma decisiones por cuenta propia y se endeuda en una proporción 30 veces superior a sus propios recursos. El crédito se disparó para comprar títulos de bolsa, financiar iniciativas en el sector de las telecomunicaciones y, después, cuando esas iniciativas fracasaron, financiar la construcción y compra de viviendas. Todo ello tenía lugar en un escenario macroeconómico idílico. Los precios que reflejaban los IPC confirmaban la estabilidad. La confianza era tan sólida como la niebla que impedía ver el espejismo.
Los abstrusos instrumentos financieros encapsulados en productos estructurales no tenían más consistencia científica que las cábalas de pasadas épocas. En cuanto el sistema financiero tomó contacto con la realidad, comprobó que estaba en el aire; el ahorro de los depositantes en el alero y los balances de las entidades de crédito necesitadas de una inminente ayuda de liquidez, por parte de los bancos centrales o de préstamos a costa de los Tesoros públicos. Cargas onerosas y futuras para los contribuyentes. En España, el número de pisos en venta estimado por la web de referencia idealista.com es de 1,2 millones. Este testigo tan próximo al mercado inmobiliario advierte de que mientras en 2005 un anuncio de venta no solía llegar a los 100 días, en la actualidad alcanza los 445.
Durante la gran prosperidad que se inició en 2002 y duró hasta 2007, el crecimiento de la economía mundial avanzaba a tasas anuales del tres o cuatro por cien. Las bolsas crecían a un ritmo de entre el 15 y el 25% anual, y las transacciones financieras se multiplicaban por 10. Las HFT (high frequency trading) son una forma de negociación algorítmica, vía ordenadores, que disparan a alta velocidad órdenes de compra o venta hacia un mercado que las cruza instantáneamente. Una latencia infinitesimal en las pantallas, que no impide a un hedge fund o a un banco de inversión conseguir información privilegiada sobre las operaciones reales antes que nadie para organizar sus estrategias. La velocidad y abundancia de las transacciones financieras determina, por otro lado, que el periodo medio que los grandes inversores mantienen un activo en su cartera haya pasado de cinco a seis años en la década de los setenta, a casi nunca más allá de un día en la actualidad.
La ganancia especulativa a cortísimo plazo prevalece sobre la apuesta sosegada del desarrollo futuro de cualquier empresa. Un proyecto de canalización de aguas o de cualquier otro tipo de infraestructuras, vitales en los países en vías de desarrollo, tendrá grandes dificultades cuando acuda a los mercados de crédito en los que domina la especulación a corto plazo. Una “tasa Tobin” sobre las transacciones financieras es cada vez más necesaria y urgente para una razonable distribución de los recursos. La “financiación” ha generado, a su vez, una enorme desigualdad en la distribución de las rentas. En Estados Unidos el porcentaje de renta nacional en manos del uno por cien de los más ricos representaba el 10% en 1980, pero en la primera década de este siglo se ha elevado al 21%. En Suecia, paraíso de la socialdemocracia, el salto también ha sido notable, del cuatro al 7,5%. En el periodo 1960-2007 el porcentaje de remuneración de los asalariados sobre el PIB, en los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), se ha recortado del 64 al 56%.
Los mercados han resultado decepcionantes no por su propia naturaleza sino por las distorsiones a las que han estado sometidos y, sin embargo, son muchos los agentes económicos hoy día pendientes de su recuperación. El peligro de la quiebra de Grecia se ha conjurado gracias a la quita aceptada por sus acreedores. No se producirá su salida del euro e Italia y España respirarán tranquilas bajo el parasol de liquidez extendido por el Banco Central Europeo. Los mercados, no obstante, aguardan a pie firme y en cuanto lleguen títulos de deuda griega los cotizarán como hace seis meses, es decir, al 15% o incluso al 17%. Este será el precio mientras no varíe la solvencia del deudor y los mercados hagan su trabajo.
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