En 1991, un golpe de Estado derrocó al dictador Mohamed Siad Barre en Somalia. Desde entonces, el país, desestructurado y roto, sufre una guerra civil. Somalia no llega siquiera a la categoría de “Estado fallido”, pues se trata de un “no Estado”, ya que no dispone de capacidad real de gobierno. En los últimos cinco años, entre 20.000 y 25.000 personas han muerto en la guerra que asuela este “no Estado fallido”.
En un ambiente de extraño optimismo, Somalia ha celebrado elecciones. Son comicios diferentes: por primera vez desde 1991, el nuevo presidente será el primero con un mandato completo, y no de transición. El hombre al frente de esa tarea formidable se llama Hassan Sheikh Mohamud, elegido por un nuevo Parlamento compuesto por 275 miembros, elegidos a su vez en agosto por un cónclave de líderes de los diferentes clanes somalíes. A diferencia de los gobiernos anteriores, este último no ha sido elegido en una conferencia internacional por expertos extranjeros. Sus perspectivas, quizá, sean algo mejores.
Mohamud trabajó para el ministerio de Educación en el gobierno de Siad Barre, a principios de los años ochenta. Después fue profesor universitario y, tras la caída del dictador, trabajó para Unicef. Desde entonces ha ocupado diversos puestos académicos y en organizaciones de la sociedad civil, además de trabajar como consultor para organizaciones internacionales como el Programa de la ONU para el Desarrollo (PNUD). Islamista moderado, tiene vínculos con los Hermanos Musulmanes.
Mohamud ha vencido por mayoría simple a Sheikh Sharif Ahmed, presidente del último gobierno de transición, considerado de los más corruptos del mundo por Transparencia Internacional. La ONU le acusa de haber robado el 70% de todo el dinero recibido de la comunidad internacional en 2009 y 2010.
Uno de los principales retos de Mohamud es la seguridad. El gobierno cuenta con unos pocos miles de militares y policías –no se sabe su número exacto, ni si disponen de los conocimientos y equipos necesarios para asumir sus funciones– entrenados por la Unión Africana (UA), la Misión de Adiestramiento de la Unión Europea y el PNUD. Frente a ellos se encuentran entre 5.000 y 10.000 militantes islamistas, divididos en varios grupos –el más conocido, Al Shabab, con vínculos con Al Qaeda–, que controlan el sur y el centro del país, aunque mantienen entre ellos enfrentamientos periódicos.
Recientemente, tropas de la UA capturaron el puerto de Merka, a 70 kilómetros de la capital. En paralelo, tropas keniatas avanzan hacia Kismayo, bastión de Al Shabab y segunda ciudad del país. Si cae, será un gran triunfo para el gobierno de Mohamed, que solo controla la zona en torno a Mogadiscio y otras ciudades estratégicas repartidas por el país. El reto es enorme. Cuatro de los 10 millones de somalíes dependen de la ayuda alimentaria. El 18,5% de la población tiene malnutrición aguda y el 2,5%, malnutrición grave. La primera afecta a 300.000 niños; la segunda, a 96.000. La tasa de mortalidad infantil ronda el 22%, la más elevada del mundo.
Para más información:
José Miguel Calatayud, “Somalia elige presidente por primera vez tras el inicio de la guerra civil”. El País, septiembre 2012.
Banco Mundial, “Somalia”. Datos, septiembre 2012.
The Economist, “Somalia’s new president. Can he really rescue the place?”. Artículo, septiembre 2012.
Aitor Zabalgogeazkoa, «Militares y ayuda humanitaria: rumbo de colisión». Política Exterior 149, septiembre-octubre 2012.
Luisa Barrenechea, «África y la lucha regional contra el terrorismo». Política Exterior 137, septiembre-octubre 2010.