Austria no ha vuelto aún a la normalidad política. El Tribunal Constitucional resolvió el 1 de julio anular los resultados de la elección presidencial del 22 de mayo.
Delegados del Partido de la Libertad (FPÖ), liderado por Heinz Christian Strache, formación de extrema derecha, habían impugnado el resultado de la segunda vuelta argumentando que hubo irregularidades en el recuento de ciertas circunscripciones. Esto no significa que haya habido fraude. No hay pruebas de manipulación. La corte ha reconocido que las papeletas llegadas por correo fueron contadas o bien fuera del horario legal o bien sin la supervisión requerida. Una práctica hasta ahora tolerada.
Alexander Van der Bellen, del Partido Verde, que había resultado vencedor por apenas 30.000 votos, acató la decisión. La repetición de la contienda presidencial entre el ecologista de 72 años y el ultraderechista Norbert Hofer, de 45, tendrá lugar el 2 de octubre. Mientras tanto y habiendo finalizado el mandato del presidente socialdemócrata saliente, Heinz Fischer, la interinidad en la jefatura del Estado corre a cargo de la presidenta y los dos vicepresidentes de la cámara baja del Parlamento, uno de los cuales es precisamente el euroescéptico Hofer. Un triunvirato inédito.
La Unión Europea se pregunta angustiada si el candidato del FPÖ aprovechará la oportunidad que le brinda esta “tercera vuelta” para llegar al poder. Aproximadamente, la mitad de los austríacos votaron en mayo por él. Dada la disparidad ideológica de los contendientes no es de esperar que cambien su voto. Por ello, hay alta preocupación por el impacto del triunfo del Brexit en el referéndum británico, que ha dado alas a la extrema derecha y al populismo en Europa.
En su campaña el pasado mayo, el FPÖ movilizó al electorado más nacionalista; contrario a la cesión de soberanía a la UE. Lo hizo instrumentalizando la ansiedad de la población ante la incapacidad europea de resolver de forma conjunta y satisfactoria la llegada de refugiados del último año. Con el arma de la xenofobia, el FPÖ siguió la estela de otros partidos europeos similares que capitalizan el miedo a los inmigrantes.
No obstante, hay otro factor que incide en el éxito del FPÖ: el desprestigio y hundimiento del centro-izquierda y centro-derecha tradicionales que desde la Segunda Guerra mundial se han repartido tanto el gobierno como la jefatura del Estado. El líder que resucitó la ultraderecha austríaca fue el polémico, Jörg Haider (fallecido en 2008). En el 2000 el FPÖ formó parte de una coalición gubernamental. Por primera vez en la historia del bloque, la UE decidió sancionar a uno de sus miembros. Austria permaneció seis meses condenada al ostracismo.
La condena nacional e internacional obligó a Haider a la moderación. Hofer, pese a su imagen amable, es más radical. En 2011 reintrodujo un trasnochado “compromiso con el pueblo alemán”. El concepto nacionalista de Volksgemeinschaft (comunidad) además de presentar peligrosas y tristes reminiscencias, es contrario al ideal europeo. Con su oratoria, Hofer ha sabido ganarse a los votantes de centro más desencantados.
El frenazo económico de 2008 que alimentó la crisis del euro y el discurso antiinmigración han alimentado las tesis euroescépticas que continúan ganando terreno electoral. El FPÖ es uno de los partidas de más éxito en la UE. También lo son el Frente Nacional francés, los nacionalistas Partido Popular Danés, el Partido de los Verdaderos Finlandeses y la extrema derecha húngara, Jobbik. Otras formaciones similares –aunque sin olvidar la heterogeneidad del grupo– son la derecha holandesa, Alternativa por Alemania, el UKIP británico y el neonazi Amanecer Dorado de Grecia. Tras el Brexit algunos de ellos pidieron en Viena la “Europa de las Patrias”; es decir, la vuelta a las soberanías nacionales.
Sin embargo, Bruselas no teme solo a la extrema derecha. El fantasma del populismo incluye a formaciones de izquierda como el Movimiento Cinco Estrellas en Italia y Podemos en España. Se explica así que los populismos francés e italiano –aparentemente antagónicos– se presenten ambos como un grave peligro para Europa.
En una entrevista con el periódico italiano Corriere della Sera, Hofer afirmó que su país podría celebrar un referéndum sobre su permanencia en la UE. No es casualidad que referendos y plebiscitos sean instrumentos preferidos por este tipo de formaciones. Sus resultados se determinan fácilmente por campañas que fomentan la polarización y la indignación. La erosión de la confianza ciudadana en las instituciones comunitarias es un hecho incontestable. Pero personajes como Hofer o Marine Le Pen no favorecen la reforma de la UE, sino la destrucción. La democracia directa que defienden es problemática en los complejos sistemas representativos.
El euroescepticismo austríaco obedece fundamentalmente a lo que se considera una progresiva irrelevancia del país en Europa, un problema derivado sobre todo de los bandazos de Viena en política migratoria y otros asuntos. Restablecer la confianza con los socios europeos es una de las tareas prioritarias para jefe del ejecutivo federal, el canciller socialdemócrata Christian Kern. Austria puede desempeñar un papel destacado para la Unión en lo que se refiere a las relaciones con los vecinos orientales de la UE y la consecución de mayor transparencia en el Tratado Trasatlántico de Comercio e Inversión (TTIP, en inglés).
Sería deseable que esta tercera campaña electoral fuera breve y concisa. Todos los puntos en discusión han sido debatidos hasta la saciedad entre los candidatos.