En los años ochenta del pasado siglo los países de América Latina ofrecían un panorama desolador, pero vientos de popa que arrancaban de una coyuntura internacional trepidante borraron no pocos males y trajeron muchos bienes.
Aumento de la demanda mundial de alimentos y materias primas, como primera señal de un cambio de expectativas. La desconfianza de los inversores se transmuta en ansias por establecerse en la región. Los inversores estadounidenses ven llegar a nuevos competidores. Los conquistadores españoles primero y luego otros, hasta la presencia masiva de los asiáticos, capitaneados por China, que necesita imperiosamente materias primas y alimentos.
Desde el año 2000 el PIB de la región avanza a tasas de entre el 3,7% y el 4%, que se aceleran en el quinquenio 2003-2007 hasta niveles anuales superiores al 5%. Brasil y Argentina salen del letargo, México recupera su aliento, Perú asombra por su dinamismo. Mientras Chile mantiene su regularidad, en Colombia y en otros países se respiran aires nuevos. Reestablecidos los equilibrios presupuestarios y financieros, asoma un crecimiento económico que pondría fin a los años perdidos.
Quedan problemas en el camino, naturalmente. Grandes problemas. Pero las desigualdades en la distribución de la renta comienzan a corregirse. Los índices de pobreza se han reducido, a la vez que los gastos sociales aumentaron de manera significativa: por encima de los 1.000 dólares anuales per cápita en Brasil, Argentina, Chile o Costa Rica. La protección social se ha extendido a colectivos no contributivos, y las transferencias alcanzan a los hogares más pobres. Las reivindicaciones indígenas se mezclan con problemas ecológicos, como la construcción de grandes presas en Chile o Brasil, en tanto que subsiste el gran interrogante sobre la región amazónica. Sus bosques distribuidos en un 70% en territorio brasileño y el resto entre Bolivia, Perú y Colombia, generan 8.000 millones de toneladas de vapor de agua que, según los cálculos de las Naciones Unidas, representarían una captura de carbón valorada en 13.000 millones de dólares anuales. Los abusos del pasado están siendo corregidos, pero ahí quedan los interrogantes de los efectos de la carretera interoceánica hasta los puertos del Pacífico.
Baluarte contra la crisis
El impacto de la gran crisis económica que sufren los países industrializados no se ha extendido a América Latina. Los baluartes de defensa estaban sólidamente asentados sobre la solvencia y la liquidez de la región.
A diferencia de lo sucedido en los países periféricos de la eurozona, las primas de riesgo no han registrado grandes oscilaciones, en tanto que las entradas de capital confirmaban la confianza de los inversores internacionales en el presente y en el futuro de América Latina.
La salud financiera de la región es un baluarte que permite el desarrollo de políticas de estímulo a la demanda interna, que le han ganado el pulso al ciclo contractivo. El sector exterior, por otro lado, ha jugado un decisivo papel. Los nuevos países en vías de industrialización, China e India a la cabeza, compran más minerales, más petróleo y sobre todo más alimentos, soja y maíz especialmente. El siempre temido riesgo de los intelectuales latinoamericanos por una excesiva dependencia en las materias primas, no ha sido esta vez una carga, sino lo contrario. Los precios de los productos primarios han aumentado, y con ellos las tierras de cultivo –las más fértiles y productivas a más de 2.500 kilómetros de distancia del Amazonas– así como una importante industria agroalimenticia.
La prosperidad está llena de sorpresas: por ejemplo la aparición de las multinacionales latinoamericanas, más de 500. Un fenómeno que responde a un nuevo entorno de liberalización económica en el que las habilidades gerenciales van a jugar un papel importante, respaldado por la explotación de los propios recursos. Y los importantes hallazgos de petróleo en Brasil y Ecuador, Venezuela, y recientemente en Argentina.
Latinoamérica, pronostican los agoreros del pesimismo ibérico, “corre el riesgo de morir de éxito”. Pero el éxito continúa, aunque la economía brasileña registre tasas de inflación en torno al 7% y el tipo de cambio de su moneda, el real, se rebele contra las normas de la ortodoxia económica y se aprecie sin descanso empujado principalmente por la entrada de capitales exteriores.
Las alertas se parecen a las que suenan en el Occidente industrializado. El mensaje está a la vista de todos los países de América Latina que sufrieron los excesos del endeudamiento y las desidias de políticas fiscales y monetarias tan temerarias que acabaron condenando al estancamiento de sus sistemas productivos.
Retos pendientes
Latinoamérica, se dice en este número de Economía Exterior (invierno 2011-2012), recuerda los errores del pasado y dispone de recursos e instituciones para defenderse de los coletazos que lleguen de la gran recesión, y administrarse de manera que un sobrecalentamiento no acabe en inflación y déficit exteriores.
Sigue pendiente el gran reto de la integración latinoamericana: los intercambios de la región solo llegan al 10% del valor de sus compras y ventas con el resto del mundo. La dependencia de las materias primas es muy elevada y podría aprovecharse para una mayor diversificación de las actividades productivas. La cooperación con las etnias indígenas y ese gran problema medioambiental de la región amazónica, “la última página en blanco del génesis”, solo tendrá una solución permanente y satisfactoria si el crecimiento económico no se detiene.
Queda el problema de la distribución, todavía muy desigual, de las rentas entre ricos y pobres, con las secuelas de violencia demasiado clamorosas a la hora de reclamar una mayor representatividad en los sistemas internacionales.
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