Jaume Giné Daví.
Profesor de la facultad de Derecho de ESADE.
El 2 de junio, Yukio Hatoyama dimitió como primer ministro de Japón al perder el apoyo de los barones de su propio partido. Fue sustituido dos días después por el ex ministro de Finanzas Naoto Kan, el quinto primer ministro nipón desde que en septiembre de 2006 el carismático Juchimiro Koizumi (2001-06) renunciase voluntariamente a su cargo. Desde entonces, los también conservadores Shinzo Abe, Yasuo Fukuda y Taro Aso no duraron más de un año en el cargo. El liberal Hatoyama renunció algo más de ocho meses en el gobierno. El objetivo de Kan es recuperar la estabilidad política y la confianza de los japoneses en el Partido Democrático de Japón (PDJ) para afrontar en mejores condiciones las elecciones del 11 de julio, en las que se renovarán la mitad de los miembros de la Cámara Alta.
Esta crisis política constituye una nueva frustración para la mayoría del electorado japonés, que había confiado que el PDJ iniciase una nueva etapa de reformas políticas en el país tras el casi monopolio del poder político en manos del Partido Liberal Democrático (PDL) desde 1955. La victoria del PDJ en las elecciones para la Cámara Baja del 30 de agosto de 2009 generó grandes expectativas de que, por fin, se impulsarían las reformas estructurales precisas para afrontar los grandes desafíos políticos, económicos y sociales del país.
Sin embargo, el PDJ es una partido joven, creado en 1996, sin experiencia ni coherencia política entre sus miembros. Sus carencias y contradicciones se incrementaron al constituir una coalición gubernamental con el Partido Socialdemócrata y el Nuevo Partido del Pueblo. Las ambiciosas propuestas del programa electoral del PDJ ya provocaron entonces muchas reservas sobre si Hatoyama sería capaz de llevar a cabo, pasando de las palabras a los hechos concretos, las promesas electorales. El partido pretendía recuperar las riendas de un poder aún en manos de los burócratas, las grandes dinastías políticas y los lobbies económico-empresariales. El nuevo gobierno japonés se comprometió a corregir tal situación para convertirse en el responsable directo de la dirección, la planificación y la ejecución de las diversas políticas. Cabía esperar, como así ha sido, una fuerte resistencia de los poderes fácticos a la aplicación de unas reformas que podían afectar negativamente a sus intereses.
La gran prueba para el PDJ era comprobar si, una vez en el gobierno del país, evitaba caer en los mismos tentáculos de aquellos poderes que ellos habían combatido desde la oposición. Pero cabe recordar que Ichiro Ozama, el líder del aparato del PDL y martillo acusador contra los últimos gobiernos del partido, tuvo que dimitir, el 11 de mayo de 2009, como candidato electoral en favor de Hatoyama por haber aceptado, entre 2003 y 2007, la financiación de sus actividades políticas con unas donaciones ilegales de una empresa constructora. A pesar de este precedente, Ozama conservó un gran poder dentro del PDJ como responsable de la estrategia electoral. Y en el otoño de 2009 volvió a ser acusado, afectando indirectamente a Hatoyama, por otros escándalos de financiación ilegal del partido y por evasiones millonarias de impuestos. Ahora, Ozama también ha dimitido de sus altas responsabilidades en el PDJ, lo que permitirá una profunda renovación de sus cuadros.
La caída de Yukio se explica por el olvido de los compromisos electorales. La decisión y el coraje que demostró al proponer las reformas se encontraron a faltar a la hora de intentar hacerlas efectivas. Difícilmente podía liderar el cambio un político que, al igual que Ozama, pertenece a las grandes familias o dinastías políticas y lobbies económicos que han dificultado la emergencia de los nuevos liderazgos políticos que permitan renovar el anquilosado sistema político japonés. Durante estos ocho meses Hatoyama cometió varios errores políticos, y su popularidad fue cayendo en picado hasta alcanzar solo el 10 por cien de aceptación en la opinión pública. Y la crisis política se aceleró cuando el 28 de mayo renunció a su compromiso electoral de desmantelar la base militar estadounidense de Futenma, en la isla de Okinawa, y se rompió la coalición gubernamental con la salida del Partido Socialdemócrata. Hatoyama había fracasado en sus negociaciones con la administración de Barack Obama para alcanzar un acuerdo sobre la base. En un contexto de escalada de las tensiones militares en el noreste de Asia, el hundimiento de la corbeta surcoreana Cheonan el 26 de marzo, una agresión atribuida a un torpedo norcoreano, no le ayudó a cerrar o trasladar una base que es clave en el esquema defensivo de la alianza militar entre Estados Unidos, Japón y Corea del Sur.
El nombramiento de Naoto Kan, de 63 años, ha sido bien aceptado. Se le considera un hombre de acción, pragmático y con experiencia en asuntos económicos. A diferencia de sus predecesores, no pertenece a las grandes dinastías políticas del país. Al tomar posesión del cargo dejó patente su realismo ante la grave situación económica, al reconocer que, desde hace dos décadas, la economía japonesa esta en un punto muerto. Kan deberá afrontar la urgente reducción del enorme déficit público, algo que sólo se logrará con una decidida reforma fiscal, incluyendo un incremento del IVA, y con otras medidas sociales de difícil encaje en una sociedad conservadora y reacia a los cambios bruscos.
En el ámbito de la política exterior, Kan debe rehacer las relaciones de confianza con EE UU, que no ha visto con malos ojos la caída política de Hatoyama. Este, en cambio, ha reconstruido positivamente la relación con China y Corea del Sur. Sólo dos días antes de su dimisión, había celebrado en la isla surcoreana de Jeju una cumbre trilateral con el primer ministro chino, Wen Jiaba,o y el presidente surcoreano, Lee Myung-bak, que aprobó el plan “Visión 2020” con vistas a constituir a largo plazo un gran mercado entre los tres países.
Los retos de Japón son enormes. La irrupción de China, ya convertida en la segunda economía mundial y la primera asiática, plantea serias dudas sobre el actual modelo económico y social japonés. Un problema que también afecta a la Unión Europea. Japón precisa renovarse, recuperar la confianza de los ciudadanos en sus instituciones e incluso la autoestima y las motivaciones colectivas y personales para afrontar con decisión la actual crisis. Pero tal vez, la gran amenaza para Japón no es externa, sino interna. Debe corregir el bajo índice de fertilidad y el envejecimiento de la población. La crisis demográfica afecta al crecimiento económico, la demanda interna, el ahorro y la financiación del sistema de salud público y de pensiones del país.
Para más información:
Sheila A. Smith, «Time to Shift More Responsibility to the SDF?», Asahi Shimbun, 2 de junio de 2010.
“Leaderless Japan”, The Economist, 3 de junio de 2010.